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Mirando hacia Portugal: Miguel Torga

Aureliano Sáinz

Hay que leer. Leer a los buenos escritores. También ver buen cine, escuchar buena música, practicar o seguir algún deporte, saborear la buena gastronomía, visitar otros lugares que creamos que merecen la pena conocerlos… Son muchos los motivos por los que podemos disfrutar y sentir que, además, nos hemos enriquecido personalmente con el tiempo empleado en esas actividades.

En mi caso, si uno la lectura con el placer de viajar pronto asoma el nombre de Portugal, ese país hermano tan cercano que es territorio de grandes escritores. Y si tuviera que aconsejar la lectura de tres de ellos, citaría, por orden cronológico, a Fernando Pessoa, Miguel Torga y, cómo no, José Saramago, este último premio Nobel de Literatura en 1998. 

Dado que el menos conocido, entre nosotros, de los tres es Miguel Torga, quisiera traerlo en primer lugar en esta visita imaginaria, por lo que comienzo ofreciendo unos breves datos biográficos de este autor que tanto amaba a nuestro país.

Adolfo Correia da Rocha, que así era su verdadero nombre, nació en 1907 en el pueblecito de São Martinho de Anta, en la provincia de Coímbra. Su profesión fue la de médico, que ejerció mayoritariamente en Coímbra hasta que fallece en la misma ciudad en 1993, a la edad de 86 años. Su cambio de nombre se produce debido a la admiración que sentía por el escritor y filósofo español Miguel de Unamuno. Así pues, adopta un nombre castellano, al tiempo que su nuevo apellido, Torga, en portugués equivale a brezo, ese humilde arbusto que tanto se daba en su pequeño pueblo.

Gran poeta y autor de Diarios en los que se entrecruzan comentarios de la actualidad, anotaciones, experiencias personales, poemas y reflexiones personales acerca de la vida de los seres humanos, fechando estos estos textos fragmentarios e indicando el lugar en el que fueron escritos. Y, ahora, para que conozcamos su saudade como persona y escritor,presentaré siete de ellos, numerados, al tiempo que realizo un breve comentario.

1. Coímbra, 24 de julio de 1988. Trabajar. Es degradante, pero ayuda a pasar esta vida cotidiana. Si no nos atontase una ocupación constante, el ocio permanente y la permanente angustia del espíritu se debatirían en este mar de lodo, preguntando por qué y para qué. Y así, no. Cavamos nuestro huerto y enterramos la metafísica. Lo absurdo es tener tiempo de sobra. 

Quienes hayan leído a Fernando Pessoa ya conocerán la saudade portuguesa, esa mezcla de melancolía y nostalgia que tanto se nos muestra a través de los fados. 

2. Coímbra, 21 de agosto de 1988. ¡Ah, tiempos felices en que este día era para mí y para los que me estimaban igual a los demás! Sin edad en mi inquietud y en su recuerdo, la vida tenía la eternidad que yo le inventaba.

Nostalgia del tiempo pasado en el que se había sentido feliz. Pero este sentimiento es universal, nos afecta a todos cuando evocamos momentos dichosos que sabemos fenecidos. 

3. Chaves, 6 de septiembre de 1989. ¡Lo que es preciso hacer y decir para desatar el nudo ciego de algunas almas! Almas oscuras, como todas las almas, pero celosas de esa oscuridad en que viven. Acongojadas en cada momento de la vida, ansían libertad sin desearla de verdad. Parecen adictas a la desesperación. Y disimulan con mal disimulada desconfianza a quien procura ayudarlas, enseñándoles la luz. Años y años de resentimiento han creado en ellas una segunda naturaleza, tímida, cerrada, esquiva. Y es en el fondo del pozo donde se sienten seguras.

La experiencia, en ocasiones, nos hace tropezar con personas de ‘almas oscuras’, tal como dice el poeta portugués. Seres cuya existencia parece tener como única finalidad amargar la otra existencia de quienes les rodean. 

4. Coímbra, 1 de marzo de 1990. Libertad. Me he pasado la vida cantándola, siempre con su identidad en el pensamiento, sabiendo que es el supremo bien del hombre. Nunca podemos ser plenamente felices, pero podemos en toda circunstancia ser enteramente idénticos. Solo que, si el precio de la libertad ya es alto, el de la identidad lo duplica. La primera, puede sernos otorgada hasta por decreto; la otra, es siempre de nuestra entera responsabilidad.

En el mundo de las apariencias que habitamos, no es fácil, para quien ama ser libre, aceptar las medias verdades, las autojustificaciones y las mentiras que, con múltiples ropajes, actualmente se nos venden a diario en los medios digitales y en las redes sociales.

5. Coímbra, 6 de diciembre de 1990. Mano a mano televisado de los dos principales candidatos de la República Portuguesa. Un espectáculo triste, que entristece a todo el que crea en la democracia. Y yo creo. Tiempo vendrá en el que dialogar cortésmente sea un acto natural de todos los hombres civilizados, incluso cuando se disputan el poder, que sea una manera plebiscitaria de servir mejor, y no un trampolín para cualquier megalomanía o ambición inconfesada.

Pareciera que ese debate al que alude Miguel Torga se ha enquistado en las democracias actuales, por lo que no es de extrañar que aspirase a que puedan ser de personas civilizadas. 

6. Coímbra, 22 de julio de 1991. No tener futuro. Ni siquiera el día de mañana. Vivir indiferente a la vida, con los dedos sintiendo el pulso y esperando el doblar de la última campanada del corazón.

Se acerca el final de su vida. Se palpan los últimos rayos de luz. En el ocaso, se atisban los límites del propio cuerpo. La vida ya se siente como ajena y perteneciente a un pasado imposible de recuperar. 

7. Coímbra, 27 de marzo de 1993. Envejecer no es para cobardes. Y morir, mucho menos. Valientemente he envejecido, y valientemente me voy muriendo. Pero me llevo una duda: ¿he sido, de veras, valiente, o he vivido siempre en pánico, con miedo a no serlo? 

“Envejecer no es para cobardes”. Nunca había escuchado una sentencia tan contundente, tan clara y definitiva, dicha por un hombre que tuvo como meta ser honesto y sincero consigo mismo a lo largo de la vida.

Cierro, volviendo al principio e indicando que para mí siempre es un placer visitar Portugal, solo o acompañado, sea por motivos académicos o por el placer de seguir conociendo a este hermoso país. Y dado que el último viaje en el que participé fue el organizado por el Colectivo Cultural Tres Castillos rumbo hacia la capital portuguesa, siguiendo esas rutas magníficamente explicadas por Moisés Cayetano, y de la que se informó ampliamente en Azagala, he optado para la portada de este artículo por una fotografía que se corresponde a una estancia que Flora y yo, tiempo atrás, tuvimos en la Universidad de Lisboa para participar en un congreso de educación artística.

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