EUGENIO LÓPEZ CANO
En lo que se refiere a los niños, lejos de las distracciones propias que nos ofrecen los tiempos que corren, más dados a gozar de la vida de puertas hacia adentro que de disfrutar de la libertad que desde siempre nos ofreció la calle, las diversiones que conocimos, al margen de los juegos y canciones que, como he referido, requiere por su importancia y extensión un capítulo aparte, fueron sobre todo aquellas que por razones económicas exigía recurrir a la imaginación.
El juego, en su concepto más amplio, era pues el común denominador que se proyectaba sobre los tiernos años, y se alargaban más allá incluso de la mocedad. Así nos encontramos, por poner sólo dos ejemplos, con las distracciones que nos ofrecían la navidad y los carnavales, rescoldos de una época pasada vivida en libertad, y en mi niñez disfrutada tan sólo en los casinos, únicos centros autorizados para ello. Si tomamos como ejemplo estas dos fiestas, nos damos cuenta de lo que significaba, y significa todavía en las personas, el juego inocente de los disfraces, entonces recluido, por vetado, tras los muros de las casas, permanentemente vivos en cada suerte del día, y hoy, una vez en libertad, ocupando con desenfreno las calles y lugares públicos. De ahí quizá el amor que desde todas las épocas se tuvo por las representaciones teatrales, celebradas tanto por niños como por jóvenes y mayores, y que hoy tienen su mayor aceptación en las distintas fiestas populares a las que dedicamos por su importancia un capítulo aparte.

La casa, por otro lado, era una fuente inagotable de recursos festivos, desde las partidas universales del parchís y la oca, hasta los juegos del escondite y las muñecas o casitas, pasando por el veo-veo, los concursos de sombras chinescas, las entrelazadas figuras de cuerda entre los dedos…, sin olvidar -¡bendita imaginación!- las películas de los jueves y los cuentos y novelas de todo tipo que con inusitada avidez bebíamos para proyectar la imaginación en escenas de damiselas y caballeros, o en lances de pistolas y espadas, repetidas mil veces en cualquier rincón del hogar, sombras que luego se alargaban hasta el piecero de la cama para colarse y confundirse con el sopor de las sábanas blancas.

Traspasar la puerta de la calle -con pantalón corto y tirantes, ellos; con faldita y trenzas, ellas- era como recibir una bocanada de aire fresco en el alma. Allá afuera el mundo, lejos de las prohibiciones y miradas indiscretas de los mayores, se convertía en lo más atractivo de la vida, marcada por cada estación del año: la pandilla, ir a nidos o a grillos, a robar fruta, el futbol, las chapas, el aro, la repiona o peonza… Un repertorio, en fin, inacabable, que sólo las horas marcadas por la familia conseguían poner fin a tanto desasosiego.
Los entretenimientos de los más mayores, además de compartir muchos de ellos con los más pequeños de la casa, diferían bastante según el sexo y la condición. El ser hombre o mujer, de ésta u otra clase social, conllevaba en su mayoría disfrutes completamente distintos. Así en el primer caso, los casinos, las tabernas y La Plaza eran puntos de encuentro para los varones, en especial esta última, en cuyo entorno estuvo

la plaza de abastos, único espacio que casualmente permitía a diario las relaciones de hombres y mujeres. Los juegos de cartas, dominó, damas y ajedrez, sobre todo los dos citados en primer lugar, eran, y son, los preferidos por la mayoría; el futbol y otras representaciones, como espectador, y la caza y la pesca, como practicante, son otras de las aficiones que más se permiten.

Las mujeres en cambio tenían en la calle y en las casas sus lugares preferidos de reunión, como vemos diametralmente opuesto a lo que hoy asistimos, sobre todo en las más jóvenes que comparten con los hombres los mismos lugares, excepto La Plaza que sigue siendo, digamos, coto privado de éstos. Las relaciones sociales se centraban en los oficios de la iglesia, las tertulias caseras mientras cosían o bordaban, la afiliación a asociaciones benéficas y religiosas y las visitas a casas particulares, lo mismo para corresponder o devolver una visita, o simplemente para cumplir con algún compromiso social. A propósito de trabajos corporativos, en la actualidad siguen, mucho más que los hombres, comprometiéndose con asociaciones de corte social como drogadicción y minusvalía.

Aunque pueda pensarse que los hombres y las mujeres estuvieron siempre separados en la vida cotidiana, sin embargo. nada es más lejos de la realidad puesto que eran muchos los momentos que al cabo del año se les permitía disfrutar juntos, coincidiendo eso sí con tareas domésticas y fiestas muy determinadas como matanzas, cumpleaños, navidades, carnavales, ferias, fiestas… En la actualidad, sin embargo, lejos de los prejuicios y prohibiciones de antaño, comparten y disfrutan más a menudo de diferentes entretenimientos repartidos en actos culturales y fiestas populares, compartiéndolas incluso activamente.
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