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El desastre de los Baluartes ya está en los libros de Historia

Aureliano Sáinz

Aproximadamente, por las mismas fechas en las que se editaba “Vida y muerte de don Álvaro de Luna. La historia del Castillo de Alburquerque y la lucha por conservarlo”, también veía la luz un magnífico y voluminoso libro (dado que tiene 845 páginas) de Miguel Sobrino que lleva por título “Castillos y murallas” y con el subtítulo de “Las biografías desconocidas de las fortalezas de España”.

Una vez que lo miré detenidamente, consideré que debería formar parte de la biblioteca que tengo de castellología, dado que, como no podía ser de otro modo, se habla del Castillo de Alburquerque de modo amplio, pero lo más sorprendente es que en la página 817, en la sección denominada “El destino de los castillos. Formas de restaurar” aparece una dura crítica, sin dar nombres, hacia el primero y el segundo de los arquitectos que firmaron el proyecto de la hospedería.

En mi caso, y dentro del libro que ya algunos disponen de él, describo el proceso de lucha que se llevó en la defensa del Castillo de Luna, intentando explicar los proyectos con la imagen de la maqueta o el fotomontaje que realizamos en Adepa para que se comprendieran las alteraciones que se iban a llevar.

No sé de dónde Miguel Sobrino ha obtenido la información; lo cierto es que la crítica que realiza a la ‘restauración’ que acabó realizándose está bien argumentada. Por otro lado, tal como he indicado, no cita los nombres de los arquitectos, aunque está bien informado de sus trayectorias, especialmente de la del segundo de ellos.

Para que conozcamos lo que se dice de las intervenciones en los Baluartes, transcribo textualmente lo que aparece en el libro:

Los premios pueden espolear a la peor compañera, la vanidad; por algo los antiguos tenían una furiosa deidad, Némesis, que castigaba con la ceguera a quienes se dejaban llevar por la egolatría. Un arquitecto halagado prematuramente por los premios recibió el encargo de remodelar el castillo de Alburquerque”.

Lo que apunta Miguel Sobrino es totalmente cierto acerca de los arquitectos, pero no solamente por arquitectos jóvenes que han recibido algún reconocimiento en forma de premio, sino también por otros consagrados que consideran que su obra debe estar por encima de aquellos monumentos que son verdaderos símbolos de la ciudad. (En este momento me viene a la mente el tristemente famoso “cubo” de la Facultad de Biblioteconomía de Badajoz, al que finalmente hubo que derribar la parte que sobresalía de las murallas y que negaba la importancia visual de la Torre de Espantaperros.)

Más adelante, sigue este autor al que nos referimos:

Después de que otro colega célebre propusiese una altísima torre de ascensores de hormigón y cristal que diera acceso al castillo desde el pueblo, parecía aceptable cualquier cosa que resultase, al menos, discreta; lo que al fin se llevó a cabo fue un vaciado de la liza, con los que la nueva hospedería abandonaba los espacios del castillo medieval para situarse fuera, tras los baluartes artilleros. Esta obra, que quizá ofrezca perspectivas sugerentes en las fotos de alguna revista de arquitectura, ha quedado al fin inconclusa (tras llevarse por delante varios millones de euros) por su absoluta inutilidad práctica”. 

Estoy casi seguro que toda esta información la ha obtenido de la revista Azagala, ya que fue el medio que informaba puntualmente de los avatares de la hospedería.

Cierra la ajustada crítica que realiza al afamado arquitecto y su desastre de obra, de manera irónica, con el siguiente párrafo:

Es improbable que alguien quiera pagar por hospedarse en un foso sin otra luz natural que la cenital (procedente de claraboyas) salvo que quiera salir de Alburquerque y su bello entorno, vedado a su mirada, con un cuadro depresivo. Como propuesta para el nuevo edificio, hoy sin uso (igual que la construcción medieval, a la que se le hurtó la actividad como veterano albergue), acaso podría servir para alojar a actores que deban preparar papeles de preso o de víctima de un secuestro…”.

La ironía con la que cierra el comentario sobre la infausta obra en los Baluartes nos indica que Miguel Sobrino desconoce lo realizado en el primer baluarte para el Centro de Interpretación del Medievo, puesto que ha estado cerrado a cal y canto, para que los alburquerqueños no lo conociesen.

Una vez que ya lo conocemos, debemos mirar hacia adelante y poner en valor esta obra que nunca debió realizarse; pero, ahora que está hecha, hay que buscar soluciones imaginativas al gran espacio del segundo y tercer baluarte, puesto que es una construcción impresionante de hormigón armado que no puede quedar indefinidamente sin uso.

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