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EL FESTIVAL MEDIEVAL VISTO POR UNA INGLESA

TEXTO: Nicolás Chaves y Natasha Gowans

FOTOS: Francis Negrete (Todos los derechos reservados)

Montaje y maquetación: José Manuel Leal

Artículo publicado en la edición impresa en el año 2004.

Prohibida la reproducción de las imágenes sin permiso. Están todos los derechos reservados sobre las mismas. 

NICOLÁS CHAVES

Durante el año pasado Natasha no hizo ningún examen, a cambio, este año tenía que demostrar que había realmente había aprendido español y por eso le citaron a un examen oral con jurado (un profesor de español que es inglés y una profesora uruguaya). Para ese examen tenía que preparar algo que hubiese aprendido sobre la cultura local, regional o nacional durante su estancia en el país elegido. La mayoría de sus compañeras, al leer en la citación que tenían que preparar un tema cultural, escogieron algo histórico como la guerra civil, la evolución española en los últimos años, o algo más social como comparativas de diferencias generales de la cultura española y la inglesa. Pero nadie hizo un tema realmente personal. Cuando Natasha me pidió su opinión sobre el tema que ella quería desarrollar, a mí me encantó; no sólo por el tema en sí, sino también por el interés con el que lo hizo.

     Yo tuve la oportunidad de escuchar su examen desde la puerta, la verdad es que le salió genial y los profesores le felicitaron, aún no sabe la nota, quizás en una semana pero no creo que tenga ningún problema después de oír los halagos que le hicieron los profesores tanto sobre el tema como la exposición que ella hizo.

     (En la foto, tomada en el Festival Medieval, aparecen Natasha y Nicolás Chavez)

Orgullo por el Festival Medieval

NATASHA GOWENS

Era otoño. Atrás dejaba el frío de la tierra húmeda que me vio crecer y todo el calor de mi familia a cambio de un país desconocido, de un pueblo alejado de todo el mundo que yo conocía hasta entonces y de una gente de la que sabía poco más que eran españoles. Era otoño pero a las calles de Alburquerque llegaba un baño de sol que Manchester casi ni había visto en verano. Yo andaba por esas calles estrechas que llegan al castillo en busca de nada, pensando en mil y una cosa y con muchas ganas de vivir una experiencia que apenas acababa de empezar cuando, casi sin darme cuenta y con una facilidad que casi sorprende, empecé a conocer gente. Cada día más.

     Recuerdo que no llevaba ni una semana en el pueblo y ya conocía a más gente de la que podía recordar. Así, creo yo, que más de uno pensaría que yo era muy estúpida porque, en muchos de esos paseos míos por las calles de Alburquerque, me cruzaba con gente y no sabía si saludar o no porque no recordaba si realmente conocía a esa persona. Eran de distintas edades, salían con diferentes grupos, trabajan o estudiaban, tenían inquietudes diferentes pero todos, casi sin excepción, me hablaron de una fiesta que se celebraba en Agosto en la que todo el mundo vestía con trajes medievales y representaban escenas antiguas. Una fiesta que debería tener algo de especial porque la mayoría se emocionaba hablando sobre ella.

     No hicieron falta muchos más días para que me diera cuenta de que si preguntaba a cualquier alburquerqueño por la fiesta más popular del pueblo, sin ninguna duda me diría… “El Festival Medieval”. Para entonces ya había visto decenas de videos en los que mis nuevos amigos salían actuando, ojeado miles de fotos que incluso parecían repetirse y oído cientos de historias y promesas sobre aquella fiesta.

     Yo creo que a los alburquerqueños les encanta hablar de esa fiesta de la que yo nunca había oído nada más de lo que me contaron en sus historias y creo que, aún más, les gustaba hacerme partícipe por adelantado de ese acontecimiento porque yo era de fuera. Pero para mí, que no tenía ningún referente real, esa historia que me contaban casi a diario se iba convirtiendo, cada vez más, en una especie de cuento que se repetía en cada conversación.

     Para entonces ya me había ido a vivir con una familia. Una familia que, por casualidad, estaba muy implicada en la organización de ese evento y, claro, allí seguí escuchando historias entusiasmadas sobre el festival. La verdad es que era tal la emoción que ponían al hablar que le prometí a la madre que me quedaría hasta Septiembre para ver y participar en aquellos actos pero, también es verdad que ya empezaba a estar un poco harta de que todo el mundo me lo recordase a diario. Entonces pensé en que aún faltaban más de nueve meses para el gran evento, más de nueve meses en los que seguro escucharía más de una vez eso de… “¡Verás cuando llegue el festival medieval!”, o eso otro… “Te va a encartar, segurísimo”, o… “¡Nati, ves pensando en qué quieres hacer!”, o la pregunta estrella… “¿Ya tienes traje?”.

     Finales de Julio, con la época de los ensayos llegó un calor abrasador. Yo sabía que en estos días me iba a aburrir de gente hablando de esta cosa que nunca había visto pero, como ya tenía un compromiso, fui unas dos o tres veces por semana a Las Laderas con los demás. Entonces me sorprendí, y mucho. La gente, aunque trabajase durante el día, asistía a los ensayos por la noche. Estas personas reunían un poco de esfuerzo, bastante voluntad y mucho amor propio para reunirse cada noche durante horas de forma totalmente voluntaria y sin cobrar absolutamente nada. Los organizadores, que durante todos los meses precedentes habían estado planeándolo todo, en esta época, sólo tenían el momento del sueño para descansar. Las madres, haciendo acopio de esa mezcla entre orgullo de madre y satisfacción de vecina de Alburquerque, cosían y confeccionaban trajes, estandartes, ornamentos, guirnaldas, recuerdos,… sin más recompensa que la de saber que están haciendo el trabajo por los que quieren.

     Y es que los alburquerqueños están tan orgullosos de su pueblo que, han sido ellos mismos quienes han llevado al Festival Medieval hasta el lugar en que ahora está. Son ellos quienes, con esa fuerza de voluntad que les caracteriza, esa cooperación desinteresada, esas ansias de superación y ese amor propio han levantado algo mucho más grande que ese festival, algo que yo nunca he visto en Inglaterra y dudo que haya en muchos lugares del mundo, han levantado el espíritu de un pueblo en un acto casi patriótico.

     Ahora ya sé el por qué del orgullo por ese festival. Ahora sé que ese orgullo es fruto de algo que han creado todos juntos con un mismo espíritu. Y yo tuve la suerte de ser parte de esa pequeña historia, lo suficiente como para ser contagiada de ese orgullo pues, ahora soy yo, la que no deja de hablar de El Festival Medieval de Alburquerque.

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