ANTONIO MAQUEDA FLORES
No pretende este escrito más que relatar una de las que son, a mi manera de ver y sentir, Delicias de la Vida, en este caso la de compartir tiempo y alegría con nuevos amigos y compañeros que el camino te trae al encuentro.
Sucedió a inicios de mayo, “cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor”. Aconteció en la Dehesa Boyal de La Roca de la Sierra, donde fueron a juntarse un grupo de Combatientes procedentes de Alburquerque, La Roca, Badajoz y Barcarrota, todos ellos pacíficamente pertrechados de muchas ganas de conocer y compartir, a los que esperaban municiones en forma de víveres, en concreto “cómeres” y “béberes” que se degutarían llegado el momento dentro de la planificación perfectamente pautada por unos magníficos anfitriones como fueron Alfonso y María Jesús. A la hora convenida ya todos los que estar pudimos nos encontrábamos en el privilegiado entorno, como privilegiados fuimos los que pudimos disfrutarlo ¡y de qué manera!
Se presentaba la jornada con un tiempo inmejorable, lejos de “la calor” que glosa el Romance del Prisionero arriba entrecomillado, con mieses que danzaban en los campos al son de una suave brisa casi impropia de mayo, mientras unas cigüeñas diseñaban vuelos perfectos sobre los nidos que coronaban la cúspide de sendas torretas a tal efecto dispuestas a la entrada del recinto de la Ermita de San Isidro Labrador -a escasos cien metros de nuestro punto de reunión. Más abajo se adivinaba el serpenteo del arroyo Lorianilla, que se bifurca en varios brazos que discurren entre fresnos, encinas, adelfas y majuelos que jalonan un caudal por tramos cubierto por infinidad de ranúnculos, con sus florecillas blancas flotantes. Arriba, en la antigua Quesería todo quedaba dispuesto para dar buena cuenta de viandas varias a la vuelta del paseo inicial, con sorpresa incluida que vendría propiciada por la buena mano cocinera de “la Mujer del Alcalde”-permítaseme que así me refiera a ella, con todo el respeto y cariño, y los méritos propios de quien, llegado el momento, demostró con sus palabras y hechos ser pieza principal del tándem en cuestión.
Empezaba en La Quesería “la que sería” una sucesión de pequeñas grandes maravillas durante un recorrido que se nos iba presentando a nuestros ojos con inmejorable guía -quien no en vano fuera, además, precursor y responsable de todo el entramado de instalaciones y servicios que en el entorno referido se encuentra-, una ruta por entre senderos de hierbas aún verdes que nos llevaría hasta el primer punto destacado del recorrido, el Aula de la Naturaleza “Las Aves de Badajoz”, un modelo ejemplar de instalaciones donde se despliegan todo tipo de medios para dar a conocer nuestras aves, desde su entorno, todas sus especies y sus hábitos, hasta su presencia en el cine y en el refranero popular, pasando por pequeños talleres donde los visitantes pueden imbuirse de todo lo referente al mundo de las aves que pueblan nuestras dehesas de manera permanente o estacionalmente. Unas instalaciones con sentido práctico y con muchos aciertos en su manera de mostrar. Pisar el suelo y poder mirarlo “con ojos de ave” fue una de las mayores sorpresas. “Una comarca bajo nuestros pies” y, en el techo, imágenes de pájaros que dan buena medida de sus envergaduras, junto a paneles que muestran magníficas fotografías y textos explicativos que no dejan detalle por atender. Un despliegue de recursos didácticos al alcance y servicio de los visitantes, sean estos estudiantes en visitas educativas, principiantes aficionados a la ornitología o conocedores del tema ávidos de profundizar. No quiero dejar de decir aquí que ofrece el Aula en sí, y el entorno en general, una magnífica oportunidad para el desarrollo de una muy completa gama de actividades para escolares o para colectivos que, estoy convencido, saldrían encantados de la experiencia.
