Juan Ángel Santos
“Tenemos cicatrices en los lugares más insospechados como si fueran mapas secretos de nuestra historia personal, vestigios de viejas heridas. Algunas heridas se cierran dejándonos sólo una cicatriz, pero otras no. Algunas cicatrices las llevamos a todas partes y aunque la herida cierre el dolor persiste. ¿Cuáles son peores las nuevas heridas terriblemente dolorosas o las viejas que debieron cerrarse hace años, pero no lo hicieron? Quizás las viejas heridas nos enseñan algo, nos recuerdan donde hemos estado y lo que hemos superado, nos enseñan que debemos evitar en el futuro o eso creemos, aunque en realidad no es así, hay cosas que debemos aprender una y otra vez.”
El término francés “dejá vu” identifica esa sensación que a veces nos asalta, de estar viviendo algo ya vivido, una especie de retorno momentáneo al pasado. Lo efímero de esa sensación es su virtud, porque cuando esa evocación temporal se extiende más allá de lo breve, pasa a ser una bella o angustiante reincidencia.
Quisiera creer que cuanto acontece en nuestro pueblo después de una esperanzadora metamorfosis, es solo un “dejá vu”, un instante pasajero fruto de la intensidad de los cambios y de la enorme responsabilidad que pesa sobre los hombros de todos. De lo contrario, caería en la más profunda de las tristezas pensando en la irredimible condición de perdedores que pasaríamos a portar.
“Una guerra no termina nunca, la guerra no se gana con la victoria” decía Ernest Hemingway en la novela “Adiós a las armas”. Es posible que esto sea lo que sucede en Alburquerque. Es posible que no seamos capaces de encontrar el camino de la paz o, peor aún, que solo seamos capaces de seguir el rumbo marcado por los caudillos de la guerra.
Las elecciones municipales han sido la culminación de un largo e ilusionante proceso de rehabilitación social e institucional. Era imprescindible que fuera la voluntad popular la que decidiera, con sus votos, el destino inmediato de nuestro pueblo, y así lo ha hecho, colocando a cada cual en el lugar que, según su criterio, les corresponde.
Utilizando términos futbolísticos, venimos de una serie de severas derrotas en las que, además del entrenador cesado, se ha señalado a una serie de jugadores cuyo bajo rendimiento aconseja una jornada en el banquillo. No son solo los titulares indiscutibles, también jugadores que participaron activamente en el descalabro liguero y que, por el bien del equipo, debieran quedarse en el vestuario de la reflexión, para acometer el resto de temporada con la calidad que se les supone. No son imprescindibles, solo necesarios y provechosos… como el resto de los jugadores de la plantilla, ni más ni menos.
¿Significa esto renunciar a la legitima expresión? En absoluto, bastante silencio hemos sufrido. Todos sabemos del poder sanador de la palabra cuando se usa con ánimo constructivo, pero también de su poder devastador cuando se utiliza de manera aviesa. Simplemente significa que, entre la discrepancia y el enfrentamiento, entre la creatividad y la destrucción, entre la calma y la cizaña, entre la suma y la resta, hay un universo de matices que, si no se aprecian y se respetan, se estará haciendo un flaco favor a la distensión, a la convivencia y al progreso del pueblo. De esa necesaria reflexión y de esa capacidad de contención, dependerá que el equipo se mantenga o pierda la categoría.
Es posible que nadie se sienta aludido en esta incalculada homilía…me alegro porque no tiene destinatarios; es solo una moneda lanzada al aire. Por otra parte, será un signo evidente de que, todos estamos en sintonía y con un objetivo único de reconstruir los puentes dinamitados, de limpiar las minas dejadas en la retirada, de desescombrar las casas derruidas, de recuperar los cadáveres del campo de batalla, de reconciliar a quienes se enfrentaron y de decir adiós a las armas.
Si no es así, esperemos no tener que repetir aquella lacónica frase de un genial Gary Cooper en la película de 1932: “Durante mucho tiempo esperé la victoria, ahora ya no la espero, ya no creo en la victoria”.
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