ANTONIO L. RUBIO BERNAL
“¡Qué mudos pasos traes! Oh, muerte fría, pues con callados pasos todo igualas”, Francisco de Quevedo.
¡Qué gracia te hacía referir su nombre completo! Te imagino diciendo D. Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibañez Cevallos; como si fuese un pariente nuestro, por la familiaridad empleada.
¿Sabes? Todo se ha ido al garete -menos mal que no te ha cogido con el cebadero lleno de terneros; no tienen salida-. Por lo que te explicaré después, la aventura libresca de Ramiro no se ha podido culminar, pues “Puerto de Albahacar” que así se titula, y tú mejor que nadie sabes por qué, obra de la que fuiste coautor sin estar presente -tú, la palabra; yo, la pluma-, dedicado a tu persona, esperando está en la imprenta a ser recogido para lectura de familiares y amigos (jamás se me pasó por la mente comerciar con tu memoria). Se metió un virus en nuestro mundo -unos dicen que de origen animal, otros que de laboratorio; vete tú a saber- y nos tiene desconcertados. Mira por donde la otra noche soñé que la pandemia te había cogido aquí en el campo, conmigo -ni imaginas cómo está la mastina que me regalaron por tu mediación. 79 a la cruz. Es buenísima- y, aunque el miedo sea grande, lo sobrellevábamos entre risas y temores de tal modo que en una semana habíamos dado cuenta de media arroba de vino tinto pitarrero. Tristemente un sueño fue. Y a lo que iba, en lugar de poder estar dando cuenta del libro en nuestras casas, después de haber pasado una buena tarde con hermanas, tus hijos, sobrinos y amigos, tuyos y míos, orgullosamente recordándote, pues aquí me encuentro, con mi gozo en un pozo, contrariado y esperando a que la luz brille a final del túnel y podamos salir de este mal sin padecerlo. Tiene malas pulgas, y yo formo parte de la población de riesgo. Cuento con tu mano desde el cielo para que todo me vaya bien.
¡Cuántas veces escuchamos a nuestra madre -mujer inteligente, reconozcámoslo una vez más- decir: todo tiene su porqué! Pues, créeme, tras mucha reflexión aún no he encontrado el porqué de tu ida. Fue tan repentina, tan absurda, tan cruel, que, aparte de no aceptarla, he terminado odiándola. Y ya ves, hace hoy cuatro años. Y ha ocurrido que, después de marcharte, comenzaste a vivir más de manera permanente en mi persona y menos en mis recuerdos. Diariamente te hago partícipe de mi presente como si vivieses en mí, con lo cual cumplo con aquello que con frecuencia decías con motivo de la pérdida de nuestros hermanos Pepe y Vicente: menos llanto en tumba y más pundonor por quien sobreviva.
Como bien sabes, cuando te perdí derramé muchas, muchas lágrimas; posiblemente, y hasta el día de hoy, la persona por la que más he llorado; y aun hoy, cuando alguien te refiere, prefiero no responder porque si lo hago, comienzo a llorar, tanta es la pena. Y no creas que es porque me importe que me vean llorar, en absoluto; es porque deseo tanto que tu recuerdo sea sólo para mí que no quiero que los demás sepan que tu pérdida aún hoy me hunde, y las lágrimas que derramo no son solo de dolor, también lo son de rabia, de impotencia, de soledad, de desamparo y de repulsa; todas resultan pocas para transmitirme a mí mismo que tú partida fue definitiva; y me agarro como a clavo ardiendo a lo importante que sigues siendo tú en mi vida.
Hago encaje con bolillos para persistir en mi idea: soy yo quien vivo pero contigo en mí. Muchos no lo entenderán; me da igual incluso sus calificativos. Si me siento realizado así, por qué no seguir haciéndolo. Tu honra, tu pundonor, tu dignidad, tu gloria, con humildad, está a buen recaudo en mí. Mi cariño hacia ti no ha disminuido un ápice; si mucho orgullo tuve de que fueses mi hermano cuando vivías, el mismo engreimiento por tu gloria tengo ahora que me faltas. Así las cosas, mientras yo sigo velando por tu memoria, tú continúa descansando en paz por siempre, querido hermano.
_______________
PORTADA: Emilio, con su cuñado Nono, en el Encuentro de AZAGALA de 2013
Foto 2: Con su copita de vino.
Impactos: 0