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EL PATRIMONIO DE ALBURQUERQUE (IV): Primeras huellas humanas

EUGENIO LÓPEZ CANO

Los vestigios hallados en Alburquerque por Aurelio Cabrera, entre otros, pertenecen al Paleolítico Inferior.

Desde lo alto de este picacho, conocido por Puerto de Albacar, se divisa un extenso territorio, sembrado entonces de bosques y pastizales, además de una excelente atalaya para vigilar cualquier movimiento de personas y animales. Estas razones, unidas, entre otras, a un tipo climático clasificado como mediterráneo subtropical, a la existencia de hierro para la fabricación de armas e instrumentos de labranza y a la abundancia de agua subterránea, hicieron de este risco en particular un lugar excelente para habitarlo. Testimonio de ello son las pinturas rupestres del Risco de San Blas, en La Carava y en Los Picorros, éste último junto al castillo de Azagala, además de sepulturas en pizarra y roca granítica, destacando por próximas, las que se hallan debajo de la fachada norte de la iglesia de Santa María del Mercado, en la Villa Adentro.

Respecto a la situación estratégica, bien defendida por el sur, hemos de incidir en su dominio del espacio en una extensión que va desde las llanuras del Guadiana, al Mediodía, hasta los caminos que se dirigen al norte de la región, al tiempo que vigilaban los pasos existentes en sus extremos, uno al Oeste, entre el Cerro de la Nieve y la Torre de Bacas, y otro al Este, entre el Cerro del Mesón, junto a la sierra de Santa Lucía, y la calle Pozo del Concejo, en las traseras de la iglesia de San Mateo, que a su vez ponía en comunicación los caminos reales de Castilla y Badajoz.

De las culturas romanas y visigoda existen también diversas muestras: de la primera, entre otras, los puentes de La Notaria y Las Arenosas, así como en los Caserones de Santa Leocadia, Cinco Villas y Benavente lugar este último en el que según el historiador de esta Villa Lino Duarte Insúa estuvo el antiguo Alburquerque; respecto a restos visigodos, citaremos el mismo Benavente, Azagala, la ermita Los Santiagos, junto a este castillo, etc.

El resto de la historia la seguiremos a retazos al hilo de la villa y fortaleza hasta comienzos del siglo XIX con las confrontaciones con Francia, dejando a un lado las guerras durante siglos contra castellanos y portugueses, apartados que requerirían otros capítulos al margen de la información que nos ocupa.

Con la muerte de Fernando VII y el triunfo del régimen liberal sobre el absolutista, llegaría la tan ansiada paz para esta maltrecha Villa, libre de las luchas y rivalidades ajenas, dedicándose poco a poco a reconstruir la riqueza desaparecida en su municipio, culminando en la segunda mitad del siglo XIX con el mayor periodo de expansión económica.

A partir de entonces, exceptuando algunas noticias locales, exentas de valor histórico, las crónicas de Alburquerque se circunscribirían a los sucesos cotidianos que le dictaban su propia demarcación.

El arribo del siglo XX se presentaba plena de esperanzas y expectativas. Sin embargo la I Guerra Mundial, primero, y después los conflictos permanentes con la colonia de Marruecos, representarían como a tantos otros pueblos un retroceso considerable de su economía, y en lo personal días de luto para muchas casas, en las que todavía se tenían frescos los recuerdos recientes de las guerra de Cuba y Filipinas. Después, alejándonos un poco de la intrahistoria, la misma que día a día transcurre ajena a los conflictos externos, otra guerra, esta vez civil, supuso de nuevo para esta población un larguísimo periodo de regresión económica y un triste balance de muertes y heridas enconadas.

No sería hasta la entrada de España en los organismos internacionales, allá por la década de los años cincuenta, cuando verdaderamente comienza el relanzamiento de la economía española. Sin embargo en Alburquerque, como en el resto de Extremadura, la situación económica seguía exactamente igual o peor, ocasionando una salida masiva de alburquerqueños; algunos de ellos, los más decididos, se embarcaron de nuevo buscando como en otros tiempos el amparo de las tierras americanas, las mismas que varias décadas antes les había abierto los brazos a los exiliados de la guerra civil española.

Se puede decir que con la llegada de la democracia se inaugura una de las épocas más prósperas de esta Villa, aunque al ex alcalde Ángel Vadillo Espino le debemos el peor deterioro que ha sufrido nuestro castillo, infinitamente mucho más que cualquiera de las guerras que durante siglos sufriera Alburquerque.

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