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¿Qué hay dentro de los Baluartes?

Aureliano Sáinz

Uno de los objetivos que me había marcado cuando el pasado viernes me desplacé desde Córdoba a Alburquerque no solo era llevar los libros sobre la vida de don Álvaro de Luna y la historia del Castillo a las librerías, sino que también tenía un interés especial en conocer cómo había quedado la enorme obra en hormigón armado que se había ejecutado en los Baluartes. Obra a la que, como todos bien sabemos, una vez que el proyecto de la hospedería fue definitivamente cancelado, la Junta de Extremadura destinó una elevada cantidad de dinero público (alrededor de 600 mil euros) para dar una nueva función a ese enorme espacio que se había creado.

Mirando hacia atrás, recuerdo que, cuando desde Adepa interpusimos una demanda en contra del proyecto de la hospedería, el juez que llevaba el caso nos convocó a los arquitectos (el que firmaba el proyecto y a mí como miembro de la Asociación) para que le explicáramos in situ y de manera directa el impacto de la hospedería en la mejor fortaleza medieval de la época cristiana de Extremadura.

En aquella ocasión pude contemplar una obra que impresionaba, dado que los enormes muros, techos y vigas de hormigón armado recorrían todo el interior de los Baluartes, partiendo de aquel en el que se había realizado la entrada, el denominado Pico de Diamante, hasta alcanzar el tercero de ellos (el cuarto fue excluido de la hospedería).

Algo que en ese encuentro me llamó poderosamente la atención era el gran eco que se formaba en su interior simplemente hablando entre nosotros de manera normal. Esto se lo hice ver al arquitecto que firmaba la segunda y la tercera reforma (dado que en realidad hubo tres proyectos distintos, aunque siempre se hablaba del “proyecto de la hospedería”), una vez que el primer arquitecto abandonó el proyecto inicial por el rechazo que generaban la torre y la pasarela de la primera propuesta.

Dado que en la noche en la que llegué al pueblo actuaba el cantautor extremeño Luis Pastor en la Casa de la Cultura, tuve la ocasión de conocer personalmente a Jesús Martín, concejal de la nueva corporación municipal, responsable de Baldíos, Turismo y Empresa. Tras la actuación, pudimos charlar tranquilamente en el bar cercano, acordando que por la mañana del sábado nos encontraríamos para que juntos viéramos cómo se encontraba el Centro de Interpretación del Medievo. En esa charla, pude comprobar que Jesús era una persona cordial y entusiasta, y que entre sus empeños se encontraba revitalizar el importante patrimonio histórico con el que cuenta Alburquerque.

Una vez que llegamos a la entrada, le pedí que me hiciera una foto para dejar constancia de que penetraría en un recinto que había estado cerrado nada menos que ¡diez años! a la mirada de los vecinos que deberían haber contemplado con sus propios ojos tanto la nueva obra arquitectónica como todos los elementos que configuraban ese Centro de Interpretación del Medievo, con el que se pretende dar una nueva función al cambio de unos Baluartes construidos por las fuerzas portuguesas cuando ocuparon Alburquerque en los inicios del siglo XVIII durante la Guerra de Sucesión española.

Lo que me llamó poderosamente la atención al entrar era la temperatura agradable que existía, puesto que los enormes muros de hormigón dan lugar a que sea un recinto con un ambiente aislado térmicamente del exterior. De este modo, pude comprobar algo que Jesús me corroboró: todo estaba en perfecto orden sin que hubiese ningún deterioro en los elementos de ese nuevo centro al cabo de esos años. “Como verás”, me apuntó, “solamente vamos a encontrarnos con algunas cagadas de gatos en esta parte, que no sé cómo pudieron entrar, pero que ya pudimos expulsarlos”. Efectivamente, algunas de ellas aparecieron en el suelo durante el recorrido que hicimos.

Curiosamente, en esta ocasión, y en el espacio interior del Pico de Diamante, no noté el eco que más tarde sí comprobaríamos en los alargados pasillos. Esto se debe, a mi modo de entender, que los paneles que se habían dispuesto para explicar la historia en la Edad Media, y la que atañe a Alburquerque, servían de pantallas de amortiguamiento del sonido interior.

Para los dos estaba claro que, tal como encontramos el Centro de Interpretación del Medievo, podría abrirse pronto a las visitas, una vez que se estableciera la conexión a la red eléctrica y, de modo especial, que se creara el camino de acceso a los visitantes, partiendo del baluarte más alejado hasta llegar a la entrada, dado que el acceso más corto, el que se encuentra en la parte lateral posterior a la iglesia de Santa María, tiene una fuerte pendiente que impide, por motivos de seguridad, sea el camino hacia la entrada.

Reconozco que fue un placer realizar un recorrido visual por los relatos que se contaban en los paneles que estaban dispuestos para que se conociera la historia que había afectado a la villa de Alburquerque en la Edad Media, tal como vemos en los destinados a explicar la poco conocida batalla de Zalaca, guerra de gran significado entre los reinos taifas musulmanes y las fuerzas cristianas contendientes.

Dado que una parte del recinto es de doble altura, una vez que realizamos el itinerario correspondiente al de la planta baja del Pico del Diamante, subimos a la superior, en la que se encontraban los espacios destinados a distintos servicios: administrativos, de grupos de trabajo, espacios de debate y de presentación de conferencias, lugares lúdicos para los niños, etc. Es decir, todo lo necesario no solo para aquellos que desean conocer el Castillo de Luna con información previa sino un lugar preparado para que puedan realizarse, por ejemplo, visitas escolares, tanto del pueblo como fuera de él.

Pero quedaba un espacio importante que recorrer: aquel que inicialmente estaba destinado a las habitaciones de los alojamientos. Todas ellas realizadas con muros de hormigón armado, como si fuera un verdadero búnker en el que podría refugiarse la población en caso de emergencia nuclear. No bromeo del todo con lo que digo, dado que esto, en gran medida, justifica la millonaria inversión que se realizó para llevar a cabo la alucinante hospedería que se iba a construir: cientos y cientos de metros cúbicos de hormigón armado para esta obra ‘faraónica’ que ahora hay que darle algún sentido.

Una de las dudas que me expresó Jesús estaba relacionada con la cubierta. Se preguntaba si podría aguantar el peso de vehículos para que pudieran llegar a la entrada del Castillo. Por mi parte, y por en conocimiento que tengo de obras similares, le afirmaba que yo no tenía ninguna duda; pero que habría que consultar los planos en los que se indican las resistencias de los elementos estructurales para estar totalmente seguro en este punto.

Ambos estuvimos suficiente tiempo reflexionando acerca de lo que se podría realizar a medio y a largo plazo en los Baluartes, en el Castillo y sus entornos. Para mí, fueron una visita y una charla muy valiosas, ya que, tal como indiqué al principio, encontré a una persona joven, entusiasta, con ganas de trabajar y destinar tiempo a la mejora del patrimonio del pueblo.

Por mi parte, le indiqué que contara conmigo en lo que pudiera aportar, pues soy consciente de que la lucha y el trabajo no se acabaron cuando se dio el ‘carpetazo’ al proyecto de la hospedería. Ahora hay otra apasionante tarea como es la de reconstruir ese Alburquerque tan deteriorado que todos hemos heredado en contra de nuestros deseos. Incluyo en la última expresión también a los que residimos fuera de él, puesto que los que amamos a nuestro pueblo no nos resistimos a ver cómo quedó tras años de silencio, miedo y oscurantismo… Pero, insisto, la labor ahora, con todas sus dificultades, es apasionante.

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