Nueva entrega de nuestra colaboradora Marta Finazzi, un precioso cuento que también ha sido publicado en la prestigiosa revista Ciutat Nova, en catalán y castellano. Con una protagonista del otro lado de la raya.
Caridad
La anciana portuguesa siempre mendigaba por el barrio, recordándola todos allí, vagabunda y eterna, sin que la memoria colectiva pudiera decir nada más de ella. Tenía el pelo gris, larguísimo, y llevaba un delantal que el tiempo había desteñido de un color indefinido. Recorría la ciudad como si fuese una pluma, casi flotando, y tenía la gracia de las personas que no pesan porque nunca hacen ruido cuando pisan el asfalto.
– Una caridad, por favor…
Y siempre lo decía con palabras amables, como pidiendo permiso para irrumpir, de golpe, en las conciencias de los transeúntes. Era la única frase que repetía, pero solo cuando alguien se le acercaba, porque ella no era ninguna asaltante de calles ni tampoco de bolsillos. Únicamente pedía la voluntad porque no era avariciosa y hacía años y años que no había tocado ningún billete. Tampoco eran del mismo color que antes pero, seguramente, ella no lo sabía. En el fondo, pensaba que el dinero tan solo era papel viejo o metal que cambiaba de manos, sin otro valor que el de los números que tenía grabados.
– Una caridad, por favor…
– ¿Y qué me dará a cambio?
La anciana portuguesa se asustó porque ella era más pobre que las ratas, que habían acabado huyendo de aquella ciudad donde hasta los animales eran ricos.
– No tengo nada para darle…
– Quizás podría cantarme un fado de su patria.
– De acuerdo. Se lo cantaré igualmente pero, a cambio, no quiero nada.
– ¿ Y eso, anciana mujer?
– No puedo poner precio a la nostalgia. Y si cierro los ojos, vuelvo a Lisboa, la capital de los tranvías, donde también era pobre.
– Solo tengo un billete, pero me gustaria escucharle.
– Guárdeselo porque hoy no lo necesito. La caridad es un acto de amor.
Y con las manos vacías, la anciana portuguesa nos abrazó a todos con la caridad de terciopelo de aquel fado que se esparció por todos los rincones del barrio, como si fuese una hiedra conquistando la pared.
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