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EL INGENIO DE LOS ALBURQUERQUEÑOS

LUIS G SOTO

Hace unos días ha aparecido en la prensa una noticia que me ha llamado la atención por su singularidad. Se trata de la entrega de los llamados premios “Ig Nobel” (la ig viene de ignominioso, dice el autor del artículo), acto que se celebra cada año en la Universidad de Harvard organizado por Marc Abrahams, director de una revista cuyo título, traducido al castellano, viene a decir más o menos: “Análisis de la Investigación Improbable”. El Sr. Abrahams, que a juzgar por las fiestecitas que se monta con motivo de la concesión de estos galardones debe ser un cachondo intelectual de mucho cuidado, asegura completamente en serio que los trabajos premiados “primero hacen reír y luego pensar”, afirmación que expresa con exactitud el propósito de los ensayos presentados al concurso, entre los que figuran algunos títulos tan estrafalarios como: “Cambios estructurales en el hipocampo de los taxistas relacionados con la navegación”, “Análisis de la fuerza necesaria para arrastrar una oveja por distintas superficies o “Heridas producidas por caída de cocos”, todos ellos muy en la línea de un humor inteligente, pero cáustico, que esconde tras su aparente trivialidad el deseo de presentar estas abstrusas cuestiones de la forma más graciosa y amena posible.

     Entre las monografías premiadas en el año 2002 figura la de un español, Eduardo Segura, ganador del Ig Nobel de Higiene por inventar nada menos que la lavadora para perros y gatos, hallazgo talentoso del que ha dicho el Sr. Abrahams: “Seguro que en España hay una buena cantera de ciencia que no puede ser reproducida”. Y ha sido precisamente esta afirmación la que me ha hecho pensar después de haber reído…pues es verdad que en España hay una buena cantera de ciencia ingeniosa y festiva, como también que en Alburquerque, un pueblo español donde los haya, existe un apreciable venero de creación intuitiva, porque aquí hemos tenido mentes tan brillantes como la del Sr. Martín “Jurala”, que dedicó su vida a inventar el movimiento continuo de segunda especie sin darse cuenta de que la creación de una máquina que funcionara sin ningún aporte de energía resultaba imposible, por contradecir los principios fundamentales de la Física. Y también han nacido en nuestro pueblo personajes con sus cabezas muy bien amuebladas, como Patricio Santos, mecánico-armero polivalente y eficaz, que era capaz de reproducir a mano cualquier pieza averiada de escopetas, pistolas y hasta trabucos, así como arreglar el motor de un camión o poner a punto en tiempo record la maquinaría de los lagares del pueblo cuando comenzaba la recolección de la aceituna. Este Patricio, comunista de corazón y de convicción, fue el especialista que organizó en el año 36 la defensa de los “juitivos” de la sierra de Alpotreque, montando allí unos artilugios de hojalata, rellenos de pólvora, que con el estruendo de sus explosiones hicieron creer a todo el mundo que los “rojos” habían montado una batería de cañones encima de las canchaleras del monte. Los piquetes de la Guardia Civil y los grupos de soldados y falangistas que intentaron tomar la sierra no se atrevieron a enfrentarse a tan mortíferas armas y se limitaron a cubrir las apariencias disparando muchos tiros desde los linderos del bosque, pero sin internarse demasiado en él.

     En mi propia familia hemos contado también con un personaje que podía haber optado a los premios “Ig” con grandes posibilidades de éxito: mi tío Rafael Pérez, celador de Telégrafos, mecánico vocacional e inventor de una máquina de hacer fideos con la que se ganó unas “perrinas” durante los pavorosos años de la guerra. El artefacto creado y construido pieza a pieza por mi pariente consistía en unos cilindros de acero, provistos de agujeros de distinto calibre, que se hacían girar por mediación de una manivela; y su manejo era muy sencillo: bastaba con llenar de masa el cilindro adecuado y dar unas vueltas a la manija, que comprimía la pasta haciéndola salir a presión por los orificios del cilindro. Los fideos se ponían a secar después en un palo colocado entre dos sillas y mi tío recogía sus bártulos, cobraba el dinero que había acordado con la señora de la casa y se marchaba a otro domicilio para continuar su labor de elaborador de fideos artesanales.

     También podemos hablar de mentes despiertas si nos referimos a personajes de nuestro tiempo; y yo no quiero terminar este artículo sin sacar a colación a mi amigo Paco Manzano, un “manitas” con grandes dosis de imaginación que, como dice la conocida sentencia: “lo mismo plancha un huevo que fríe una camiseta”. Paco es un heredero directo de aquellos hombres del siglo XIX que consiguieron suplir las carencias de la época aplicando a la solución de sus problemas una gran aportación de ingenio práctico y de capacidad innovadora, lo mismo monta una instalación eléctrica que proyecta la conducción del agua desde una charca lejana hasta el mismo vater de su vivienda. Ha cambiado la vieja techumbre de su casa de Quínola sustituyéndola por un sólido tejado sostenido por vigas de hierro, ha convertido su cocina en una confortable habitación y ahora está revistiendo de madera una de las salas interiores, a la que quiere colocar un enlosado moderno muy decorativo.

     Mi amigo Paco, además de albañil, electricista y fontanero, es también un excelente guitarrista de flamenco y un constructor aficionado de aparatos que tienen su intríngulis a pesar de su aparente inanidad. Cansado ya de ordeñar las cabras, sentado o en cuclillas (en “croquiyas”, decimos los alburquerqueños) se ha inventado un artilugio que le permite ordeñarlas en una posición cómoda, sin tener que agacharse. El artificio consiste en una plataforma de madera de 1,20 metros de altura a la que se accede por una rampa de tablones provistos de listones atravesados que tienen por objeto evitar que los animales resbalen al ascender por la pendiente. Las cabras suben por la rampa y se colocan en la plataforma sacando la cabeza por un ventanillo de guillotina que se abre desde abajo por mediación de una palanca, delante del ventanillo hay un cacharro con pienso…y mientras la cabra da cuenta de su comida, mi amigo Paco la ordeña cómodamente. Después no hay más que levantar la palanca, liberar al animal de su dogal de madera y obligarle a saltar a tierra para dejar su puesto a otra compañera. El aparato tiene mucho éxito entre las cabras, que hacen cola para subir otra vez a comerse el pienso que les espera en las alturas.

     Sería muy interesante iniciar una especie de “galería de hombres celebres” para glosar la originalidad de los albañiles, carpinteros, herreros, navegones, mecánicos, zapateros y gente del campo que supieron unir a su capacidad profesional esa chispita de ingenio tan necesario para que el artesano se convierta en artista.

     Y sin haber estudiado en Harvard.

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