Antonio Maqueda
Como los árboles desde el asiento del autobús recorriendo parte de la cornisa cantábrica, o como esos rincones de esos lugares especiales que visitamos, o incluso habitamos -y no solemos ver; como el agua del arroyo que fluye cerca sin hacer mucho ruido o como el rumor de la fuente que canta por sus dos bocas, como el ave posada en la antena que cumple con sus costumbres o como el aire que nos sustenta o como el azul del cielo bajo el que rotamos y nos trasladamos, como el fuego escondido en las entrañas de la tierra o presente en el horizonte, como el propio vacío que nos da sentido -pero que tantas veces tan mal rellenamos los seres humanos…; como todo eso, nada, absolutamente nada permanece inalterado o inalterable, todo se modifica.
Siguiendo esa reflexión, es la vida el resultado de una sucesión incesante de fenómenos relacionados con el agua, con la tierra -con la que pisamos y con la que ignoramos-, con el fuego, con el aire o con la propia ausencia. Somos causa y efecto de los cinco elementos. Somos la suma de los aconteceres que ocurren y nos ocurren -y de otros de los que nunca sabremos; somos el reflejo de los pensamientos -intrusivos, agradables, brillantes, anodinos, habituales o excepcionales- que nos habitan, de las sensaciones que van recorriendo las escenas que decidimos protagonizar o en las que simplemente nos vemos inmersos. Puedes mirar todo esto o taparte los ojos. Puedes intentar observarlos, sin pretender asirlos. Se escaparán entre tus dedos, por las cuencas de tus ojos, por las corrientes internas que llevan tu savia por todo tu cuerpo. Afuera ocurren cosas, adentro ni siquiera la respiración permanece del todo, en una carrera en la que a la inspiración le sigue la expiración, a la luz una sombra, siempre pasajeros ambos pares.
Y hablando de sombras, humildemente creo que no hay que hacerles mucho sitio a estas auténticas expertas del ocultismo, del escapismo y hasta del transfuguismo, aunque sí hay que dejarse acompañar un ratito, charlar con ellas, escucharlas, comprenderlas. Son parte de nuestro ser, fluyen con nosotros las sombras -ni en el más inhóspito, aislado y agresivo lugar nos abandonan. Miedo, ninguno. Respeto, todo. Son maestras las sombras y nosotros sus discípulos, pupilos, alumnos que podemos decidir ignorar la lección o aprender de ellas. Personalmente, prefiero conocer mis sombras, para cuando, en emboscada, me asalten y me hagan levantar los brazos al grito de “¡la pena o la risa!”, intentado apropiarse de mí, pillarme en un renuncio, ponerme la zancadilla o, simplemente, seguirme la corriente. Prefiero saber dónde suelen esconderse para darles una bienvenida serena. No siempre es necesario responderles con luz, sin bien es un recurso. A las sombras desde la sombra se les combate, y ni tan siquiera. Mejor, se las recibe y se las invita a un paseo. “Cuéntame…, ¿qué te pasa?”. Confesor y confesado en una misma persona, una dualidad que convendría practicar.
Todo muda, muta, se transforma, deviene. Resistirse al cambio no trae sino sufrimiento. Aceptar sin conformarse, luchar por cambiar lo cambiable, mejorar lo mejorable, disfrutarlo todo, hasta el dolor, podrían ser algunos de los componentes de un consejo que cualquiera podríamos recibir de boca -y corazón- de alguien que bien nos quiere. La aceptación suele suavizar la manera en que se perciben los acontecimientos, en que se razona, en que intervenimos en nuestra propia vida, en que vamos conviviendo con los cambios, ahuyentando las incertidumbres y acogiendo las certezas.
Y las sombras…, que sigan apareciendo. No se trata de invocarlas, tampoco es eso, pero sí de esperarlas -pues aparecerán- sin vivir pendientes de ellas. Vivir expuesto a una luz continua tampoco es bueno, puede cegarnos. No todos los caminos se deben hacer a plena luz. Hay que estar preparados para la penumbra, incluso para la falta completa de luz. Saber moverse en todos los espacios y circunstancias es, si no garantía de no tropezar, sí una aproximación a la necesaria seguridad para levantarnos cuando sea preciso, para seguir transitando la vida, con todas sus mudanzas, con todas sus impermanencias.
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