Pulsa «Intro» para saltar al contenido

No elegimos como amanece

Las Reflexiones de Antonio Maqueda

Solemos decir que cada tarde el Sol “se va”, que nos despedimos de él, si bien, ciertamente, es la Tierra -léase, nosotros- la que “se va” del Sol. Nos movemos, sabido es según la geofísica de los planetas, alrededor del astro rey. Por la misma razón Copernicana -corroborada un siglo después por Galileo- cada mañana deberíamos decir que nosotros -la Tierra- nos “aparecemos” ante el Sol. De alguna manera, cada uno de los seres humanos amanecemos y anochecemos como pequeños planetas que conformamos nuestras propias galaxias, llenas de conexiones, de influencias, de causas y efectos. Obedecemos a un magnífico caos magníficamente organizado. Las leyes que nos gobiernan -me refiero a nuestro cuerpo y a nuestra mente- son un complejo entramado de circunstancias, avatares vitales, experiencias que procuramos o que nos encontramos, influencias externas, herencias personales… en definitiva, un sofisticado conjunto de elementos que se combinan según normas que nadie conoce y que dan lugar a nuestras actitudes, nuestra manera de guiarnos por el mundo -que no por la galaxia, aún.

Foto: Victoria Piriz

            Así, cada vez que amanecemos a un nuevo día, regentado aunque no lo queramos por un rey (un astro) que todo lo condiciona, sabemos que nos vamos a enfrentar a decenas, quizá centenares, de decisiones, de pensamientos, de estímulos y hasta de contradicciones que nos hacen tener mañanas de niebla, o mediodías despejados, o sobremesas de fresca tormenta, o tardes de una claridad meridiana, junto con anocheceres en los que “nos vamos” del Sol, ya sea preocupados por lo que nos sucede o incluso no pocas veces angustiados, ya sea alegres por lo vivido con intensidad. Todo ello según la amplia gama de posibilidades a las que la combinación de tantos elementos nos puede llevar en función de lo que nos suceda, la manera en que reaccionamos o el momento o el lugar en que nos encuentran los acontecimientos que hacen de nuestro día uno más, o uno diferente, o el mejor o peor de todos, o nada de todo lo anterior. Siendo todas percepciones personales e intransferibles, nunca habrá dos días exactamente iguales, no ya para los seres humanos como gran grupo, sino dentro de la personal e intransferible vida de cada uno de nosotros. Nadie vive dos días iguales.

            No todos los días uno observa un amanecer anaranjado, quebrado si acaso por una leve maraña de nubes (y digo, dentro de nosotros o en nuestro entorno, el que vemos, o el que queremos ver), o tenemos la oportunidad de sentir el increíble efecto de unas aguas frías que vienen de una Sierra que podría llamarse de mil maneras, o somos tan afortunados como para poder contar con el saludo, el beso, el abrazo, el hombro de un vecino, una madre, un hermano o un amigo, en el orden y combinación que queramos.

            No todos los días se desayuna uno con una noticia alegre, matizada tristemente por un contexto desfavorable. Cada día en Gaza nacen niños, mientras otros son masacrados; cada día, al atardecer de la capital de Ucrania -esa ciudad cuyo nombre creemos haber aprendido a pronunciar correctamente- unos jóvenes se reúnen a la sombra de los muros semiderruidos de aquel hospital donde muchos de ellos nacieron y lo hacen para contarse sus batallas personales, sus ambiciones, sus carencias, o simplemente lo último que les ha pasado con la chica o el chico que a alguno o a alguna le causa ese cosquilleo que ni siquiera la guerra es capaz de anular.

TOPSHOT – The sun rises above the Rafah refugee camp in the southern Gaza Strip on January 1, 2024, amid the ongoing conflict between Israel and the Palestinian militant group Hamas. (Photo by AFP)

            No todos los días tiene uno la fortuna de no leer ese titular horrible en el que se suman víctimas de la violencia machista u otro en el que la sinrazón de una guerra olvidada en África nos hace preguntarnos qué podríamos hacer. No, no son todos los días los que nos ofrecen la oportunidad de ser nosotros los que ponemos los titulares a las noticias que querríamos dar, escribir o simplemente leer en cualquier medio, escrito, escuchado, visto, por medios convencionales o en su versión digital.

            No todos los días oye uno, despreocupado quizá por haber decidido voluntariamente abandonarse a la naturaleza sin elementos que le perturben o interfieran en el disfrute, que ha habido un atentado contra un ex-presidente de un país de este mundo -quizá, éste sí, de otra galaxia; el ex-dirigente, no el país ni el mundo. No todos los días decide uno, ante tal noticia, seguir “a lo suyo” escudriñando el cielo en busca de constelaciones que se sabe o que mira en un mapa celeste que se trajo hace decenas de años de aquel Mirador de las Estrellas. Todo ocurre donde y cuando debe ocurrir, o no. Allí, donde el intento fallido de matar a una persona, era media tarde. Aquí, donde el intento exitoso de ver las estrellas, ya era la medianoche pasada. Ya era otro día, de hecho, pero era el mismo momento. No todos los días podemos elegir.

            Por fin, no todos los días se alinean los astros para que, a la hora de la digestión del almuerzo, algo más que una promesa tenística ya -un as del tenis, de hecho- gane quizá el mejor torneo internacional en el país en el que dicen se inventó el deporte de la raqueta, y para que, pasadas unas pocas horas, once -quince o veintitrés- jóvenes, algunos muchachos, hábiles con el balón, de espíritu fuerte, consigan otro hito deportivo. En este caso, una victoria en el torneo continental de balompié  -y, de nuevo también, frente a sus inventores- que hace enardecer las pasiones de casi toda la población española y no poca hispanohablante -uno espera que ese “casi” no incluya a demasiados por razones extradeportivas, por cierto. La alegría, la celebración, la pasión, no entienden de edades, ni de razas, ni de maneras de sentir, ni de creencias, ni de ideologías, ni de procedencias; por supuesto, no de sexos ni de modos de vivir. No debería.

            En realidad, sobre casi nada de lo anteriormente dicho podemos decidir. Pero sí hay algo que podemos elegir: nuestra actitud ante los acontecimientos, mayormente sobre los personales, los íntimos, los que obedecen a nuestro caminar por este mundo -que no galaxia, aún- a veces tan incomprensible. La gama de posibilidades de elección es tan amplia que, así como no hay dos días iguales – para nadie-, tampoco hay dos elecciones exactamente iguales. Cada uno decide, siente, sufre, ríe, tropieza, se levanta, amanece y anochece a su manera. Hayamos “aparecido” ante el sol o aún no, hayamos o no podido levantar la vista de nuestros ombligos, vayamos o no a vivir el nacimiento de las estrellas, la elección es nuestra, la elección es tuya. Y la responsabilidad de cada día elegir bien, también. Cada uno, por su propio bien. Todos, por el bien común.

Impactos: 133

Sé el primero en comentar

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *