CHARO CEBALLOS
Empecemos por la definición de la RAE. Según la Real Academia Española el feminismo es un principio de igualdad de derechos de la mujer y del hombre y, también, un movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo. Aunque esta última definición no es muy aclaratoria, podríamos decir que el feminismo es a la vez una teoría y una práctica, es decir pensamiento y acción. Por esto mismo es complicado definir el feminismo, porque a lo largo de su historia ha habido distintos pensamientos y distintos movimientos que no facilitan dar un significado unánime al término; pero si algo hay que dejar claro, y esto es importante, es que feminismo no es lo contrario de machismo, como mucha gente piensa. El feminismo no persigue la superioridad de la mujer frente al hombre, sino tener los mismos derechos que ellos, no solo de palabra sino de obra. El machismo, sin embargo, se basa en la creencia de que los hombres son, por naturaleza, superiores a las mujeres. Por tanto, esto es lo primero que debemos desterrar de nuestro pensamiento: machismo y feminismo no son términos antagónicos porque, en esencia, no tienen nada que ver. Por tanto, el feminismo es una teoría política y un movimiento activista que lucha para que las mujeres tengamos los mismos derechos que los hombres y que no se cuestionen nuestras aptitudes por nuestro sexo. Hasta aquí todo parece muy sencillo, pero, obviamente, no lo es. Desde que Christine de Pizan, considerada como la precursora del feminismo, escribiera La ciudad de las damas (1405) han pasado 615 años y todavía queda bastante por hacer.
La historia del feminismo es apasionante porque es la historia de la lucha de nuestras antepasadas para que hoy, nosotras, podamos gozar de los derechos que tenemos y, aunque todavía hay mucho trabajo por delante, somos unas privilegiadas con respecto a ellas. Y a ellas hay que agradecérselo. En “Todos deberíamos ser feministas” de Chimamanda Ngozi Adichie, la autora manifiesta: «Hoy me gustaría pedir que empecemos a soñar con un plan para un mundo distinto. Un mundo más justo. Un mundo de hombres y mujeres más felices y más honestos consigo mismos. Y esta es la forma de empezar: tenemos que criar a nuestras hijas de otra forma. Y también a nuestros hijos.» Pero para conseguir que las estructuras que, todavía hoy, articulan el sometimiento de la mujer en la sociedad cambien, tenemos que empezar por conocer la teoría y el movimiento feminista. Este es el objetivo de mis escritos, espero que os gusten y que disfrutéis de su lectura.
La primera ola
Dice Amelia Valcárcel[1] que el feminismo es el hijo no deseado de la Ilustración, y es que fue durante este periodo cuando las reivindicaciones feministas se hicieron más visibles, no quiere decir que hasta entonces no hubiera habido mujeres que manifestaran su descontento sobre el papel que desempeñaban en la sociedad y el trato que recibían, sino que es durante el periodo ilustrado cuando estas reivindicaciones retoman con fuerza dentro del contexto revolucionario francés. Pero, vayamos por partes. ¿Por qué está tan intrínsecamente relacionado el feminismo con la Ilustración? La respuesta es sencilla: la Ilustración fue el movimiento cultural e intelectual que sentó los cimientos sobre los que se asentaron algunos de los postulados de los revolucionarios franceses. En Francia, el 28 de agosto de 1789 se proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyo artículo primero dice: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común”. Habéis leído bien, los hombres. Porque es a los hombres y no a las mujeres a quienes se les reconocieron estos derechos, solo a los hombres. El principio de igualdad y ciudadanía no estaban hechos para las mujeres. Como dice Ana de Miguel[2], los revolucionarios franceses pregonaban a los cuatro vientos la igualdad universal y al mismo tiempo dejaban sin derechos civiles y políticos a todas las mujeres. Será la Ilustración el espacio temporal donde se data la primera ola feminista (el feminismo se estructura cronológicamente en tres olas, algunas autoras ya hablan de la cuarta ola). Durante este periodo es importante destacar la obra de Poullain de la Barre y de Nicolás de Cordoncet, cuyas aportaciones a la vindicación feminista fueron muy importantes, ya que ambos fueron defensores del principio ilustrado de igualdad natural entre mujeres y hombre. El primero, en concreto, defendió con entusiasmo la capacidad de las mujeres para las letras, la política, la moral, la ciencia y la teología y, por supuesto, el derecho a la educación de la mujer, que es una de las principales reivindicaciones del feminismo. Y es que las mujeres del siglo XVIII fundamentalmente querían eso, derecho a la educación y al trabajo, derechos matrimoniales y sobre los hijos, y derecho al voto. Exactamente los mismos que tenían los hombres.
Olympe de Gouges (1747-1793), nacida Marie Gouze, fue otra gran precursora del feminismo, escritora de numerosas obras y gran cronista de su época, en 1791 publicó la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, el título no es casual y alude explícitamente a la incoherencia de los intelectuales y políticos de la época que, por un lado proclamaban la libertad y, por el otro, trataban despóticamente a las mujeres. En el texto reivindica el derecho de las mujeres a la libertad, la propiedad, la representación política y la igualdad, tanto en el ámbito público como en el doméstico (la dicotómica público/doméstico junto con naturaleza/cultura han sido de las más debatidas por la antropología feminista cuando comenzaron a cuestionar la subordinación universal de la mujer). Dos años después de publicar el texto, en 1793, Olympe fue condenada a la guillotina por conspiradora contra la República.
Otra de las figuras más importantes de esta primera ola fue Mary Wollstonecraf (1759-1797). Mary tuvo una vida poco ortodoxa para su época, tuvo que trabajar para vivir y su vida amorosa fue “poco decente” para esos tiempos. Podemos decir que Mary fue la primera feminista moderna. En 1792 escribió “Vindicación de los derechos de la mujer”. Igual que Olympe de Gouges, manifiesta la incoherencia de hablar de igualdad natural y dejar fuera a las mujeres y, como ella, dio una gran importancia a la educación como método emancipador de estas. En sus escritos refleja que es la educación que reciben las mujeres las que determina su comportamiento social, de forma que, no existe una manera natural de ser mujer, sino que es una construcción social que permite perpetuar el rol que estas se ven obligadas a cumplir en la sociedad. Fue manifiestamente contraria a los postulados defendidos por Rousseau en “Emilio, o de la educación”, con respecto a la educación que debían recibir las mujeres; esos seres dóciles y dependientes cuya existencia estaba destinada a ser esposas y madres, agradables y sumisas a sus maridos. Rechaza de plano este futuro para las mujeres y reclama ser tratada como un ser racional y no como un ser obediente y servil. Wollstonecraf murió en el parto de su segunda hija, conocida como Mary Shelly y autora de la famosa novela “Frankenstein”. Una muerte paradójica para una feminista como ella.
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Bibliografía consultada:
Claveria, Silvia. “El Feminismo lo cambia todo”
Moreno Balaguer, Rebeca (coord.). Varias autoras. “Feminismos. La historia”.
Valcárcel, Amelia. “Feminismo en un mundo global”
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[1] “Feminismo en un mundo global”. Cátedra. 2009
[2] “Feminismos”, en “10 palabras claves sobre mujer”. Dirección de Celia Amorós. Editorial Verbo Divino.1995
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