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Sobre la valentía y los héroes de nuestro tiempo

AURELIANO SÁINZ

Para Juan Pedro Pulido, por su valentía y su enorme coraje al defender los derechos que injustamente les han sido denegados, tanto a él como a los que se encuentran en la misma situación.

Tradicionalmente, uno de los rasgos del carácter de las personas que genera mayor admiración es el de la valentía, como se demuestra que a lo largo de la historia y en las distintas culturas se haya expresado la fascinación que suscita quien posee los valores del coraje y la fuerza interior para enfrentarse a las situaciones difíciles.

Esto lo vemos cuando comprobamos que una parte significativa de los grandes relatos que configuran el imaginario colectivo que da identidad a los pueblos es la apelación a los héroes que sirven como referentes o modelos a admirar y a imitar. Se nos muestran como seres dotados de cualidades especiales, muy por encima del resto de los mortales. En ellos el miedo parece que no hace mella, por lo que los entendemos carentes de este sentimiento negativo que paraliza a las personas.

De este modo, cada país, cada cultura, tiene varios personajes, reales o míticos, que sirven para aportar sentido de pertenencia a esa comunidad. Tradicionalmente, han sido los militares o los soldados los que se encontraban en ese grupo de celebridades de los que se habla de ellos con gran respeto. También eran motivo de orgullo las aventuras que llevaron adelante los grandes descubridores. A ellos conviene añadir los científicos que habían dedicado su vida en los avances del conocimiento y que han servido para encontrar soluciones a los problemas que parecían difíciles de resolver.

Se me ocurre pensar, dentro de los primeros, nombres como el de Alejandro Magno o Rodrigo Díaz de Vivar. Los retos que llevaron adelante Cristóbal Colón y Fernando de Magallanes en sus inciertas aventuras o la que gestaron los tripulantes del Apolo 11 (Armstrong, Aldrin y Collins) hasta pisar el suelo de la Luna nos conmueven por los riesgos que asumieron. Líderes sociales como Mahatma Gandhi o Nelson Mandela son siempre citados con admiración. Cabría incluir a investigadores y científicos, y ahora se nos vendría a la mente el nombre de Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina, que tanto bien hizo para la salud de la humanidad.

Lamentablemente, en esta pléyade heroica no aparece nadie del género femenino. Parece que el coraje y el riesgo, muy ligados a la idea de valentía, son atributos exclusivamente masculinos, dado que la mujer quedaba tradicionalmente relegada a los valores maternales y domésticos, por lo que se la ha considerado como un ser inseguro, frágil y temeroso, necesitado del apoyo masculino para que pueda transitar con cierta seguridad por la vida.

No obstante, es posible citar muchos nombres femeninos que han quedado relegados al anonimato por el hecho de ser mujeres. Mientras escribo, me viene a la mente el caso de la guatemalteca Rigoberta Menchú que, en 1992, recibió el premio Nobel de la Paz. Mujer indígena, de la etnia maya quiché, luchadora incansable, desplegó un enorme coraje denunciando las atrocidades que sufría en su país la población indígena, dado que se encuentra sometida de forma sistemática a violaciones de los derechos humanos.

Esta injusta valoración en los últimos tiempos ha sido muy cuestionada. Ahora consideramos que no es necesario encontrarse dentro de conflictos bélicos o en situaciones de alto riesgo físico para mostrar una actitud de fortaleza y decisión, entendiendo, de este modo, la valentía como una cualidad que en principio todos podemos tenerla, ya que también está ligada a valores como la capacidad de resistencia, la sinceridad y la superación de los miedos que pueden atenazar a las personas.

Y es que tal decía el psiquiatra Carlos Castilla del Pino: “No hay que ser un héroe. Ya es bastante con vivir el día a día”. Con esto, alguien que conocía bastante bien la mente humana, nos venía a decir que, en ocasiones, la propia vida nos coloca ante situaciones tan difíciles y adversas que hay que tener un gran coraje para salir bien parados de esos estados en los que no quisiéramos vernos. Pero, cuidado, Castilla del Pino no negaba la necesidad del coraje y la valentía, tan necesarios siempre en la vida; sino la capacidad de sobrepasar los límites que cada uno tenemos.

De cualquier forma, no es necesario tener la enorme resolución de los grandes personajes para mostrar valores como la entrega, la entereza y la honestidad, dado que en estos tiempos de pandemia la mayoría ha aprendido a afrontar dignamente el trabajo en una situación colectiva enormemente adversa y desconocida.

Son ejemplos de ello los profesionales sanitarios, los cuidadores de mayores, los docentes… y todos aquellos que soportan distintas situaciones infaustas (paros, cierres de sus negocios, aislamientos, enfermedades, fallecimientos, etc.) Y es que el esfuerzo responsable y la superación del miedo y las incertidumbres que nos asaltan acaban siendo fundamentos de un nuevo modo de entender la valentía.

A todo esto habría que añadir la virtud de la empatía con los que se encuentran en las situaciones más adversas, ya que una valentía egoísta, que no considera a los demás, en última instancia se muestra como una expresión del narcisismo personal, base de la intolerancia o del fanatismo, por no decir la bravuconería, tal como la hemos visto y sufrido en un personaje tan nefasto como Donald Trump, para quien las mentiras eran sencillamente unos meros instrumentos para alcanzar o mantenerse en el poder.

Entendemos, de esta forma, a la valentía como virtud humana que implica una actuación responsable, cargada de altruismo y de generosidad. Esto no implica que las personas que actúan bajo estos valores no sientan ningún tipo de miedo y no tengan en cuenta sus propias necesidades, puesto que es casi imposible que un acto que implica riesgo o posibles pérdidas personales no asomen los sentimientos menos deseables que subyacen en todos nosotros.

Por otro lado, hemos de considerar que los valores humanos no están aislados unos de otros. Así pues, en estos tiempos, cualidades como el compromiso, la prudencia, la paciencia, la empatía, etc., deben ser asumidos, no como rasgos que colindan con el miedo o la cobardía, sino con algo tan sencillo como es la sensatez y el sentido común, de modo que los héroes de hoy también son aquellos o aquellas que asumen conscientemente su trabajo asumiendo unos riesgos que, mirando hacia atrás, no los conocíamos.

Y es que no podemos esperar que venga, tal como se nos contaba en los relatos heroicos o como hemos visto cientos de veces en el cine, que un ser singular, con dotes excepcionales o sobrenaturales, venga a solucionar el problema colectivo como es la pandemia en la que nos encontramos inmersos. Ahora es responsabilidad de todos salir de este atolladero.

 

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