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Cuando el cartel se convirtió en arte

Aureliano Sáinz

Ya queda atrás el amplio y duro debate que se generó con el último cartel que servía de presentación del Festival Medieval. Por mi parte, aporté mi particular visión, apoyándome en algunos cuadros de grandes nombres de la pintura; posteriormente, presenté una relación de carteles de otras localidades para que viéramos los distintos diseños que se pueden realizar de estos eventos que tanta popularidad arrastran.

Puesto que el próximo año volveremos a encontrarnos con una imagen que representará al Festival Medieval de 2024, no está de más que vayamos conociendo un poco la historia del cartelismo, ya que, de manera errónea, se suele pensar que el cartel, como parte de la publicidad, es un fenómeno relativamente reciente y que, a lo más, nos tendríamos que remontar a principios del siglo pasado para conocerla. Sin embargo, como hecho informativo, la publicidad siempre ha acompañado al ser humano, ya que ha tenido la necesidad de anunciar los eventos y los productos que se exponen a la venta.

Si nos remontamos a los orígenes, habría que apuntar que el primer reclamo publicitario que se conoce corresponde a una figura representada en un papiro egipcio encontrado en Tebas y que se conserva en el Museo Británico. En la Grecia clásica aparecieron los kyrbos o cilindros de madera en los que se incluían todo tipo de comunicados. De igual modo, en Roma existían los alba y libelli que eran tablas en las que se anunciaban tanto avisos oficiales como informaciones de tipo comercial.

Pero será a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando la publicidad adquiera el rango de industria de servicio con verdadera entidad propia. Por entonces, la invención de la imprenta de gran formato facilitó la edición de carteles que cubrieron las paredes de las grandes ciudades, caso de París, que fue el centro en el que artistas de gran prestigio se ofrecieron a realizar carteles con la intención de mejorar la imagen de los anuncios gráficos.

Así pues, hubo un amplio número de pintores que pasó al mundo del cartelismo, siguiendo el estilo decorativo imperante, el denominado Art Nouveau, que en español se le llamó Modernismo, y que tenía gran predicamento en la arquitectura y en el diseño tanto del mobiliario urbano como en el doméstico. Como referente de nuestro país cabe citar al gran Antoni Gaudí, arquitecto que proyectó la Sagrada Familia, templo que causa enorme admiración a quien lo visita.

Si tuviera que nombrar a tres pioneros como autores de carteles, sin lugar a duda, lo haría refiriéndome a los franceses Jules Chéret y Henri Toulouse-Lautrec junto al checo Alphonse Mucha. Para que los conozcamos, brevemente expondré algunos de sus datos biográficos al tiempo que mostraré un par de carteles de cada uno de ellos.

Por orden cronológico, aparece Jules Chéret (1836-1932), nacido en París. Perteneciente a una familia de artesanos de pocos recursos, a los trece años comenzó a formarse con un litógrafo, lo que le hizo, años después, inclinarse hacia la pintura. El salto hacia el cartelismo se produce por necesidades económicas, lo que significó dignificar este trabajo que no era tan reconocido como el de otros pintores. Falleció en Niza a la edad de 96 años, ciudad en la que se encuentra el Museo de Bellas Artes que lleva su nombre.

Sobre la obra de Jules Chéret y de otros diseñadores de carteles, extraigo un par de párrafos de Historia del diseño gráfico escrita por Philip B. Meggs:

“En 1881 una nueva ley francesa respecto a la libertad de expresión levantó muchas restricciones de la censura y permitió la colocación de carteles en todas partes excepto en las iglesias, urnas electorales y áreas destinadas para notificaciones oficiales. Esta nueva ley trajo una industria floreciente de carteles, diseñadores, impresores y pegacarteles”.

“Las calles se convirtieron en galería de arte para la nación, ya que el trabajador más pobre pudo apreciar la transformación del medio ambiente cambiado por imágenes y color. Los pintores respetados no se avergonzaban de crear carteles para la publicidad. Y Jules Chéret mostró el camino”.

Inicialmente, los temas de sus carteles estaban centrados en carnavales, teatros, cabarets o festivales municipales, pasando, posteriormente, a incorporar la publicidad de distintos productos: bebidas, perfumes, cosméticos o productos farmacéuticos.

Este salto se produce especialmente con Henri de Toulouse-Lautrec (1864-1901), quien representó la vida parisina a través de sus carteles en los que existía una predominancia de los colores planos. De este modo, si observamos los carteles precedentes, podemos apreciar que este pintor aplicaba la misma técnica y las mismas formas compositivas tanto en los dedicados a las obras festivas y culturales como a los que servían para promocionar productos cosméticos, caso del conocido jabón francés Cosmydor.

Sería el joven artista checo Alphonse Mucha (1860-1939) el que, a finales del siglo XIX, daría el gran impulso del cartelismo dentro del Art Nouveau, dado que, al trasladarse a París cuando tenía 27 años, entró en contacto con el resplandeciente mundo que le ofrecía la capital francesa.

En su caso, sería la figura femenina la que protagonizaría sus trabajos. Mujeres sensuales y exóticas, quienes, dentro de unos entornos de plantas y flores, evocaban un cierto romanticismo o irrealidad, un mundo idealizado que anticiparía algunas de las estrategias de la publicidad actual, que siempre nos muestra imágenes y entornos que incitan al consumo a través de sutiles recursos persuasivos.

Cierro esta presentación de estos tres grandes cartelistas, indicando que cuando, en 1917, Checoslovaquia se convirtió en un estado independiente, Alphonse Mucha decidió volver a su país, regresando al mundo de la pintura. Allí trabajaría durante años en la realización de 20 grandes murales que representaría su Épica eslava, una serie de enormes lienzos que pueden contemplarse en Praga y que describen la historia de los pueblos eslavos.

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