Tras salir maravillados -creo poder decirlo en nombre de todos- del Aula de la Naturaleza, atravesamos el espacio que ocupan los Chozos de la Dehesa, cada uno de ellos rotulados con su nombre de planta aromática, para dirigirnos hacia lo que es una grandiosa sucesión de roquedos o canchales a cada cual más sorprendente. Un paseo por Los Canchos del Búho entre piedras moldeadas por el capricho geológico -y cronológico- del viento y de las aguas que se engrandecía en un in crescendo de esplendor megalítico. Si espectacular era un rincón, más lo era el siguiente. Se sucedieron fotos, caras de disfrute y hasta sapillos que se nos cruzaban casi a cada paso por aquellas que habían sido, hasta escasas fechas atrás, escorrentías abundantes en aguas que bajaban buscando el curso del cercano arroyo de curioso nombre. No conseguimos, en cambio, encontrar ningún alacrán bajo las piedras que el avezado guía levantaba, quedándonos con las ganas de verlo cogiendo un ejemplar -de forma segura, según nos explicaba- con sus propias manos. En todo caso, quizá fuera mejor no encontrar ninguno… Y seguíamos avanzando en el recorrido guiados por Alfonso, tras una buena sesión de fotos que incluían al fotógrafo por mor de las nuevas tecnologías. Se sucedían las ocasiones y las razones para seguir sonriendo. Que si una roca “cabeza de ballena” aquí, que si otra cual boca de sapo allá, que si una más -acullá- que pareciera un barco en una playa varado… Y, de repente, la que me permito llamar Piedra Madre, de la que cuelga una cuerda que seguro hace las delicias de los escaladores “a puro brazo”, la misma piedra que muchos acabamos “sujetando” para la foto, en esforzado escorzo que en Sansón nos convirtiera durante lo que duraba la realización de la “curiosa instantánea” (hay algún registro del making of del turno del Combatiente Francis sujetando el colosal peñasco). En fin, una linda cuadrilla disfrutando de lo lindo entre los canchales, como las amapolas entre los trigales, aunque las rojeces no llegaron a nuestras mejillas hasta haber sido consumidas las primeras viandas y los primeros vinos… Pero antes de llegar a tal punto, algunos nos dirigimos a la rivera para admirar el fresno de tronco hueco en cuya hendidura nos convertimos por turnos en soldados de guardia en natural garita de madera. Estábamos en plena Pradera de San Isidro.
Seguíamos con nuestro Combate Pacífico. Más abajo, obviamente junto al curso del arroyo, pudimos conocer un antiguo molino, en su momento rehabilitado por el Ayuntamiento, pero tristemente vandalizado por aquellos que piensan que aquello “no es de nadie”, cuando por el contrario es “de todos”, y todos lo debemos respetar y cuidar. Asumido el lógico disgusto por el estado del lugar, pudimos de nuevo apreciar las magníficas afloraciones graníticas de esta zona de la Dehesa Boyal. Seguidamente, a la salida de la finca donde de todo esto pudimos disfrutar, se terció el saludo a unos conocidos de los anfitriones y de algunos más y, cuál no sería nuestra sorpresa cuando, a la media hora, uno de los saludados tuvo la deferencia de llevarnos a La Quesería un queso artesanal hecho por las manos y el cariño de su mujer y que a todos nos supo a gloria bendita. Benditas gentes las que saben de estas cosas y encima saben compartirlas. Éramos para entonces Combatientes triplemente agradecidos, por el entorno, por la experiencia y por tan rico detalle.
De vuelta en el lugar donde comenzaría la comienda podía decirse que todo iba saliendo a pedir de boca. Se descorchó alguna botella de vino y en breve un par de decenas de chapas de botellines de “las del campo” poblaban la mesa mientras afuera se asaban las primeras pancetas, intercalando unos choricitos y acabando con unas chuletas de aguja que hicieron las delicias de los Combatientes, que ese día se convirtieron en Huestes Invencibles, en Perfectos Soldados de Valor y de Valores -todo sea dicho de paso-, tras la caminata y ante la mesa, aquella tan placentera, ésta tan bien dispuesta, tan bien surtida, aunque aún faltaba por llegar la sorpresa días atrás anunciada. Para esos momentos de primeras asaduras ya barruntábamos la naturaleza de la sorpresa, pues alguna pista se nos dio y, sobre todo, porque ya olía el sofrito bajo la atinada mano de María Jesús. No nombro a más Combatientes por no alargar lo de por sí ya largo, que a uno se le calienta la mano como ocurriera con el ánimo de los allí reunidos llegadas las 3 de las tarde, cuando ya pudimos degustar la magnífica paella, con fumet “artesanal” preparado con un cariño que todos pudimos degustar. De una estupenda elaboración resultó ser la versión en cuestión del popular plato, propia de un Master Chef que se hubiera aparecido por aquellos canchales. Yo diría que mejor. ¡Gracias, Cocinera!
Aprovecho ahora este punto para repetir que, tal como confesó durante la comida este que esto suscribe, en los inicios de mi entrada en este maravilloso grupo de Combatientes hace ahora unos meses llegué a sentirme un poco intruso, aprovechando una “grieta” que me permitió colarme entre esta buena gente, si bien adiviné, al poco de estar “colándome”, que había sido un acierto, que aquí “se combate” y se combate bien, de manera variada, alegre y, sobre todo, humana. Se combate divinamente, vaya. Y ni un tiro pegamos, tal como ocurriera en la Revolução dos Cravos, tan reciente aún la conmemoración de su quincuagésimo aniversario por parte de nuestros vecinos portugueses, acontecimiento que pudimos presenciar en Santarém gracias a y de la mano de Moisés Cayetano, otro Roqueño de pro.
