Aureliano Sáinz
“¿Qué población tiene Córdoba?”, me preguntó Pablo al poco de salir del pequeño y acogedor hotel ubicado en el casco histórico de la ciudad, y en el que se había hospedado con Charo, en la visita que habían planificado para conocer la ciudad de los califas. “Aproximadamente, tiene unos trecientos treinta mil”, le respondí. “Entonces, pienso, que es el doble que Badajoz”, me afirmó, con la intención de hacerse una idea de su extensión.
Para nosotros fue una gran alegría recibir a estos dos amigos que desde Alburquerque nos habían anunciado que el fin de semana que comenzaba el viernes, 6 de octubre, lo pasarían en la ciudad en la que Flora y yo residimos desde hace muchos años. Así, ya anochecido, nos acercamos al hotel Los Naranjos para contactar con ellos y llevar a cabo un recorrido nocturno por la zona que se corresponde con el enorme paseo al que popularmente se le llama Vial Norte.
“¿Os gusta la comida japonesa?”, les preguntamos para saber si les apetecía cenar sin alejarnos mucho de donde pernoctaban. “No hay ningún problema, ya que a los dos nos encanta”, nos comenta Charo. Les aclaramos que los dueños de Tokyo, que así se llama el restaurante, son dos amigos, Marta y Lai Lai, ambos de origen chino, que hablan español a la perfección. Les informo que yo no como con palillos, a pesar de los muchos años que Flora y yo acudimos casi semanalmente a este restaurante que tiene el nombre de la capital nipona.
Durante la cena comentamos nuestras últimas novedades; disfrutamos de una charla tranquila, ya que el local se encontraba a mitad de gente; nos reímos un montón; hablamos, cómo no, de Alburquerque y de los amigos comunes, y permanecimos hasta que nos dimos cuenta de que, junto a una pareja, éramos los únicos que quedábamos. Salimos, pues, con la intención de regresar a nuestros respectivos lugares: casa y hotel.

“Sois de una puntualidad inglesa”, nos dice Charo cuando a las diez y media de la mañana del día siguiente llegamos a la puerta de donde se alojaban, ya que era la hora convenida para recorrer el casco histórico y, cómo no, acercarnos a la Mezquita, monumento de visita ineludible por parte de quienes se acercan a Córdoba.
Nada más empezar a caminar les indiqué, al llegar a la esquina de la calle, que se pusieran los tres junto a la escultura de bronce en la que aparece una mujer regando las macetas colgadas en una pared de un blanco impoluto.
“Poneos guapos porque ya sabéis que vais a salir en Azagala digital”, les indico con cierta guasa, al tiempo que le pido a Flora que me deje su móvil, ya que yo no me había traído la cámara con la que suelo realizar las fotos. Aunque estoy seguro de que entienden el significado de esa escultura, les comento que la Fiesta de los Patios cordobeses es Patrimonio de la Humanidad, de modo que visitar Córdoba en el mes de mayo y contemplar esos espacios populares llenos de macetas con flores se convierte en un verdadero placer para el sentido de la vista.


Hacemos una posterior parada en la explanada que se extiende delante del Ayuntamiento. Allí nos sentamos un momento en un banco de mármol antes de contemplar las columnas del templo romano que colinda con el edificio del consistorio.
Intentando ser buenos acompañantes, les damos las informaciones que conocemos sobre el templo del siglo I de nuestra era y que lleva el nombre de Claudio Marcelo, que fue el militar romano que promovió la creación de la ciudad. Contemplamos las columnas y los capiteles, en un buen estado de conservación, desde un punto de vista de contrapicado, de manera que, junto a su elevación, se percibe la esbeltez de las columnas que rodeaban al templo.
Subimos la empinada calle que también lleva el nombre de Claudio Marcelo hasta alcanzar la Plaza de las Tendillas, centro neurálgico de la ciudad. Allí se encuentra la estatua ecuestre de Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como El Gran Capitán.

