Aureliano Sáinz
Ya estamos en pleno verano. El calor aprieta fuerte en estos días finales de julio. A fin de cuenta es lo que corresponde, dado que entre la quincena final de este mes y la primara de agosto es cuando las temperaturas alcanzan su mayor intensidad. Pero no podemos olvidarnos de que esta primavera ha sido espléndida, especialmente en nuestra tierra extremeña en la que los campos han sido regados generosamente por un cielo cuyas nubes venían cargadas de agua y que por suerte la escanciaban sin ninguna medida reguladora.
Y puesto que no he podido estar en esos meses que configuran la primera de las estaciones, he acudido a las espléndidas fotografías que, de vez en cuando, aparecen en Azagala digital como homenaje a la belleza que se despliegan por los campos de los alrededores de Alburquerque para hacernos recordar a los que vivimos en las ciudades que la paz y el sosiego que tanto anhelamos lo tenemos a nuestro alcance: basta con salir de los entornos urbanos para sentir que ambas no están lejos.
Comienzo, pues, con una bellísima fotografía de Carmen Martín que he seleccionado como portada de este pequeño reportaje. Y es que los amaneceres son momentos idóneos para captar el contraste cromático que se produce, en este caso, entre la rudeza de las piedras, teñidas de pequeños toques dorados, y la liviana suavidad de la luz del horizonte que se ve reforzada por nubes, blancas y grisáceas, que parecen caminar lentamente hacia el lugar que las impulse el viento.
Recuerdo que esta fotografía de Elisabet García me trajo a la memoria el poema Oda a la inmortalidad del poeta romántico inglés William Wordsworth en el que se encuentran los versos siguientes:
“Aunque ya nada pueda devolvernos la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste en el recuerdo”.
De estos versos, el director de cine, Elia Kazan, extrajo el título de una de sus películas más recordadas: Esplendor en la hierba. Títulocargado de nostalgia y esperanza, y en el que intervinieron como protagonistas Natalie Wood y Warren Beatty.
Sorprende esta foto de Viti Píriz por el rojo tan intenso que adquieren esas dos bandas que se van abriendo sobre un suelo ocre, al tiempo que el amarillo y verde rodean al solitario y desnudo árbol que se antepone a un fondo ya cargado de arboleda. El rojo, uno de mis colores preferidos cuando aparece al lado del negro, nos evoca la pasión y también amor, por lo que ofrecido por la naturaleza en los días primaverales no deja de ser un regalo que, generosamente, nos brinda, dado que todos los colores que imaginemos se encuentran en ella: basta con abrir los ojos para encontrarlos.
En los campos extremeños, y, en consecuencia, en los de Alburquerque, no podían faltar las imágenes de la encina, ese noble árbol que parece que ha elegido nuestra tierra como lugar privilegiado para expandirse por las dehesas. Y si las miramos, como lo hace Sergio Pocostales, en los momentos en los que lentamente llega el atardecer, disfrutamos de una escena privilegiada, puesto que los verdes, ocres y grises de la tierra y de los árboles se mezclan con los dorados del cielo para entregarnos unas imágenes que nos remiten a las que plasmaron los primeros impresionistas franceses cuando se atrevieron a pintar del natural.
Con un cielo azul impecable y una tierra en la que los verdes y los dorados se esparcen generosamente por los suelos, Marisa Pocostales nos ofrece esta espléndida panorámica que la ha titulado De camino al pueblo. ¿A qué pueblo?, puede preguntarse el lector desprevenido, sin saber que para los que nacimos a la sombra del Castillo de Luna siempre nos referimos uno pueblo por antonomasia: Alburquerque. Un pueblo que, lejos de las rutas extremeñas más transitadas, acaba enamorando a quienes han seguido el consejo de que deben visitarlo al menos una vez en su vida.
Cierro este escueto recorrido por seis de las numerosas fotografías que han sido publicadas en Azagala digital con esta bastante insólita en la que se recoge el castillo desde las murallas de poniente y cuando el sol empieza a cerrar su ciclo diario. Pero, en este caso, hay un detalle que la hace distinta: al fondo se nos muestra un pequeño círculo blanco que asoma sobre un horizonte teñido de un suave rojo violáceo. Y es que esta hermosa instantánea de Cristina Varas fue oportunamente tomada cuando una luna llena empezaba a emerger desafiando a un sol que empezaba a declinar.
He hablado de la primavera en Alburquerque. Algunas de las fotografías, posiblemente, fueran tomadas en otra estación. Pero da lo mismo, porque las imágenes de los campos que rodean a nuestro pueblo es algo que todos guardamos en la retina: tanto quienes residen en él como los que vivimos fuera, puesto que, como atinadamente dijo el poeta inglés, “la belleza subsiste en nuestros recuerdos”.
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