Aureliano Sáinz
Quienes somos aficionados al fútbol -en mi caso, lo soy desde muy pequeño- sabemos que los grandes equipos españoles no solo tienen seguidores en la Península, sino que también los siguen con bastante atención en países muy diversos, desde los cercanos a los que se encuentran muy distantes de la geografía española.
Indico esto, porque recientemente han estado en Córdoba mi sobrina Maribel -hija de mi hermana Angelines- con su marido Dominik, que residen en Winterthur, una bella ciudad suiza no muy lejos de Zúrich. Los acompañaban sus hijos Julian y Severin, dos magníficos chicos que, para sorpresa mía, venían vestidos con camisetas del Barcelona.
La posibilidad de venir por estas fechas se produce porque en el sistema educativo suizo las vacaciones, por razones climáticas, y a diferencia de España, se encuentran repartidas normalmente en quincenas a lo largo del año. En realidad, los escolares de ese país tienen los mismos días lectivos que los de los españoles; pero, en nuestro caso, durante los calurosos meses del verano, por razones obvias, no se imparten clases.
Yo sabía que a ambos les gustaban mucho los deportes, ya que nunca se me puede olvidar que, la última vez que estuve con Flora en Suiza, echaba partidillos contra ellos dos, que, muy contentos cada vez que me marcaban un gol se lo iban a contar a su madre, en un perfecto castellano, indicando el número que hacía de los que me habían metido en la portería. Por otro lado, tras anotárselos, hacían el conocido gesto triunfal de Cristiano Ronaldo, que por entonces se encontraba en la Juventus de Turín.
La pandemia, como ya sabemos, a todos nos cortó las conexiones y los contactos directos; pero, ahora que parece que nos encontramos en un nivel bajo, se vuelven a tomar esas relaciones que tanto echábamos de menos.
De los cuatro que vinieron a visitarnos, solamente Maribel conocía la ciudad de los califas, por lo que Dominik y los chicos han podido disfrutar, y sorprenderse, del bullicio que se forma en la judería cordobesa, llena de turistas por estos días otoñales en los que aún permanecía el calor, aunque, por suerte, ya bastante disminuido.
Quienes vienen a Córdoba con un cierto tiempo, como es lógico, desean conocer la Mezquita, ese impresionante templo arábigo-musulmán en cuyo centro, una vez conquistada la ciudad por Fernando III, comenzó a construirse una catedral cristiana, a partir de una arquitectura fundamentalmente gótica. Este sincretismo, a fin de cuentas, no deja de ser bastante chocante, pues, aparte de que sus concepciones religiosas son muy diferentes (aquí, quisiera hacer un inciso para indicar que Jesús para los musulmanes fue uno de los grandes profetas; aunque el mayor y último para ellos es Mahoma), también los estilos arquitectónicos de ambas religiones difieren entre sí.
Por otro lado, y aunque el festival de los patios cordobeses ya ha pasado, puesto que se celebra en el mes de mayo, cuando la primavera alcanza su mayor esplendor, no por ello se dejan de ver algunos de esos magníficos espacios de casas de una intensa blanca cal y de calles muy estrechas, que contaban con patios interiores en los que el agua salía de pequeñas fuentes con el fin de hacer frente al intenso calor que por las zonas del sur apretaba en los meses de estío.
Han sido unos días felices, en los que, cada vez que nos encontrábamos, Julian y Severin me saludaban con un “Viva el Barcelona” o un “Visca el Barça”, como signo de complicidad entre aficionados al mismo equipo: ellos dos muy jovencitos y, en mi caso, con una larga trayectoria a mis espaldas. Pero es que, desde muy pequeños, cada cual elige el equipo que va a seguir, por lo que no tiene mucha importancia la diferencia de edades, pues se disfruta (o se padece) siguiendo los avatares de los colores favoritos.
Como recuerdo de esta pequeña complicidad, les regalé un escudo en forma de llavero que un antiguo alumno de la Universidad, de modo artesanal, me hizo hace años y que yo tenía colgado en el estudio.
La estancia, de tres días, fue breve pero intensa. El martes pasado sería el día señalado para la marcha de Maribel y Dominik con los chicos. Irían para Madrid, desde donde, tras una parada en la ciudad, de nuevo tomarían el avión de vuelta a Suiza.
Nos citamos en la estación de tren. Allí nos encontramos todos. Eran los momentos de los adioses, tras la alegría compartida. Y como si ya fuera un ‘santo y seña’, tras darles un abrazo, Julian y Severin se despidieron de mí con esa frase que la hemos convertido en una especie de consigna común entre los tres. Así, hasta que otra vez nos volvamos a ver.
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