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GENTE CORRIENTE (Al personal de las residencias geriátricas, a los usuarios y a sus familiares)

JUAN ÁNGEL SANTOS

 

 “Dios prefiere a la gente corriente, por eso ha hecho tanta” decía el presidente Lincoln. Lo cierto es que, sin menospreciar a la gente brillante y a la gente eminente, sin cuyo concurso todo sería más gris y anticuado, la gran noria que es este mundo lleva moviendo las aguas de la historia gracias al constante empuje de la gente corriente. Esa multitud anónima y anodina que, con sus rutinarias vidas, va tallando el devenir del tiempo.

Para bien o para mal, cubiertos de gloria por sus éxitos o rebozados en infamia por sus fracasos, solo una minoría de privilegiados consigue dejar su nombre impreso para el recuerdo de generaciones venideras. El resto, la gente vulgar, solo deja tras de sí cifras y referencias generales que engordan el relato de los grandes nombres de la historia.

Hace cien años, en el verano de 1921, el ejército de África estaba compuesto esencialmente por soldados de reemplazo, gente pobre, gente corriente que no podía permitirse el pago de la cuota para reducir el servicio militar o elegir destino como hacía la gente adinerada. Si te toca te joe / que te tienes que ir, / que tu madre no tiene / para librarte a ti, reza la letra de una popular jota de quintos recuperada en Don Benito. Desde 1912 ya no podía eludirse la mili como hasta entonces, pero con mil o dos mil pesetas en el bolsillo, un dineral, podía evitarse la guerra del Rif donde, regresar con vida, era una lotería que tocaba al 50% de los reclutas. Porque me toca a Melilla / me llaman el pobrecito, / como si Melilla fuera / matadero de los quintos, cantaban los mozos de Arroyomolinos de Montánchez.

Allí, en Melilla, sirvió mi abuelo Daniel, durante tres años, que era el período del servicio militar obligatorio. Tuvo la suerte de nacer en 1898, de manera que, para 1919, ya debía estar de regreso en casa. Si no el dinero, que no lo tenía, al menos la fortuna de haber nacido en aquella fecha, le salvó la vida. Ese año se intensificó la rebelión de las tribus rifeñas contra el protectorado español y dos años después, en julio de 1921, hace ahora cien años, llegaría el desastre de Annual, probablemente la peor y más sangrienta derrota sufrida por las armas españolas a lo largo de su dilatada trayectoria.

Entre 8.000 y 10.000 muertos entre los que se encontraba el propio general Fernández Silvestre, Comandante Militar de Melilla, responsable de las operaciones y temerario en el mando. En 20 días, los que median entre la heroica defensa de Iguiriben, a finales del mes de julio, y la masacre del Monte Arruit, a comienzos de agosto, miles de jóvenes mal armados, mal vestidos, y mal preparados, sufrieron los rigores de una guerra sin cuartel y la incompetencia de unos gobernantes y de unos mandos militares que les condujeron a la muerte. “Todos los sacrificios que exigía la pobreza, ellos los cumplían con resignación.”

Este desastre fue el golpe definitivo al sueño colonialista español, marcó el final del régimen de la Restauración y el advenimiento de una dictadura militar con el beneplácito de un rey al que se señaló como responsable directo, rebeló los graves problemas de incompetencia y corrupción que aquejaban al ejército español y espoleó a los generales “africanistas” que años después, con ayuda de aquellos mismos moros rifeños, asaltarían la democracia imperfecta de una Segunda República que pudo ser, pero murió como aquella gente corriente de Annual, asesinada en el intento.

Como dijera el diputado socialista Indalecio Prieto en las Cortes, “Estamos en el periodo más agudo de la decadencia española. La campaña de África es el fracaso total, absoluto, sin atenuantes, del ejército español.”

También en el mes de julio, Alburquerque ha tenido su propio Annual, su particular desastre con el que poner fin a un largo período de decadencia indisimulada. La intervención de la residencia socio sanitaria “Virgen del Carmen” por parte de la Junta de Extremadura, ha sido el epitafio para la tumba de un régimen que se niega a reconocer su agonía, el punto y final de un chamán que no duda en ofrecer a su pueblo en el altar del sacrificio, elevando plegarias a unos dioses que han dejado de escucharle, el tañido alocado de campanas con toque de arrebato que anuncia la tragedia, en plena siesta, a un vecindario adormilado.

Como aquel mes de julio de 1921, las víctimas del desastre son gente corriente. Los reclutas de Marruecos son ahora, personal sanitario, auxiliares de geriatría, limpiadoras…trabajadoras que se enfrentan a su tarea con medios precarios y con una moral sostenida solo por su profesionalidad y su compromiso con nuestros mayores, bajo la dirección de un general Silvestre que, con su silencio, ha demostrado su incapacidad para afrontar la debacle.

La actitud de estas trabajadoras y de los familiares que se han atrevido a denunciar las miserias sufridas en este Centro, solo es comparable al valor desplegado por el Regimiento de caballería Alcántara 14 en el paso del río Igan o por los regulares del Comandante Llamas en las alturas de Annual. Con su coraje, determinación y absoluto desprecio a las consecuencias que, el cumplimiento del deber pueda acarrearles, las trabajadoras de la residencia se han convertido en protagonistas de esta épica jornada de lucha contra la desidia y la indolencia de las autoridades.

Dice Arturo Pérez Reverte que “es muy fácil ser héroe rodeado de gente que te aclama, lo difícil es serlo en soledad, cuando el único testigo es el coraje, el honor, el valor.”, por eso este colectivo, abandonado por sus jefes y amenazado por los cobardes y miserables que se escudan en el anonimato de las redes sociales, necesita, más que nunca, del apoyo expreso de todos. La valentía de la gente corriente casi nunca es recordada, por eso el reconocimiento de su esfuerzo tiene que hacerse hoy, sin dilación, sin miedo. No pueden estar solas. Vaya mi gratitud y solidaridad sin recato.

En cuanto a los que dicen gobernar sin hacerlo, más les valdría seguir el ejemplo de quienes gobernaban en aquel verano de 1921 y presentar su dimisión asumiendo la culpa en el desastre, aunque me temo que, los máximos responsables, como hiciera el rey Alfonso XIII en aquellos días, sabrán esconderse en su propia indignidad para intentar eludir la responsabilidad. Nunca el silencio será lo suficientemente sordo, el pueblo que no la historia, les juzgará.

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Portada: La carga del río Igan (Augusto Ferrer Dalmau, 2013)

Foto 2: Desastre de Annual (Monte Arruit, 1921)

Fotos 3 y 4: Algunos desperfectos en la residencia Virgen del Carmen (base de la columna y techo).

Foto 5: Residencia cerrada por la Junta de Extremadura.

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