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Emocionante despedida

Las despedidas siempre tienen un fondo de tristeza, ya que, en cierto modo, supone una ruptura o un cambio en la forma de vida. Cada cual, de nosotros, seguro que habremos vivido algunas de ellas, por lo que no creo necesario explicar las emociones que se despliegan en esos momentos en los que se abandona algo para comenzar otro recorrido.

También sabemos que las frases que se dicen en esos momentos no traducen realmente los sentimientos a las palabras, y que, una vez dichas, en el fondo sentimos que no hemos expresado con exactitud lo que queríamos manifestar.

De forma habitual, las despedidas se preparan, especialmente cuando se corresponden con actos que ya están previstos con antelación. Es lo que acontece cuando uno se tiene que jubilar, que suele ser una fecha muy pensada, dado que en el ciclo de la vida laboral se corresponde con el cierre de la actividad que se ha desarrollado durante muchos años.

En mi caso, que estoy jubilado (o medio jubilado, puesto que continúo como profesor honorario en la universidad de Córdoba), recuerdo como muy gratas las despedidas que me organizaron los compañeros. Pero la que estuvo cargada de enorme emotividad fue la que me hicieron los amigos de la infancia, es decir, aquellos que nos conocíamos desde pequeños en el pueblo porque íbamos al mismo colegio o jugábamos en la misma calle.

Tal como apunto, hay muchas formas de despedirse. Pero ahora quisiera mostraros una despedida que me ha parecido muy emocionante. Se trata de la que le realizaron los escolares del Colegio Diputació de Barcelona a Pascual, el conserje del centro que ya se jubilaba. En este colegio público estudia mi nieto Abel, por lo que lo conozco de estar en ocasiones esperándole a la salida, momentos que para mí representa un revoltijo de niños y niñas de culturas muy diversas, que se entremezclan entre ellos de la forma más natural.

Posiblemente fuera Pascual el personaje más popular entre los críos, ya que todos lo conocían, y, me imagino, que él también conocía a esos pequeños personajes que se arremolinaban a la salida, que, como podemos observar en el vídeo, es un centro que colinda con dos edificios en la calle que lleva el mismo nombre del colegio.

En esta filmación, de algo más de un par de minutos, encontramos al conserje de espaldas, mirando hacia el enjambre de críos que se mueven y saludan al compás de una tonada muy conocida, de modo que da lo mismo en qué lengua se cante, ya que la seguimos sin ningún problema porque la tenemos plenamente memorizada.

No sé lo que sentía Pascual en esos momentos que contempla a la chiquillería a la que ve llegar cada mañana cargando con las mochilas a sus espaldas. Ahí están todos, con los más pequeñitos abajo en el patio, los que posiblemente no entiendan bien lo que significa jubilarse. Pero, imagino, que al protagonista de esta despedida le viene muy bien la frase que leí del escritor estadounidense Nicholas Sparks cuando dijo: “Esto no es un adiós, sino un ‘gracias’ por todo”.

Un ‘gracias’ que le da comunidad educativa a la que él ha entregado una parte muy importante de su vida y que, a buen seguro, no olvidará tras este emocionante reconocimiento, tanto del centro como de los escolares, que, a su vez, han aprendido, a través del acto en el que participaron, que hay que recordar y agradecer a todas las personas por la entrega y el trabajo bien hecho.

AURELIANO SÁINZ

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