EUGENIO LÓPEZ CANO
¿Y si le insuflásemos un soplo de vida? Ay, entonces aparecerá ante nosotros una fuente inagotable de usos y costumbres de ésta o cualquier época. ¿Cómo eran sus relaciones de vecindad? ¿Cómo los bautizos, las bodas, los entierros? ¿Y el amor? ¿Cómo se manifestaba el amor, sobre todo en un tiempo en el que el buen nombre era a menudo el único patrimonio y blasón de la familia? ¿Qué profesiones se ejercían en plena calle? ¿Qué fiestas? ¿Qué juegos y canciones? ¿Qué romances de ciegos? ¿Qué personas solían frecuentarla a lo largo del día: vendedores, pedigüeños, serenos?… ¿Cómo pregonaban cada uno sus mercancías? ¿Cuál era la forma de expresarse, las palabras en uso, los tratos en los negocios…? ¿Qué disposiciones municipales existían? ¿Qué normas había respecto al vertido de aguas fecales, a la tenencia de animales en la vía pública, a la limpieza de fachadas y puertas…?…

¿Y su nombre? ¿Tuvo siempre el mismo? ¿Adoptó después algún otro u otros después? ¿Por qué es importante conservarlos? Algunas de sus calles -no tantas como quisiéramos- nos hablan, como documentos fehacientes, de los antiguos gremios que existían en ella (Zapateros, Ovejeros…), o de los personajes que la habitaban (del Pilar, del Risco…), o nos señalan cuál fue la principal (Derecha, Calzada…), o dónde existía un pozo, con o sin abrevadero (Blanco, Las Pilas…), o una ermita (San Antón, Rosario…), o sencillamente nos indica cualquier detalle relacionado con la vida urbana (El Reloj, Romanos….), etc., etc. De ahí la importancia, como siempre decimos, de mantener el nombre originario de las calles, puesto que borrándolos destruimos al mismo tiempo una parte importantísima de nuestra historia, sin olvidar los sentimientos de quienes viven y se criaron en ella.

Hasta aquí la calle en lo que representa lo histórico, constructivo, personal, familiar, social, etc.… Pero ¿y la emotividad? ¿Qué hacer con la belleza plástica que nos ofrece a la vuelta de cualquier recodo, en cualquier rincón? Y os preguntareis incrédulos, pero dónde. Dios… En la misma perspectiva, en el juego de luces y sombras proyectándose sobre las fachadas, en el contraste de la cal con el negro de la forja o el verde de las persianas… ¿O es que no os conmueve una sencilla ventana encalada, y sobre la pizarra del alfeizar unos botes de hojalata, viejos y herrumbrosos, cuajados de geranios en flor? Y si es así, ¿cómo no emocionarse con la imagen que nos ofrece una calle antigua, enriquecida por el tiempo, o si me apuráis, un callejón mismo, abandonado y cubierto de piedras? No es necesario, por tanto, que tenga casas importantes, ni que posea unas determinadas medidas, sino que dentro de la sencillez sepamos captar, como decimos, la perspectiva y la luz deseada hasta conseguir que se nos quiebre el alma.

De este modo, desde la belleza misma que comentamos, podemos admirar, olvidándonos del tiempo, la habilidad de nuestros viejos artesanos, plasmada en múltiples ejemplos: trabajos de herrería, reflejados en forja, cerraduras, picaportes…; de albañilería -recordando los alarifes de antaño- en aleros y fachadas, así como dibujos caprichosos en zócalos, ventanas, chimeneas…; de cantería, en gárgolas, dinteles, jambas…; de carpintería, en puertas, ventanas y balcones, e incluso -siempre que nos entretengamos en buscar- hasta hallaremos trabajos de lateros que, a pesar de su aparente simpleza, no dejan de sorprendernos con aquella vena artística de los artesanos de antaño que, dentro de su modestia, y a pesar de las necesidades económicas que sufrían, se preocupaban más del orgullo y la estética del trabajo bien hecho que del valor monetario del producto.

…Y por último, la fantasía. Esto es, jugar con la imaginación. Recrear, por ejemplo, la calle cuando sólo era un simple camino de herradura o una sinuosa calleja de piedras sueltas que se perdiera a lo lejos entre los llanos, para irla vistiendo poco a poco de casas miserables, modestas y ricas, que de todas clases hay en cualquier vecindad. Cerrar los ojos y darle vida a cada trozo de esa calle, hasta que se nos antoje un universo de tradiciones, una especie de microcosmos rebosante de vida: el murmullo familiar que nos envuelve cada día, los viejos y nuevos romances que transmiten las voces femeninas a través de puertas y ventanas, la vestimenta de cada uno, los carros, los vendedores…, y tras las paredes, al abrigo de cada familia, las enfermedades, los curanderos, las brujas, la religión, las supersticiones…, y en medio de este teatro de la vida, el amor y las pasiones, la alegría y los sinsabores, el difícil trabajo y la supervivencia de cada día, la abundancia de unos pocos y la indigencia de casi todos…, y en el aire enrarecido de los tiempos difíciles, la guerra y la paz, la paz y la guerra siempre presentes a lo largo de los siglos en esta plaza fronteriza. En fin, tantas y tantas preguntas por hacerse…
…y tantas y tantas respuestas por darse y darnos, en vano.
Quizá sea por eso que soñemos tan a menudo con una calle empedrada, colmada de luz, con las casas recién encaladas y el humo de las chimeneas desperezándose cansinamente, cielo arriba, sobre los tejados…,
…y en mitad de ella un maestro, y a su alrededor, como una bandada de pardales inquietos, un puñado de niños atentos a sus doctas palabras…
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FOTOS: Archivo AZAGALA y Mari Carmen Martín
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