ALBERTO GONZÁLEZ. DIARIO HOY
En un escrito oportuno, Antonio Bueno Flores denunciaba el 3 de agosto en este periódico el estado ruinoso del castillo de Alburquerque, una de las fortalezas medievales más emblemáticas de Extremadura. Tras mantenerse en buen estado de conservación durante siglos, entre 1940 y 1947 fue acertadamente restaurado para convertirse en albergue juvenil y centro de formación del Frente de Juventudes, función que cumplió con intensa actividad, manteniéndose en las mejores condiciones bajo la celosa guarda de Rufino Chaves y Nicolás Generelo.
En 1980 su gestión pasó a la Junta de Extremadura, quedando desde entonces sin función ni atención, iniciándose en ese momento su deterioro.
Sobre el abandono, descabellados proyectos impulsados desde la Dirección General de Patrimonio de la Junta, como perforar sus muros y barbacanas, construir junto a la muralla principal una piscina pompeyana (sic), adosarle un ascensor exterior inconcebible, y otras barbaridades muy controvertidas y nunca acabadas, el monumento pasó en pocos años de ser una joya del patrimonio a convertirse en la ruina que hoy es.
Antonio Bueno estima con toda la razón que es para denunciar a quien lo dejó así, y a quien no lo ha remediado desde entonces. No es difícil, pues todos son conocidos, y paradójicamente detentaron las máximas responsabilidades institucionales en materia de defensa de nuestro patrimonio histórico.
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