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Los atentados y los niños

Definitivamente vivimos en la sociedad de la comunicación, en la que los medios informativos forman parte de nuestras vidas, con lo que se han roto las distancias espaciales y temporales que nos separaban a unos de otros, por muy alejados que vivamos en este pequeño planeta. Esto ha dado lugar a que se hayan modificado nuestras relaciones con el medio social en el que estamos insertos.

Pero no solamente somos los mayores los que nos vemos afectados por lo que algunos llaman, con cierto aire de suficiencia, la iconosfera, es decir, rodeados de imágenes y mensajes audiovisuales que, de un modo u otro, acaban afectándonos. También a los niños, y más aún a los adolescentes que puedan estar en contacto con los mensajes que cotidianamente se emiten, sean por los medios ya tradicionales, caso de la prensa o la televisión, como los que llegan por los digitales, como son las redes sociales.

Estas consideraciones acuden a mi mente tras la visión de las atroces y crueles imágenes que recibimos de la población civil de Gaza que se ve asediada de forma continua por los bombardeos, y que se juntan a las restricciones de necesidades básicas que el Gobierno israelí ha decretado contra personas de todas las edades, entre las que se encuentran los niños palestinos.

Entiendo que de estas imágenes que nos llegan hay que proteger a los más pequeños, pues son tan atroces que inevitablemente les afectaría emocionalmente, ya que no entienden las razones que conducen a esa crueldad. Quizá, el problema radique en que también las reciben quienes son preadolescentes, dado que, en su mayoría, disponen de los móviles, ya que tempranamente se les proporciona.

Como docente siempre me ha preocupado no solo la violencia real sino también la que llamamos violencia simbólica, que a fin de cuentas es la que se expresa por los distintos medios de comunicación -televisión, cine, publicidad, redes sociales- puesto que a través de ella se muestra lo más negativo del ser humano.

Esta es la razón por la que hace tres décadas dirigí una investigación con un equipo de profesores de la Universidad de Córdoba para estudiarla desde distintas perspectivas y conocer cómo afectaba cognitiva y emocionalmente a los escolares. Finalmente, acabó en un extenso libro que llevaba por título Signos y cultura de la violencia.

Unos años después llegué a publicar la tesis doctoral en la que había trabajado durante varios años para conocer cuáles eran las ideas acerca de la paz y de la violencia que tenían los estudiantes de Primaria y de los primeros cursos de Secundaria. El trabajo apareció con el título precisamente de Las ideas de la paz y de la violencia en los escolares.

De los más de mil dibujos que recogí, pude comprobar que, en las edades más pequeñas, la idea de la violencia estaba centrada en los conflictos que ellos podían vivenciar en sus relaciones cotidianas con sus compañeros. A medida que iban creciendo, se diversificaban esas ideas, de modo que la violencia estaba relacionada con las guerras, el racismo, la xenofobia, los atentados, etc. Es decir, adquirían una mayor conciencia de que en la sociedad aparecen multitud de manifestaciones de agresividad y de actos violentos que tienen sus raíces en ideas discriminatorias.

Una vez entrados en el nuevo milenio, un día, inesperadamente, los medios de comunicación, con especial relevancia la televisión, nos mostraron en directo los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. Puesto que fue un hecho inédito, se visionaron las imágenes cuando las familias estaban alrededor de la mesa comiendo y siguiendo las sorprendentes noticias que llegaban al espacio doméstico.

En los días siguientes llevé a cabo una investigación para saber cómo los escolares del ciclo superior de Primaria interpretaban gráficamente las imágenes que se les había quedado en la retina de este atentado islamista en una ciudad que era el símbolo del estatus económico, de la seguridad y del poder estadounidenses.

Pero, al poco tiempo, nuestro país no se libró de los terribles atentados que se habían producido en otras ciudades, de modo que en el 11 de marzo de 2004 se provocó, en las proximidades de la estación de Atocha de Madrid, el mayor atentado terrorista que, hasta entonces, se había sufrido en España.

Todo el país se conmocionó ante las escenas del horror y de la barbarie que nos habían transmitido los medios audiovisuales. No pudo evitarse que las imágenes de los cuerpos destrozados llegaran a los ojos de los escolares, fuera en la propia ciudad de Madrid como en el resto del país. Serían algunas de las imágenes que niños y niñas de los cursos superiores de Primaria, estudiantes de los colegios próximos a los lugares en los que se produjeron las explosiones, expresaron en sus láminas cuando llevé a cabo una investigación a los pocos días de esos atentados.

Han transcurrido casi dos décadas desde los atentados de Madrid. De nuevo nos encontramos contemplando la barbarie planificada: aquella que toma un pequeño territorio cercado de más de dos millones de personas, como es la franja palestina de Gaza, que sin pausa está siendo bombardeada y de la cual la población civil no puede huir.

Se están cometiendo crímenes de lesa humanidad ante los ojos de todos los que, atónitos, asistimos con angustia e impotencia al comprobar cómo a los terribles atentados de una organización islamista se responde con un odio y una crueldad inusitadas, por parte del gobierno israelí, calificado como “protofascista” por Schlomo Ben Ami, quien, en el año 2000, había sido nombrado ministro de Asuntos Exteriores de Israel.

Para cerrar esta breve incursión por las imágenes de los atentados y su incidencia en los niños, quisiera apuntar que imagino, por las investigaciones llevadas a cabo a lo largo de los años, cómo afecta la visión de esta barbarie a los menores, por lo que conviene alejar a los más pequeños de esas escenas de horror y, con los de más edad, lo mejor es hablar con ellos para que tengan una cierta comprensión de estos atroces hechos.

AURELIANO SÁINZ

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