CHARO CEBALLOS
Durante el periodo de entreguerras el activismo feminista decayó, muchas militantes abandonaron el movimiento pensando que una vez conseguido el derecho al voto y el acceso a la educación superior todo el trabajo estaba hecho. Algunas continuaron luchando para reformar las leyes de la infancia y la maternidad, pero lo cierto es que durante mucho tiempo al movimiento feminista se le dio por acabado. No hay un consenso para datar cronológicamente la tercera ola feminista, algunas autoras consideran que fue Segundo sexo, el libro escrito por Simone de Beauvoir, el que propició el comienzo del tercer periodo feminista, otras aseguran que comienza a finales de los 60, al albur de las revueltas estudiantiles del mayo francés.
Como apunta Amelia Valcárcel, la obra de Simone de Beauvoir es difícil de clasificar y no se sabe si considerarla el colofón del sufragismo o la obra que da el pistoletazo de salida a la tercera ola. De lo que no hay duda es que Segundo sexo marca un antes y un después en la historia de la teoría feminista que deja de ser un movimiento puramente reivindicativo para pasar a serlo también explicativo. Con esta obra se comienza a trabajar el feminismo de forma interdisciplinar, buscando en la biología, la psicología, la antropología y otras ciencias naturales y humanas las respuestas necesarias para explicar el estatus que la mujer tiene en la sociedad. La conclusión a la que llega Simone de Beauvoir es que no hay nada biológico ni natural que explique la subordinación de las mujeres en la sociedad. El libro se publica en 1949 en Francia, pero fueron las feministas norteamericanas las que cayeron rendidas ante la obra de la filósofa francesa. Después de la Segunda Guerra Mundial, en la década de los 50, se instaura en Norteamérica un modelo de mujer que Betty Friedan describe perfectamente en su libro La mística de la feminidad. Este modelo concibe a la mujer como la perfecta ama de casa, siempre solicita con su marido y sus hijos, dispuesta a sacrificar su carrera profesional y dirigir todos sus esfuerzos para lograr el éxito y la proyección social de su esposo, organizando fiestas para tal fin y, por supuesto, luciendo siempre impecable. Este modelo respondía a una campaña perfectamente orquestada por las políticas gubernamentales y los medios de comunicación de masas, concretamente, las revistas femeninas. Friedan es, ella misma, ejemplo de este modelo de mujer. Después de graduarse en Psicología Social con las mejores notas, rechazó una beca de investigación para ponerse a trabajar y formar una familia. Durante su segundo embarazo es despedida de su trabajo como redactora y comienza a trabajar como freelance.
El germen de La mística de la feminidad es, precisamente, un artículo un tanto largo que ninguna revista femenina se atrevió a publicar. “El malestar que no tiene nombre” es el título de este artículo y también del primer capítulo del libro que, junto con Segundo Sexo, son claves para entender el pensamiento feminista de la segunda mitad del siglo XX. Este libro fue un revulsivo para millones de mujeres estadounidenses que se dieron cuenta de que su “problema sin nombre” no era individual sino colectivo, político, por tanto. La filósofa Ana de Miguel sostiene que la mística de la feminidad es una reacción del patriarcado contra el sufragismo y la incorporación de las mujeres al ámbito público después de la Segunda Guerra Mundial, esta mística identifica a la mujer con la esposa y la madre y esto coarta toda posibilidad de realización personal, al tiempo que hace sentirse culpable a todas aquellas que no son felices viviendo exclusivamente para los demás. Además de escribir el texto que contribuyó a que las mujeres tomaran conciencia de su propia opresión, Betty Friedan también fue una de las fundadoras de la Organización Nacional para las Mujeres (NOW), creada el 29 de octubre de 1966. Esta organización y la propia Friedan son las máximas representantes del feminismo liberal, cuyo objetivo fundamental fue lograr la igualdad de los sexos y la no exclusión de las mujeres de la esfera pública.
Entre 1967 y 1975 surge el feminismo radical, avalado también por dos obras fundamentales para el pensamiento feminista: Política sexual de Kate Millet y La dialéctica del sexo de Shulamith Firestone. Se llama radical porque su objetivo principal se focaliza en la raíz misma de la opresión femenina que para las activistas radicales se encuentra en la consideración del género como una construcción social y no como un determinismo biológico, es decir, las mujeres no somos diferentes sino que nos han educado para ser diferentes, han normativizado nuestro comportamiento y lo han naturalizado, pero no es natural; de hecho, no hay nada natural en ser mujer, ya lo dijo Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Por otro lado, las feministas radicales son las primeras que definen el concepto de patriarcado como un sistema de dominación que subordina a las mujeres. La diferencia de las radicales con respecto a las anteriores, tanto liberales como sufragistas, estriba en la intención no solo de conquistar el espacio público vedado a las mujeres, sino también de lograr cambios en el espacio privado, en cuyo ámbito se problematizan las responsabilidades familiares, la sexualidad o la violencia de género. Su lema será: “Lo personal es político” es decir, si existe un problema que atañe a muchas mujeres, ese problema no puede obedecer al comportamiento de esas mujeres, sino a cómo están establecidas las relaciones de poder en la sociedad que afectan a esas mujeres. El feminismo radical creó los grupos de autoconciencia, donde se trabajó la autoestima y el empoderamiento de las mujeres y se interesó por la sexualidad desde una postura crítica, desvinculando la práctica sexual de la maternidad y poniendo de manifiesto que las mujeres no somos máquinas de tener hijos. A partir de 1975 como indica Nuria Varela, “el feminismo ya no volvió a ser uno, singular”. Surge toda una diversidad dentro del movimiento feminista al que algunas autoras denominan postfeminismo; y es que el feminismo se fue construyendo en cada lugar del mundo de acuerdo con sus necesidades ya que las mujeres no somos todas iguales ni tenemos todas las mismas privaciones, obedecemos a distintas experiencias de vida y nos socializamos de distinta manera. Así, el feminismo radical se escindirá en dos corrientes enfrentadas durante años, pero condenadas a entenderse: el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia; porque si en algo estamos de acuerdo todas las feministas, sea cual sea nuestra corriente de pensamiento, es que las mujeres tenemos derecho a elegir libremente nuestro destino sin que este sea decidido por la sociedad de la que formamos parte ni por los hombres con los que convivimos.
Bibliografía consultada:
Beauvoir, Simone de (2005). Segundo Sexo. Madrid: Cátedra.
Claveria, Silvia (2018). El feminismo lo cambia todo. Paidós.
Friedan, Betty (1963). La mística de la feminidad. Barcelona: Sagitario.
Valcárcel, Amelia (2009). Feminismo en un mundo global. Cátedra.
Valcárcel, Amelia (2019). Ahora, feminismo. Cátedra.
Varela, Nuria (2008). Feminismo para principiantes. Ediciones B.
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