¡Gracias a todos! Porque el charlar ameno, el confiar y recibir confianza, eso, amigos…, eso no tiene precio. Y a la mesa se demostró…, a la paella, a las asaduras y a los postres, precedidos estos últimos por licores de hierbas y de café que seguían caldeando el ambiente, ¡pero qué caldeo más bueno! Hubo dulces buenos del lugar y otros traídos con todo el gusto de tierras más del sur, todos ellos degustados con sus cafeses, sus risas y la magnífica alegría de compartir entre los que son -no tengo duda y lo reitero- muy Buena Gente, el mérito mayor que puede adornar a las personas. Y como uno sabe poco, pero lo poco que sabe le da para saber arrimarse a los buenos árboles, pues resulta que uno se encuentra que le cobijan buenas sombras.
A todo esto, las encinas, a pesar de la seca, seguían embelleciendo el paisaje, siendo posaderos inmejorables para la multitud de aves que alegran y engrandecen la magnífica Dehesa Boyal de La Roca, donde también hubo fiesta popular, iniciada en la magnífica nave pública, donde se dieron cita unos ochenta niños (un acierto de la Asociación Amigos de San Isidro fomentar la cantera), acompañados de sus padres y no pocos jóvenes que en breve trasladarían las imágenes de San Isidro Labrador y de su homónimo infantil, San Isidrín, entre repiqueteos de campanas, desde la ermita aledaña hasta el pueblo. Los de la Quesería, la cuadrilla del buen yantar y beber, acompañamos la comitiva previa hasta la Ermita, con su charanga rumbosa, que animaba el cotarro lo mismo con un pasodoble, que con Campanera de Joselito, que con Paquito el Chocolatero, llegado el momento. Las que no lo pasaron tan bien fueron las cigüeñas de las torretas de la ermita, que se debatían entre abandonar el lugar (“anda y que os zurzan” con tanto jaleo, pensarían…, si bien se trata de un par de días al año) o proteger a los cigoñinos que oíamos en el interior de, al menos, uno de los nidos. En su indecisión, las cigüeñas -con la mayoría de los presentes acompañando y bailando ajenos a la escena- sobrevolaban inquietas el entorno, planeaban inseguras alrededor de las torretas, hasta que, en el momento álgido de la salida de la charanga seguida del Santo Padre y del Santo Niño, una de las cigüeñas siguió su instinto natural y se posó en el nido que cobijaba a sus cigoñinos, protagonizando un gesto universal en vísperas de la celebración del día de las Madres. Un gesto valiente entre tanto ruido que, sin duda, supondría para aquel ejemplar de “ciconia ciconia” unos minutos de estrés, pero que supo superar para estar donde deben una madre y un padre… con sus retoños, estos con plumas e incipientes picos negros aún. Los otros “pájaros”, los de a ras de suelo, ya se marchaban alegres con la música -y los santos- a otra parte. Ya le dejaban la paz al ave emblema de Extremadura. Algunos Combatientes disfrutamos la escena completa, otros la seguían desde la Quesería, con unos extraños objetos cilíndricos transparentes en sus manos que refulgían con los rayos del sol que ya empezaban a caer tras las encinas.
Todo esto ocurría mientras de nuevo la “cuadrilla de la parrilla” se ponía en marcha para en breve salir en procesión por la puerta llevando varias tiras más de panceta, y unas salchichas en ristre y otras chuletas de aguja hasta el natural fuego. “Échale agua a esas brasas, que se quema la carne”, decía uno de los Combatientes, abstemio según parece… “Échale vino”, decía otro, éste más inclinado a alabar al dios Baco… Quedó la cosa en tablas, pues se le acabó echando agua a las brasas y vino a las carnes. Y no hubo combate. Hubo una tregua que se sustanció en platos de nuevo llenos en el centro de la mesa, alrededor de la cual una buena cuadrilla de Combatientes, Jinetes todos de muy Buena Leche, manducaban que daba gusto. Y Lorenzo que se seguía marchando. Y la cosa que se iba acabando. Y las cosas que había que medio recogerlas. Y los abrazos satisfechos de una jornada magnífica hubieron de darse. Y se dieron. Y bien llenos que salimos todos del lugar, henchidos de carne, vino, Paz y Alegría. Dos no combaten si uno no quiere, pero todos combaten a la par a poco que a uno se le ocurra llevar asaduras y buen pan (por cierto, magnífico, tanto tierno como una vez tostados los restos). ¡Qué día más bueno! ¡Qué viandas más ricas! ¡Qué buenas gentes las que allí se juntaron! Baco los cría y ellos solos se lían… y montan una de éstas.
Pidiendo disculpas por la quizá exagerada extensión de lo escrito, me despido hasta más vivir, sin duda con el pretexto de otras cuestiones que ya asoman: libros, presentaciones, viajes… ¡Cultura! Sea en Badajoz, sea en Alburquerque, sea de nuevo en los “Canchales de la Gloria” de La Roca o por otras rutas cercanas, estoy seguro de que nos volveremos a ver, que La Vida es Breve. Abrazos, Combatientes, que tenemos muchas cosas de las que hablar, ¡Compañeros del alma, Compañeros!
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