A Vicente Pereira y a su esposa, Luisa Pocostales, por su empuje incondicional, constante y cariñoso a este proyecto periodístico de información local que tanto les gusta. Toda mi consideración, agradecimiento y cariño,
ANTONIO L. RUBIO BERNAL
Hoy, domingo 28, festividad de San Ireneo, quien llegase a afirmar que hay tres clases de humanos: materiales que no pueden salvarse, psíquicos que pueden salvarse y espirituales que se salvan, doy título de esta guisa a mi reflexión con la esperanza de que lo que es su objeto pudiese salvarse, pero me temo que verdes las han segao. Una vez más, como es habitual, llegamos tarde.
Por si fuese poca la ruina municipal –esta está bien adherida al pueblo; no se despega así como así-, ahora comienza a desprenderse parte de los bienes culturales de la villa. Ni el estilo barroco-churrigueresco del XVIII, ni el pan de oro, ni visión escenográfica, ni cabezas de ángeles, ni hojarascas, frutos y demás han aguantado, todo rodando por los suelos. ¿Hay razón? Sí, el descuido al que somos muy dados aquí, a no actuar con la responsabilidad debida. ¡Cuidado que todo nos tenga que tocar a nosotros! Ya hace décadas que San Francisco fue arreglada y le dieron una manita de pintura de olé, lo que se dice buena, pero ¡amigos!, con dinerito de los vecinos creyentes practicantes.
Pero no nos asustemos, tanto patrimonio religioso como el que hemos tenido, para llegar a dejarlo de la mano de Dios. Pareciese mentira. Y claro, no se iba a mantener per secula seculorum por el arte de birlibirloque –nosotros no lo decíamos así, ¿verdad? ¡Eugenio, socórreme! Aquí decíamos birbiriloque, ¿verdad? Al menos eso le escuché a mi madre siempre-. A lo que estamos, que me enrollo, conozco testimonios, en cuanto a sapiencia de mucho más peso que el mío –por ejemplo, quien me ha socorrido-, que me expresan con pena lo ocurrido con la ermita de Santa Ana, a las traseras de Santa María del Mercado. De vergüenza, habitada por cerdos y gallinas, lo que fue un templo. La de la plaza que ha mantenido solo el nombre y estructura para dar cabida a un garito. No sé qué pensar, ¿interesa o no interesa el patrimonio aquí? ¿Esperamos al derrumbe y dado su coste, resulta preferible la venta o qué? Podría ser un modo de proceder, el paso del tiempo ineludiblemente demuele, y logrado el desmorone, la gente olvida lo que en su día fue un bien, con lo cual se expide el camino para “for sale”, ¡en venta!, de lo que sólo es un solar. Y de estas, las transacciones comerciales, ya se sabe, surge lo que tanto a todos nos encanta, ¡la recaudación! ¡Dinerito fresco para las arcas!, máxime si soy yo quien lo administro. Vamos, que cogemos nosotros Santa María de los Reales Alcázares de Úbeda y al cabo de 40/50 años ni los nativos la conocen.
Estaría un buen golpe que por nuestra idiosincrasia la historia se repitiera; pero, por lo poquito que conozco de imaginería religiosa y esculturas locales –no ha sido nunca mi fuerte-, ¿no tendremos la versión new age de la estatua de Santiago Matamoros que desapareció y hasta hoy? ¿Y el Cristo Borrero? A ver si alguno de buena fe, por favor, aprovechando el artículo, me indica dónde se encuentra actualmente y podamos ponerlo entre dos o tres en su sitio. Cuidado que nadie dé fe de él. Menos mal que es, o al menos era, de piedra. Qué pena que estos técnicos que han visitado el pueblo últimamente con motivo del retrotabulum franciscano -que si del Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, que si de Historia del Arte, que si Director del Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales; ¡qué sé yo lo que ha pasado por aquí!- no aportasen algo que puedan ver nuestros ojos aún en vida, pues pudiera resultar que entre demora, estudios de replanteo, proyectos, visado de los mismos y demás trámites burocráticos, a esperar la resurrección tocase, como canturreaba Juan, el sobrino de D. Hipólito, el cura, el Día de los Difuntos, en los responsos cantados –sí, porque también los había rezados, pero eran más baratos-: Qui Lazarum resuscitasti a monumento fœtidum: Tu eis, Domine, dona requiem et locum indulgentiæ (1). Modestia aparte, pero servidor por aquellos entonces tenía una voz inocente y angelical, y tras la infusión de manzanilla tibia y clara de huevo –de ello se encargaba mi madre- los entonaba cual ruiseñor, junto a Don Miguel Rico, cura también, pero de San Mateo, y dale que te pego por nuestra ala, la izquierda según se entra en el cementerio. Reconocer que por la tarde, si había demanda, invadíamos tímidamente zona contraria. Ja ja ja. Yo iba a comisión por actuación sobre el escaso estipendio de los dolientes. ¿Dónde estarán aquellos tiempos? Sólo en el recuerdo.
Y digo yo –esto ya va en serio-, que dada la ubicación de la iglesia de San Francisco, ¿no se les habrá ocurrido a ellos, o al guía, o al jefe de protocolo, indicarles que mirasen hacia arriba, dirección suroeste? La mole pétrea se ve desde allí perfectamente –bueno, hay hasta fotos de las que se enmarcan. En mi campo tengo yo una-, para haber aprovechado y decirle: “pues ni se imaginan en qué estado se encuentra el del fondo”. ¿O esperan a que el día que haya que repararlo el presupuesto sea tan grande que por imposibilidad presupuestaria de cubrirlo corramos peligro en la villa cuando las piedras comiencen a rodar como bolindres? ¿O se presta a alguna otra lectura tanta desidia con nuestro pobre castillo? Porque con tanta referencia en tarjeta como tienen será de su competencia, ¿o es que no?
Y como siempre os recuerdo: el virus se sigue propagando, que no ha dejado de ser mortal y que todos, tú y yo, somos susceptibles de contagio. Se valiente, ejerce tu responsabilidad; usa mascarilla -¿no iban a poner cien euros de multa?-, sigue las normas de higiene y huye de aglomeraciones.
Nota del autor.- Equivaldría a “quien levantaste a Lázaro de la tumba, tú, Señor, concédeles el perdón…”. Lo que bien se aprende, tarde se olvida.
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