Les indico que es la única escultura ecuestre que existe en Córdoba, localidad llena de estatuas y grupos escultóricos que homenajean a los personajes ilustres relacionados con la ciudad. Hablamos del paralelismo que se da con el Caballero Medieval que también ha sido instalada en pleno centro de Alburquerque y que, a buen seguro, acabará convirtiéndose en un símbolo del pueblo.
La mañana se nos muestra espléndida, por lo que no nos importa entrar a caminar por las estrechas calles de la judería. Compruebo que Pablo no se pierde detalle de todo lo que va observando -puertas, rejas, encalados, suelos empedrados-, algo que me llama la atención, dado que la gente suele marchar sin muchos miramientos por estas callejuelas siguiendo las instrucciones de los guías que conducen los numerosos grupos de turistas.
“Vamos a esperar que este grupo acabe, pues tengo interés en que nos hagamos una foto junto a la escultura de Maimónides, un famoso judío que fue médico y filósofo del medievo cordobés”, les digo, mientras observo que hay alguien sentado en una silla tocando la guitarra clásica, al tiempo que a su lado se encuentra un hombre que dirigiéndose a los turistas les dice que deben tocar con los dedos el libro y el pie de la escultura.
Una vez despejado el rincón, le pido si nos puede hacer una fotografía a los cuatro. “Faltaría más. Pero no se olviden de tocar el libro y el pie de Maimónides, que eso da mucha salud, suerte y sabiduría”, nos dice. Los cuatro nos echamos a reír por esos consejos que los turistas siguen al pie de la letra, como si fuera un rito que conviene seguir como recuerdo de que se ha estado en este lugar.

Hay momentos en que nos dispersamos un poco en ese recorrido dentro del laberinto de calles que es la judería cordobesa. Pablo, Charo y Flora entran de vez en cuando en algunas de las numerosas tiendas de artesanía que encontramos en el camino. Así, hasta que alcanzamos el Patio de los Naranjos, no antes de que a Charo y Pablo un par de gitanas les leyeran el futuro en las manos y les dieran la buenaventura tras ofrecerles unas ramitas de romero.
Entramos en la Mezquita que, en esa mañana del sábado, se encontraba llenísima de gente, ya que, junto a la Alhambra de Granada, es el monumento más visitado de nuestro país. No me extiendo, pues, en relatar el asombro que causa en quienes lo visitan por primera vez.
A la salida, nos sentamos los cuatro para descansar en unos muretes del Patio de los Naranjos. De nuevo, acudimos a la petición de ayuda para obtener una instantánea en la que apareciéramos juntos.

Se acercaba la hora de comer, y acudimos pronto a un restaurante tradicional que estaba en la propia judería. Fuimos de los primeros en instalarnos en el patio. El lugar era idóneo para descansar y tener otra larga y apacible charla. Quizás el inconveniente estuvo en que comprobé que habían cambiado de dueño y de camareros, por lo que los platos tradicionales no estuvieron a la altura de otras veces.
Tras dos horas de comida y tertulia, iniciamos el regreso. Nos despedimos tras haber realizado la necesaria visita a la Mezquita, ese enorme templo musulmán en el que curiosamente, se juntan dos religiones: islam y cristianismo.
Y es que, tras la conquista de la ciudad en 1236 por el rey Fernando III, comenzaron a crearse capillas cristianas laterales, hasta que en 1523, bajo los auspicios del obispo Alonso Manrique, se comenzó la construcción de la catedral en el centro de la superficie del templo musulmán. De este modo, en la panorámica aérea que muestro, puede contemplarse cómo la catedral se eleva por encima de los tejados que a modo de dos aguas se reparten por toda la cubierta del templo original.
Cierro esta breve descripción de la visita de estos dos buenos amigos con los que acordé que nos veríamos de nuevo en Alburquerque para compartir el viaje que el Colectivo Cultural Tres Castillos tiene programado a final de mes para la ciudad portuguesa de Setúbal. Imagino, por tanto, que será otro momento de disfrute colectivo.
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