Pulsa «Intro» para saltar al contenido

Los campos extremeños y los paisajes de Van Gogh

Aureliano Sáinz

De pequeño nunca pude subir a lo más alto de la Torre del Homenaje de nuestro Castillo de Luna; y eso que sus murallas y alrededores eran los espacios privilegiados de nuestros juegos y aventuras. Tendrían que pasar los años para que un día se cumpliera el sueño de contemplar las impresionantes vistas que se lograban desde el punto más alto de Alburquerque. Eran verdaderamente emocionantes, puesto que podías girar 360 grados y contemplar el esplendor de la naturaleza a tu alrededor.

Algo similar me ocurrió cuando visité, ya de mayor, el castillo de Azagala. En este caso, a las impresionantes imágenes del atardecer se les unía el absoluto silencio que nos rodeaba al grupo que accedimos a esta fortaleza tan cercana a nuestro pueblo.

Pero no solo son los entornos de Alburquerque los que nos fascinan ya que cuando viajamos por los campos de la amplia Extremadura quedamos cautivados por unos paisajes de los que podemos sentirnos muy orgullosos quienes tenemos nuestras raíces en esta tierra milenaria.

Estas reflexiones que realizo me vienen a la mente tras la lectura del libro dedicado a la obra completa de Vincent van Gogh que recientemente he adquirido y leído del alemán Rainer Metzger. Nada menos que 820 cuadros aparecen en ella, cuidadosamente documentados con títulos, fecha de realización y museo o propietario.

Todos hemos oído hablar de la trágica y corta vida de este pintor holandés del siglo XIX, que murió sin haber vendido un solo cuadro, porque los que creía haberlo hecho se debió a que su hermano Theo, galerista en París, se los adquiría, haciéndole creer que había un público interesado en ellos.

Puesto que nos movemos en un diario digital, soy consciente de la necesaria brevedad de lo que hay que escribir, por lo que, para que conozcamos la pasión que sentía Van Gogh por la naturaleza, quisiera mostrar, con un comentario escueto, diez de sus obras para que comprobemos la belleza que se desprendía de este pintor autodidacta.

El padre de Vincent era un pastor protestante que gran parte de su trabajo pastoral lo desarrolló en el pueblecito holandés de Nuenen, por lo que algunos de sus lienzos hacen referencia a sus entornos. Es lo que acontece con este de 1885 y que lleva por título Paisaje otoñal.

Si uno aproxima la mirada al cuadro, lo que percibirá son amplias pinceladas, sin que se contemple ningún elemento concreto del campo. Esta es una característica de la técnica de los pintores impresionistas y que podemos ver en la obra anterior titulada Senda del Parque Voyer d’Argenson en Asnières, de 1887.

Tras las lluvias de primavera, los campos extremeños se llenan de hierbas y pastos en los que se intercalan flores silvestres, que son un verdadero placer para el sentido de la vista. Es lo que a fin de cuentas expresa Van Gogh en este lienzo titulado Parque de Asnières en primavera.

En ocasiones, basta con que aparezca en pájaro volando para que la propia naturaleza multiplique su expresión de vida, ya que el movimiento de las aves se percibe al instante. Esto lo podemos ver en el cuadro titulado Trigal con amapolas y alondra, también de 1887.

¿Quién no ha caminado alguna vez por un sendero de un pequeño bosque o arbolado y se ha sentido en plena comunión con la naturaleza? Lo sorprendente de este cuadro, Senda en el bosque, es que con el cambio de unas pinceladas hacia un color más claro logra remitirnos a ese sentimiento tan profundo desde que somos pequeños.

En sentido contrario, cuando las luces del sol se van apagando en el horizonte, nuestra permanencia en el bosque nos resulta inquietante. Esto lo conocíamos de pequeños por los cuentos en los que se nos narraban de niños. Van Gogh lo expresa en Árboles y monte bajo, en el que la luz se atenúa con el uso de tonalidades más oscuras en su paleta.

De todos modos, en el pintor holandés prevalecía la exaltación de los colores más lumínicos que se manifestaban en los campos a los que salía a pintar de manera directa. Lo apreciamos en el que lleva por título Huerto en flor con melocotoneros, de 1888.

En ocasiones, era un único árbol el protagonista de su obra. Y al igual que sucede en el norte de Extremadura, que cuando los almendros florecen la belleza del campo se vuelve admirable, en el lienzo que lleva por título Melocotonero en flor (Recuerdo de Mauve) se aprecia la naturaleza en pleno esplendor.

Los avances en sus tensiones emocionales internas lo hacían caminar hacia los momentos de enajenación mental o locura. Esto se aprecia también en su obra, ya que la naturaleza, la tierra y el cielo se retuercen al igual que los árboles que pinta, como acontece en este cuadro que lleva por título Olivos con los Alpes de fondo, de 1889, un año antes de que se quitara la vida.

The bridge of Langlois at Arles with laundresses *oil on canvas *54 x 65 cm *March 1888 *

No quiero cerrar este breve recorrido sin hacer alusión al mundo del trabajo y de la vida sencilla que en ocasiones plasmaba. De ahí que traiga como colofón el cuadro que lleva por título El puente de Langlois en Arles con lavanderas, que nos retrotrae a tiempos pasados, cuando la ropa se lavaba en ríos y riachuelos, puesto que la naturaleza también era el medio de algunas actividades que ahora se han convertido en recuerdos.

***

Para mi amigo Esteban Santos, un gran amante de la naturaleza.

Impactos: 28

Sé el primero en comentar

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *