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EL PATRIMONIO DE ALBURQUERQUE. Capítulo 3. Todos somos responsables

EUGENIO LÓPEZ CANO

Al igual que se critica a los políticos que, por extraña coincidencia, han demostrado desde siempre -a esto sí le podemos llamar “tradición”- el poco interés por el patrimonio histórico, así como la escasa sensibilidad para concienciar a los alburquerqueños en el respeto por la historia, de igual modo podríamos extendernos a otros ámbitos de la vida local, como la Iglesia (templos abandonados, imágenes vendidas…), las asociaciones religiosas (carecen todas ellas de la importancia de su sentido histórico: documentaciones, costumbres…), los partidos políticos (sin proyectos sobre la memoria histórica y colectiva y el patrimonio documental, artístico y cultural), la enseñanza pública (¿alguien ha pensado qué hacer con el material recogido por los escolares a lo largo de estos años?-, no existe, que sepamos, un programa cultural sobre Alburquerque) y los particulares que, por necesidad, ignorancia o capricho, malvendieron objetos familiares de valor, atentaron contra el patrimonio arquitectónico, usurparon bienes generales…, sin olvidar, por supuesto, la mayoría de nosotros que, conscientes o no, nos hemos ido despreocupando de la gran riqueza que atesoramos, incluida la fuente más preciada por estar a punto de extinguirse, como son nuestros bienes patrimoniales de transmisión oral, guardados en la memoria de nuestros mayores, la misma a la que recurrimos cuando la necesidad nos obliga.

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  Sí han existido, y existen, en cambio, aunque en menor medida, personas que han contado y cuentan a través de las revistas locales, asuntos relacionados con la vida cotidiana, como Juan Toledano, Julián Cano y Eugenio López, entre otros; colectivos como la misma Escuela Pública o la Asoc. Cult. “Aurelio Cabrera“; publicaciones como, “Puerta de la Villa”, perteneciente a esta última, “Azagala”, revista independiente y “Alboreá” y “La Glorieta“, editadas por el propio Ayuntamiento, así como medios audiovisuales como la radio y televisión locales que se han preocupado de recoger parte de nuestra memoria colectiva contemporánea -¿tiene el Ayuntamiento algún proyecto sobre el destino de este material?-, aunque, como vemos, siempre se desarrolla en la mayoría de los casos desde el trabajo individual, y nunca desde una política municipal concreta, tal y como sugeríamos al principio.

  ¿Qué ocurrirá, por tanto, con los trabajos que citamos o con aquellos otros que se hallan en tantas casas de nuestro pueblo con inmensas posibilidades de perderse si nadie lo remedia? A propósito, ¿no sería conveniente contactar con dichos propietarios para llegar a un acuerdo de compra, donación o cesión de estos bienes antes de que vayan a manos de compradores foráneos, como de hecho está ocurriendo desde hace muchísimo tiempo? Y ya que hablamos de ello, ¿no sería justo recuperar para el pueblo el museo etnográfico de Juan Castaño, después de una valoración justa?

  Y puesto que poseemos, aunque parezca mentira, gran parte de este material, ¿no sería oportuno verter estos conocimientos en un banco de datos, al que habría que añadir copias de documentaciones esparcidas en mil rincones del planeta, películas, diversos tipos de instrumentos…, así como un Catálogo de bienes singulares en el que estarían reflejadas las calles más emblemáticas (pienso, por poner dos ejemplos, en la calle San Pedro y primer tramo de la calle Patas), los edificios con valor artístico o histórico, tanto en lo integral -todo el edificio- como en lo estructural -fachadas, zaguanes, patios…- y elementos varios -puertas, aleros, canales…-, restos prehistóricos, portales, escudos, rincones pintorescos, etc., etc…? ¿Lugar? ¿Qué mejor destino que el convento de San Francisco, puesto que se pensaba habilitar como museo antes de la bárbara agresión al castillo, para ubicar en él un Centro de Datos Históricos de Alburquerque?

  Al pasado histórico y cultural hay que añadir otro más, el llamado patrimonio espiritual, o si se prefiere, el patrimonio de los sentimientos, quizás el más apreciado de todos por conocido y sentido, aunque también el más abandonado, como el paisaje rural, la perspectiva urbana, la luz, los sonidos (¡qué distinto el eco de los pasos, o de las canales, o de las mismas caballerías de unas calles a otras!)…, desaparecidos en muchos casos a través de acciones y obras innecesarias, a espaldas del propio alburquerqueño, sobre todo para aquellos que nos hallamos lejos de nuestro pueblo y al regreso nos encontramos con el acto ya perpetrado. Un patrimonio personal y colectivo que se acumula a lo largo de la vida, y del que nadie repara excepto cuando se pierde definitivamente, o se extravía entre la neblina de los recuerdos a que nos obliga la distancia. Un patrimonio que a menudo se altera -el ecológico, el paisajístico, etc.- o, en el peor de los casos, se destruye, a veces innecesariamente -el artístico, el arquitectónico, etc.-, sin contar con la mínima sensibilidad de los vecinos que, al fin y al cabo son, que no se nos olvide, los únicos herederos de los bienes patrimoniales de un pueblo, y por tanto dueños y depositarios de los mismos para transmitirlos en las mejores condiciones a las generaciones venideras, que son quienes nos han de juzgar, al igual que hoy lo hacemos con los que nos precedieron.

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  Sobre este particular no conozco a nadie que en conciencia se sienta responsable -lo somos- de cara a la historia, o si se prefiere ante las generaciones futuras que serán quienes verdaderamente nos juzguen por lo que hicimos, o lo que dejamos de hacer.

  Y ya, como punto final, nos gustaría trasladar un último comentario. No basta, aunque sea importante, con llevar a cabo una extensa labor de recuperación, confección de ficheros y conservación del patrimonio, necesarios en todos los sentidos, sino también, y en ello tendría que haberse implicado la sociedad alburquerqueña, sin excluir a nadie, de informar y concienciar a los vecinos de la importancia de nuestra identidad histórica, al tiempo que divulgarla fuera de nuestro pueblo a través de catálogos, guías y medios de comunicación locales, como es el caso, sin ir más lejos, de la Revista “Azagala” de la que muy pocos tienen verdadera conciencia de su valor histórico, un trabajo éste, excelente en su conjunto, que es ignorado, repito, por el resto de la sociedad a quien va dirigida, obligación que corresponde, de no existir una Fundación, al propio Ayuntamiento como administrador y depositario de nuestra herencia histórica.

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