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ORGULLO Y PREJUICIO

Juan Ángel Santos

Mas otra España nace,

la España del cincel y de la maza,

con esa eterna juventud que se hace

del pasado macizo de la raza.

              Antonio Machado (“El mañana efímero”)

Por lo acontecido y noticiable de los últimos meses, tenía en mente hablar de la Vergüenza, así con mayúscula, por si se pierde y es menester buscarla; de la vergüenza propia y de la ajena, de la que se presume y de la que se carece, pero temiéndome que todavía queden cosas por contar de ella, esperaré a que mayo se marchite y nos sorprenda.

A cambio, por ser menos áspero, he preferido tomar prestado el título de la novela de Jane Austen, para condensar en dos palabras, la reflexión que me traigo de un ameno fin de semana en Alburquerque, donde la música y el deporte tomaron la calle, arrinconando cábalas, controversias, presagios y veredictos que terminarán por hastiarnos en los días venideros.

De la misma forma que la práctica deportiva tonifica, oxigena y fortalece nuestro cuerpo, la vida social estimula, ejercita y aviva nuestra mente. Hay que salir del cuarto oscuro, huir del ocioso voto de silencio, abandonar la soledad del reo doméstico, liberarse de la tutela impuesta por los medios de comunicación y las redes sociales…hay que salir, abordar las calles y campos, conversar con amigos y vecinos, corresponder al sol por su generosidad y a la luna por su quietud… hablar, sentir, vivir.

De esta manera, uno puede, en un escaso intervalo de tiempo, escuchar a un tuno en el teatro “Rafael Fenoll”, invitando a las autoridades a promover las tradiciones como elemento de cohesión social y dique frente a la despoblación rural; disfrutar del entusiasmo con que Conchi Román te cuenta su reciente, exitosa y, a buen seguro, infinita aventura empresarial en el sector de la repostería artesana o, especular con amigos sobre las potencialidades y déficits de la hostelería en Alburquerque de la mano de un turismo creciente y un dinamismo que entusiasma.

En todos esos momentos, el denominador común, gira en torno a esa capacidad que ofrece la tradición y lo autóctono como aliado imprescindible para el desarrollo local. Me lo cuenta Conchi y me lo confirma Jose Rivero. El punto de partida, señala, a veces, el próspero final de un camino.

La historia, la gastronomía, la música, las fiestas, los ritos y las costumbres, nuestras peculiaridades talladas a lo largo de siglos, son señas de identidad y manifestaciones del orgullo de un pueblo. El caudal que de todo ello puede extraerse es irrenunciable, pero ¡ojo!, no todo lo proveniente del pasado es saludable o, al menos, convincente y conveniente de preservar. Ya lo decía el filósofo Karl Popper: “Hay que estar contra lo ya pensado, contra la tradición, de la que no se puede prescindir, pero en la que no se puede confiar.”

Puede parecer radical si se saca fuera de contexto, pero indicativo de las precauciones que deben tomarse frente al pasado, porque de él pueden derivarse innumerables lecciones y aportes, pero también, nos llegan rémoras que perturban y distorsionan el progreso. Entre estas rémoras se encuentran los prejuicios, las intolerancias, los estereotipos y las malas costumbres, cada una con distinto grado de viscosidad, cada cual con su nivel de resistencia a los avances.

El ámbito rural es un hábitat especialmente propicio para maniobrar desde el tradicionalismo y para el enquistamiento del prejuicio y la mala costumbre. Así, en pueblos como el nuestro es posible encontrar, todavía y por raro que parezca, a personajes decimonónicos y extemporáneos que, en su penosa soledad, creen vivir en aquellos pueblos dóciles y serviles, donde el “señorito” menospreciaba al peón, al que no tenía donde caerse muerto, con una arrogante mirada como si del “Azarías” o la “niña chica” de Los Santos Inocentes se tratase. Un estereotipo social que remonta los privilegios a la diferente cuna, que soporta la superioridad en la posesión, en la hacienda y el apellido, que hace creer ser por soberbia lo que nunca se podrá ser por humildad. Un anacronismo en vías de extinción, aunque, como el lobo o el lince, pervive mimetizado en el bestiario local.

Para discernir qué parte de la tradición es oportuno mantener e impulsar, y qué parte de ella es preciso borrar, para esculpir un futuro equilibrado con la destreza que proporciona la mesura, basta con tirar de otro de los títulos de Jane Austen: Sentido y sensibilidad o si prefieren otra traducción: Sensatez y sentimientos. La mayoría de ustedes sabrán, haciendo uso del sentido común y del corazón, como conciliar lo antiguo y lo moderno, la tradición y el progreso, el orgullo o el prejuicio, sin afectar gravemente a la salud… el resto, los neandertales de vocación, pueden seguir domiciliados en su caverna esperando a que llegue la noche.

Nuestro mejor acierto ha sido y es saber fusionar la tradición y el progreso, nuestro peor error ha sido y es mantener vivos hábitos insolentes e insostenibles.

Así que salgan, disfruten de nuestro pueblo, de nuestras gentes, de nuestros emprendedores y de sus creaciones, de nuestras fiestas, de nuestras tradiciones y de nuestros avances, y si se encuentran con un “lobo”, no se dejen intimidar, mírenlo a los ojos sin temor, con desafío o desdén según se tercie y déjenlo pasar…ya no puede hacerles daño.

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