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Lo que piensa(n) la(s) mujer(es)

La Bolsa o la vida

Charo Ceballos

La caída del Silicon Valley Bank, el banco norteamericano suministrador de préstamos a las startups (empresas que se enfocan en las tecnologías emergentes) ha hecho saltar las alarmas en el sector financiero mundial. La crisis financiera que estalló en 2008 fue demasiado importante como para no pensar que algo parecido puede volver a suceder. Los dirigentes de los países de occidente, comenzando por Joe Biden, ya han subido a los púlpitos para tranquilizar al pueblo: “Don’t panic”, no hay peligro de colapso financiero mundial, acudiremos al rescate. Como buena escéptica que soy, máxime si el que habla es un político o política, tengo mis reticencias acerca de que esta nueva crisis no nos vuelva a llevar a la misma debacle global. El sistema financiero parece complicado de entender, sin embargo, su funcionamiento es más sencillo que un botón: gente que tiene excedente de dinero presta ese dinero a gente que tiene necesidad de dinero. Los que prestan el dinero son los ahorradores que quieren obtener a cambio cierta rentabilidad de esos ahorros; los que necesitan dinero son familias que quieren comprar una vivienda; empresas que quieren ampliar su negocio; o el Estado que necesita también dinero para los bienes y servicios públicos que facilitan a sus ciudadanos y ciudadanas, sobre todo si se acercan unas elecciones generales.

La crisis financiera de 2.008 fue un compendio de despropósitos en el que colaboraron todos los poderes que sostienen, sabiamente, la infraestructura de las finanzas, a saber: instituciones políticas, económicas y financieras. Estas instituciones se retroalimentan en época de bonanza para ganar dinero y, cuando vienen mal dadas, acuden a esa misma infraestructura para que los rescaten, porque dicen que, si no se rescata a los bancos, el sistema financiero se vendrá abajo y habrá un colapso mundial.

Como he apuntado en el párrafo anterior, el mecanismo del funcionamiento del sistema financiero es sencillo, y los que median entre los que inyectan dinero al sistema y los que necesitan esa inyección, son los intermediarios financieros, bancos, principalmente.  Durante la crisis de 2.008 los bancos comenzaron a prestar dinero a personas que tenían un alto riesgo de impago, esto lo hacían porque las comisiones que cobraba por cada producto financiero que vendían (hipotecas, préstamos, etc.) eran brutalmente altas, hasta el punto que algunos brókeres se hicieron inmensamente ricos con esas comisiones. Aquí entran otros actores, los bancos de inversión y las agencias calificadores.  A un banco de inversión no vamos a guardar nuestros ahorros, sino que acudimos a ellos para que inviertan nuestro dinero a cambio de una rentabilidad más alta. Estos bancos de inversión, compraron estas hipotecas de alto riesgo y se las vendieron a los inversores, entre otros productos financieros. Cuando esos compradores de vivienda no pudieron pagar su hipoteca, porque se quedaron sin empleo, se ejecutaron los embargos y, los que habían adquirido esas hipotecas perdieron todo su dinero. Los propietarios de las casas se quedaron en la calle, los bancos se descapitalizaron y el sistema colapsó.

Las famosas hipotecas subprime hicieron inmensamente ricos a unos pocos y, a la gran mayoría, los hicieron inmensamente pobres.  Además de los bancos de inversión, las agencias calificadoras también contribuyeron alimentando la maquinaria de hacer millonarios a unos y condenar vidas de otros. Las agencias indican a los inversores si los productos financieros que comercializan los bancos de inversión son rentables, es decir, si invertir en ellos en más o menos seguro y más o menos rentable. Para hacerse una idea: un día antes de la quiebra de Lehman Brothers, las agencias calificadoras le habían dado la calificación AAA a sus productos financieros, la más alta de todas, cuando el banco ya no valía nada. Increíble e indecente. Pero para que todo esto pueda ocurrir se necesita lo más importante, la regulación. Si la ley no me permite vender productos financieros sin valor, no los puedo vender; pero la ley, lo permitía. La desregularización que se fue fraguando desde los años 80 con la llegada de Ronald Reagan al poder, permitió que esto pasara.

Y ahora, ¿qué?, ¿estamos ante una nueva crisis financiera mundial? La caída del Silicon Valley Bank ha arrastrado a otros bancos estadounidenses, pero en Europa también hemos asistido al descalabro del Credit Suisse. Aunque, a priori, no parece que exista una conexión entre ambas instituciones, lo cierto es que vivimos en un mundo global y estamos interconectados. En España, la repercusión de esta tormenta financiera ha sido la caída del Ibex 35, en la peor semana desde que estrenamos el año. Aquí, con una inflación al alza, los mensajes tranquilizadores que llegan de las altas esferas no dejan de tomarse con cierta desconfianza, que es justo lo que hace más daño al sistema. Desconozco cómo acabará todo esto, pero de una cosa estoy segura, al final, lo pagaremos los de siempre.

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