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Por la senda de don Álvaro de Luna. El castillo de Cornago

Aureliano Sáinz

Cuando hablo con los amigos sobre el libro de don Álvaro de Luna que he publicado suelo decirles que fue el personaje más importante del reino de Castilla en la primera mitad del siglo XV. A continuación, cito al rey Juan II del que fue condestable y de quien recibió el condado de Alburquerque. Lo cierto es que su historia es verdaderamente apasionante y que bien podría llevarse al cine; aunque presenta el problema de su trágica sentencia y ejecución, lo que contrasta con los finales cinematográficos en los que los protagonistas acaban con terminaciones felices del agrado del público.

Por otro lado, como creo que conviene que vayamos profundizando en su figura, tomando como referencia las fortalezas que llegó a poseer en sus sesenta y tres años de existencia. Abordo, pues, como tema en esta ocasión el castillo de Cornago, pueblecito que en la actualidad se encuentra al sur de La Rioja, colindante con la provincia de Soria, y que se lo donó a su hija María.

Pero hay que aclarar que nuestro personaje tuvo dos hijas con el nombre de María, por lo que conviene hablar de su familia para que entendamos los entramados domésticos de los personajes medievales, ya que no solo eran las esposas e hijos nacidos dentro del matrimonio, sino que habría que contar también con los hijos naturales y los extramatrimoniales (los llamados entonces bastardos) tan frecuentes por aquella época.

Recordemos que Álvaro de Luna había nacido en Cañete, un pequeño pueblo de Cuenca, siendo su madre María Fernández, La Cañeta, y su padre Álvaro Martínez de Luna, quien siempre tuvo dudas de su paternidad. Era, pues, miembro de la casa de Luna, denominación con la que se conoce a nuestro castillo de Alburquerque.

Pues bien, Álvaro de Luna se casó en 1420, contando con 35 años, de forma un tanto tardía para entonces, con Elvira de Portocarrero. No tuvo hijos con esta su primera mujer, que falleció relativamente pronto. No obstante, fuera de este matrimonio tuvo una hija a la que se le puso el nombre de María. Para evitar contratiempos, el rey Juan II de Castilla despachó una cédula de legitimación a favor de María de Luna, con lo que social y legalmente quedaba esta hija reconocida.

Con el paso del tiempo, nuestro personaje dio en dote a esta hija el castillo de Cornago, cuando se celebraron sus esponsales con su primo Juan de Luna, hijo del noble Juan Hurtado de Mendoza. (No es necesario que apunte que la endogamia por entonces era muy frecuente en la nobleza, lo que con cierta frecuencia aparecían problemas físicos y psicológicos en la descendencia.)

Tras enviudar, Álvaro de Luna tuvo un hijo natural al que se le puso el nombre de Pedro, llevando a continuación la referencia a la casa perteneciente.

En 1430, contando ya con cuarenta y cinco años, nuestro protagonista contrajo segundas nupcias con Juana Pimentel, a la que posteriormente se la conoció como La Triste Condesa (y no fue para menos tras conocer la ejecución y decapitación de su marido el 2 de junio de 1453 en Valladolid).

Con su segunda mujer tuvo dos hijos: María de Luna y Pimentel, nacida en 1432, y, tres años más tarde, nació Juan de Luna y Pimentel, de corta vida ya que falleció a los 21años, lo que daría lugar a que su descendencia, finalmente, la formaran cuatro vástagos.

Una vez que he expuesto brevemente el esquema familiar del condestable del rey Juan II de Castilla, también de un modo breve quisiera referirme al castillo de Cornago, para que vayamos conociendo lo que he denominado como senda de don Álvaro de Luna.

El castillo se alza sobre un montecillo que domina la villa, junto con la cercana iglesia románica de san Pedro. Es de planta rectangular, con torres en sus cuatro ángulos: tres de ellas cilíndricas y una prismática, siendo el aparejo de toda la construcción de piedra de sillería. El conjunto, tal como ha llegado a nosotros, constituye un típico ejemplo de castillo medieval, de finales del siglo XIV o comienzos del siglo XV.

Desde el punto de vista cronológico, hay que apuntar que, en el siglo XIV, el señorío de Cornago estaba vinculado a la casa de los Luna, puesto que sería Enrique II de Castilla quien se lo otorgó Juan Martínez de Luna, caballero originario del reino de Aragón.

Tras diversos avatares, en 1420, Juan II restituyó a don Álvaro de Luna el señorío de Cornago, ya que al parecer se lo había sido enajenado por su padre, ya que nunca estuvo seguro de su paternidad. Dos décadas después, el condestable de Castilla, tal como he apuntado, se lo entregó en dote a su primogénita hija María de Luna.

Ya pasando a nuestro tiempo, debo indicar que, en líneas generales, los muros del castillo de Cornago, de propiedad municipal, se encuentran en buen estado. Sin embargo, el patio de armas había servido de cementerio a los vecinos de la villa. Esta anómala situación se modificó en 1980, ya que los camposantos deben estar fuera de las poblaciones.

Cierro, finalmente, esta breve incursión sobre el castillo de Cornago manifestando que continuaremos conociendo las rutas, villas, castillos y fortalezas ligados a don Álvaro de Luna, un personaje tan significativo para la historia de Alburquerque.

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