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Alburquerque en la obra de Luis Landero

Aureliano Sáinz

Ya todos sabemos que en la mayor parte de la obra de Luis Landero aparecen nombres o relatos que están muy ligados a Alburquerque. Esto lo comprobé hace más de tres décadas cuando vio la luz su primera y, quizás, su mejor novela: Juegos de la edad tardía.

Tengo que decir que quedé verdaderamente impresionado cuando la leí y, más aún, siendo su primera obra narrativa extensa, que fue acogida con enorme entusiasmo por todos los que la conocieron.

A continuación, vinieron otras en las que pudimos ver que el recuerdo y las huellas que le habían marcado en su infancia continuaban, de un modo u otro, en cada una de ellas. Eso sí, tendría que exceptuar Lluvia fina que se aleja de esos personajes cargados de fantasía y de sueños imposibles que protagonizan sus narraciones, ya que a esta la sitúa en un mundo digital en el que los móviles forman parte de ese relato duro y amargo, alejándose de los personajes soñadores y buscadores de metas finalmente imposibles.

Hay que apuntar que Luis tiene dos obras de las denominadas de autoficción: la primera de ellas es El balcón en invierno y la otra El huerto de Emerson, que no son memorias tal como las concebimos, puesto que mezcla recuerdos con ficciones y fabulaciones que las remite, como suele ser en él, en un tiempo pasado ya extinguido.

Antes de explicar cómo continúa acudiendo a recuerdos de Alburquerque para insertarlos en este relato, quisiera destacar las cuidadas portadas que la editorial Tusquets propone para sus novelas. En este caso se trata de una imagen del fotógrafo estadounidense Rodney Smith, quien nos presenta a dos personajes que, con vestimenta de otras décadas, se encuentran dentro de un automóvil que porta tres maletas en su cubierta.

Es el modo de indicarnos que vamos a entrar en un relato en el que un grupo de jubilados regresa a un pueblo de la sierra norte de Madrid, colindante con Guadalajara y Soria, para iniciar un proyecto que revitalizaría a una de esas villas de la España vacía.

Debo apuntar que con estas líneas no pretendo hacer una síntesis de la novela, sino de dar unas pinceladas para que nos acerquemos al mundo de soñadores que pueblan el imaginario de Landero. En el caso de La última función se comienza de este modo:

Ernesto Gil Pérez (Tito para más señas, o como mucho, Tito Gil) entró en el bar restaurante Pino al anochecer en un domingo de enero, unos dos meses antes de la llegada o, más bien, de la aparición de Paula, y estas dos figuras, y los hechos que ocurrieron en ese tiempo, son la materia principal de esta historia. Todo esto y más sucedió entre el invierno y la primavera del año 1994, en San Albín, o solo Montealbín, que de las dos formas se puede llamar a este lugar…”

No voy a describir los nombres de personajes que nos remiten a Alburquerque; aunque sí me parece oportuno indicar que el pueblo, San Albín, se corresponde con una conocida calle del pueblo.

Tal como el propio Landero nos ha comentado en algunas ocasiones, escuchó muchas historias de los mayores del pueblo, de modo que no es de extrañar que de esas historias que se transmitieron oralmente haya bebido mucho para sus novelas. Y en ellas, qué duda cabe, se encuentran la de los personajes que él mismo describe en los inicios del capítulo 9:

Hay muchas historias que, cada una a su manera, cuenta siempre la misma historia: el caso singular de un vano intento, de un sueño que tarde o temprano desembocando en la inmisericorde realidad, con todo lo que de heroico, de lastimoso, de inútil, de cómico, de trágico y hasta de ridículo, según el sueño sea o no más fuerte que la realidad misma”.

Sigue a continuación:

Y aunque se trata de un asunto viejo, mil y mil veces repetido, resulta siempre nuevo, porque cada vida humana lo hace suyo, como si fuese cosa de estreno y nunca visto. Y ese era precisamente el caso de Tito”.

Así pues, la historia que cuenta en La última función no deja de ser uno de los sueños que habitan en múltiples personajes que finalmente terminan conociendo “la inmisericorde realidad”, tal como el propio autor nos dice, de forma que esas historias de potenciales e ingenuos quijotes que pululan por la piel de toro acaben asumiéndolas como sueños inútiles que sirven para reunirse y charlar sobre ellas, tal como se nos describe en los inicios del último párrafo de este relato:

En cuanto a nosotros, los contadores de esta historia, ya viejos y desmemoriados, nos reunimos en alguna tarde en un café de Madrid, y a veces, cuando llega el buen tiempo, nos acercamos al pueblo, y aquí entre la soledad y el abandono, recordamos los viejos tiempos, y sobre todo aquellos meses y días de gloria…”

Así se va cerrando la historia narrada de manera colectiva por ilusos o soñadores que quisieron ver reverdecer un pueblo abocado al triste abandono y que ellos imaginaron que podían cambiar el rumbo de la realidad inexorable que se ceba con muchos de ellos.

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