Aureliano Sáinz
Es una pena que en este mundo tan saturado de noticias de todo tipo, en las que predominan las que más nos inquietan, se borren tan pronto aquellas que nos llegan a lo más hondo del alma, las que nos hacen pensar que, a pesar de todos los pesares, en la humanidad hay un fondo de grandeza que, milagrosamente, a veces se encarna en los más pequeños.
Hago esta reflexión porque acabo de terminar el libro sobre el estudio de las emociones de niños y adolescentes a través del dibujo de la familia y que ya lo he enviado a la editorial para su publicación. Lo cierto es que en el capítulo que trataba de la enfermedad en la familia, uno de los dibujos que incorporé era el de un niño de 9 años que representaba a sus padres y los tres hermanos en el bosque, como si estuvieran perdidos.
La razón de este dibujo, un tanto simbólico, tenía su sentido si consideramos que el padre padecía cáncer de leucemia y se encontraba en estado terminal. El chico, como es natural, sentía una gran angustia imaginando que su padre pudiera fallecer. Y la razón de que se dibujara en un bosque procedía de que en algunos relatos infantiles el protagonista se siente perdido en un bosque y no sabe cómo salir de ese lugar que tanto miedo le produce.

¿Y qué relación tiene lo que acabo de contar con el título de este artículo? Posiblemente, alguno de vosotros ya sepáis la emocionante historia de Lesly, la niña indígena colombiana de tan solo trece años que cuidó durante 40 días a sus tres hermanos de 9 años, el mayor, 4 años, el mediano, y de 11 meses, el más pequeño, en la selva de Caquetá, una de las más peligrosas de Colombia, tras la muerte de su madre al estrellarse la avioneta en la que viajaban.
No sé si aplicarle la palabra heroína a esta niña, porque es algo que queda fuera de los significados que solemos emplear. Para mí, esta niña está muy por encima de Julio César, de Alejandro Magno, de Napoleón o de cualquiera de los nombres tan ostentosos con los que se nos suele explicar la historia (sea con mayúscula o con minúscula).
Quizás, imagino para que no se olvide, que “Lesly” pudiera convertirse en el título de un cuento verídico que se les podría contar a los más pequeños cuando en la cama esperan que se les narre alguna historia que les ayuden a que el sueño venga a introducirlos en ese mundo tan misterioso que nos asombra cuando nos despertamos y recordamos las escenas en las que nos hemos visto envueltos.
Un cuento en el que una pequeña heroína (ahora sí empleo este término) siempre aparecerá y nunca abandonará a los niños cuando se pierden en cualquier lugar y no encuentran a sus padres, porque se despistaron en un momento.
Lo cierto es que la realidad nos ha dejado una historia verídica enormemente conmovedora, que bien pudiera trasladarse a la forma de un relato intemporal, que sustituya a aquellos otros ya clásicos con los que se atemorizaba a los más pequeños, porque se pensaba que de este modo harían caso a los padres, cuando lo que se lograba era insuflar temores innecesarios.
Pienso, a fin de cuentas, que no deberíamos tan pronto de olvidarnos de estos hechos porque son auténticos ejemplos de la grandeza del ser humano y dejarlos bien archivados en nuestras memorias. Y una manera de hacerlo es convertirlos en relatos para ser contados, tal como tiempo atrás se hacía.
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