CHARO CEBALLOS
Ni todos los hombres maltratan ni todas las mujeres son un dechado de virtudes. No hay que criminalizar al género masculino cuando suceden hechos luctuosos como el de las pequeñas de Tenerife, pero tampoco hay que recurrir automáticamente al argumento simplista de que las mujeres matan igual que los hombres. Según datos del INE[1], en el año 2019 se cometieron un total de 545 homicidios y asesinatos, de los cuales 57 fueron perpetrados por mujeres, es decir, solo un 10,4% de total de estos crímenes fueron cometidos por féminas. Por tanto, las mujeres también matan, sí, pero bastante menos que los hombres. No existen datos estadísticos que vinculen el número de menores víctimas de homicidio, su relación con el homicida y el sexo del agresor, estos datos solo se publican cuando los menores son asesinados por violencia de género, es decir, por la pareja o la expareja de la madre, aunque no sea su padre biológico. Y aquí está el “quid” de la cuestión, nos estamos refiriendo a violencia de género, es decir, a aquella que se ejerce sobre las mujeres por parte de quienes tienen o han tenido con ella un vínculo afectivo con objeto de producir daño y ejercer un control sobre la mujer de manera continua y sistemática.
Esta violencia tiene su origen en las diferencias estructurales de poder que colocan a las mujeres en una situación de riesgo frente a múltiples formas de violencia, una de estas violencias es la llamada violencia vicaria. Desde el año 2013[2] hasta hoy han sido asesinados 39 menores cuyas madres fueron víctimas de violencia de género, 35 de ellos a manos de sus propios progenitores varones. En este recuento aciago no he incluido la muerte de Olivia, la niña de Tenerife cuyo cuerpo ha sido encontrado el pasado 10 de junio y que nos ha vuelto a dejar a todos el corazón encogido. En el momento de escribir estas líneas todavía se sigue buscando a la hermana pequeña. Este tipo de violencia, como he dicho, es la violencia vicaria, que se perpetra contra la madre de los propios vástagos para causarle un dolor crónico y paralizante de por vida. Es importante focalizar estas muertes en el contexto adecuado, no son parricidios al uso, no se mata a un familiar, se mata a un hijo o una hija para hacer daño a la madre, y es importante distinguirlos porque no se pueden meter en el mismo saco que otros asesinatos u homicidios que se producen en el ámbito familiar y doméstico.
El asesinato de estos menores cometidos por sus padres son el culmen de la violencia ejercida contra sus madres, no podían infligir mayores daños a estas mujeres y lo sabían, por eso lo hicieron, por eso mataron a sus hijos e hijas. La tasa de suicidios una vez cometido el crimen en el intervalo de tiempo datado (2013-2021) oscila en torno a un 55%, es decir más de la mitad de los filicidas se quitaron la vida después del asesinato de sus vástagos. Yo no dejo de preguntarme cómo el resto es capaz de seguir viviendo con lo que hicieron en su conciencia.
[1] https://www.ine.es/jaxiT3/Datos.htm?t=25998#!tabs-tab
[2] https://violenciagenero.igualdad.gob.es/violenciaEnCifras/victimasMortales/fichaMujeres/home.htm
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