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El largo camino de la integración (A las personas con discapacidad)

JUAN ÁNGEL SANTOS

“He tenido una vida completa y satisfactoria. Creo que los discapacitados deberían concentrarse en las cosas que su discapacidad no les impida hacer y no lamentarse por las que no puedan hacer.” (Stephen Hawking)

Hace ya bastante tiempo, a comienzos del nuevo milenio, tuve la desagradable experiencia de encontrarme con un DNI expedido allá por los años 50 del pasado siglo, en el que el funcionario de turno habría cumplimentado el apartado de profesión con el calificativo de subnormal. Esto no era un error administrativo, tampoco era una humillación premeditada, esto era y ha sido lo habitual en la definición de la discapacidad, entendida hasta no hace demasiado tiempo, como una remora y un inconveniente para la normalización social de quienes padecían algún tipo de limitación física, mental, intelectual o sensorial.

Desde bien antiguo, el trato dispensado a las personas con discapacidad no ha sido, precisamente, inclusivo.

En la Antigüedad, lo habitual era abandonar a su suerte, cuando no asesinar, a lo niños que nacían con alguna limitación. Eran tiempos bárbaros en los que el ser humano distaba poco de las bestias que poblaban el orbe, de manera que, como los animales, toda persona que no era “útil” a la manada, representaba una carga para la precaria economía de subsistencia y, por tanto, era despreciada. Un concepto de selección natural arraigado en el utilitarismo liberal y en el darwinismo social, que se ha mantenido en vigor hasta no hace demasiado tiempo en regímenes totalitarios.

Los antiguos egipcios practicaban el abandono o directamente el infanticidio de los neonatos que presentaran algún signo de discapacidad. En la antigua Grecia, los espartanos, en aplicación de las leyes de Licurgo, arrojaban desde el monte Taigeto a cualquier niño que, en opinión de los ancianos, presentara alguna “debilidad”. No mucho mejores eran sus vecinos atenienses que también cultivaban, además de la democracia y las artes, el rechazo a la discapacidad. El propio Aristóteles dirá en su obra Política que “sobre el abandono y crianza de los hijos, una ley debería prohibir que se críe a ninguno lisiado”.

Con el imperio romano, el infanticidio dejará de ser práctica habitual en el mundo occidental, lo que no significa que la discapacidad deje de estar proscrita por la sociedad. Desde la Edad Media y mucho más allá, las enfermedades mentales estarán asociadas a un origen demoníaco y la solución será el aislamiento del “loco” del resto de la comunidad, bien en “jaulas de idiotas”, usadas en la Alemania medieval y denunciadas en Grecia por su uso hace solo 10 años, o bien en instituciones psiquiátricas que, en España, comienzan a proliferar en el siglo XV bajo la tutela de las órdenes religiosas. Por su parte, la discapacidad física condena al que la sufre a la mendicidad o al bochornoso espectáculo circense. Los cuadros de Velázquez son un exponente de esta última “utilidad” que la corte de los Austrias dispensa a los “deformes”.

A partir del siglo XVI y, sobre todo, desde finales del XVIII con las “Luces”, comienza un lento camino de atención a la discapacidad, primero desde una perspectiva rehabilitadora y, mucho después, con un claro compromiso de inclusión e integración social y laboral que llegará, no sin sobresaltos y retrocesos, hasta nuestros días.

Precisamente una de las mayores satisfacciones que hemos podido disfrutar los que llevamos años trabajando en el ámbito de lo social, ha sido la paulatina integración de las personas con discapacidad en todos los ámbitos de la sociedad, pero de manera especial, en el terreno laboral.

Sin lanzar campanas al vuelo por lo que todavía resta por hacer, es reseñable el impulso dado desde la economía social a la integración profesional de la discapacidad. Mucho han tenido que ver en este proceso, además de la normativa inclusiva dictada por las distintas Administraciones Públicas y de instituciones públicas y privadas como la Fundación O.N.C.E., los Centros Especiales de Empleo nacidos al amparo de la Ley de Integración Social de los Minusválidos en abril de 1982.

Se trata de empresas públicas o privadas sin ánimo de lucro o tengan reconocido su carácter social y cuyo objetivo principal es “el de realizar una actividad productiva de bienes o de servicios, participando regularmente en las operaciones del mercado, y tienen como finalidad el asegurar un empleo remunerado para las personas con discapacidad; a la vez que son un medio de inclusión del mayor número de estas personas en el régimen de empleo ordinario…”. Es requisito esencial que la plantilla esté compuesta por, al menos, un 70% de personas con una discapacidad igual o superior al 33%.

Según datos de la Federación Empresarial Española de Asociaciones de Centros Especiales de Empleo (FEACEM), las plantillas de trabajadores de estos centros, se ha duplicado entre 2009 y 2019, siendo en este último año, 83.401 las personas con discapacidad contratadas en los mismos, de los que 2.303 lo eran en los casi 180 Centros Especiales de Empleo autorizados en la Comunidad Autónoma de Extremadura.

En Alburquerque esta figura no existe, no sé si en algún momento se ha llegado a plantear desde el ámbito institucional público o por parte de alguna persona o entidad privada, pero no estaría de más que se contemple como una de las muchas oportunidades de futuro que puedan llegar a emprenderse, siguiendo el ejemplo de pueblos vecinos como Villar del Rey y La Codosera.

Ahora que los muros han dejado de serlo para convertirse en peldaños, ahora que la inclusión es un principio inexcusable y un derecho esencial, ahora que la sociedad asume, con cierta normalidad y compromiso, la diversidad y las capacidades de todos sus miembros, ahora y siempre, es el momento de incorporar la discapacidad y de dignificar el trabajo con la concurrencia de todos. Como dijo el actor Jesús Vidal de la película “Campeones”, en la entrega de los premios Goya de 2019, “los prejuicios son una gran discapacidad”. Enterremos los recelos y tabúes seculares, invirtamos en políticas inclusivas y estaremos invirtiendo en igualdad, fomentemos y fortalezcamos la inserción y estaremos mejorando como especie.

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Portada: Oleo sobre lienzo pintado con la boca (Alejandro Pinazo)

 

 

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