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Optimismo y pesimismo

Por AURELIANO SÁINZ

“Pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad” es una de las frases que el político italiano Antonio Gramsci pronunció a comienzos del siglo pasado en uno de sus discursos. Esta máxima, que se ha hecho muy popular cuando se desea expresar que en medio de las adversidades hay que afrontar el futuro con entereza, en realidad pertenece originalmente al escritor francés Romain Rolland, premio Nobel de Literatura en 1915, cuando hizo la revisión de la novela El discurso de Abraham.

Para comprender el significado profundo de la frase hay que entender que a lo largo de la historia se han dado situaciones de grandes crisis o transformaciones sociales que se han resuelto en un sentido u otro, dado que en esos períodos se incuban lo mejor y lo peor que tienen las distintas sociedades. En este sentido, también viene bien la frase que el propio Gramsci cuando expresó, en su obra Pasado y presente, que “la crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”.

Pensando en lo que acontece en Alburquerque, creo que en el pueblo se vive una situación de crisis profunda, pues lo viejo todavía no ha fenecido, por lo que resulta muy difícil imaginar un nuevo futuro, ya que ni siquiera se atisba el nacimiento de un pueblo renacido a partir de las cenizas de un régimen que se resiste a abandonar su línea de devastación permanente.

Hay que acudir al optimismo de la voluntad para no dejarlo hundido en la decadencia a la que lo han sumido en los últimos años. Y es que dada la situación que vive Alburquerque cabe preguntarse: ¿Acaso alguien puede sentirse verdaderamente optimista ante el estado de grave deterioro en el que se encuentra el pueblo? ¿Es posible imaginar un horizonte mínimamente ilusionante tras los denodados intentos de la oposición municipal y de otros grupos sociales a los que se les ha ninguneado de manera permanente? ¿No es la suciedad y el abandono en el que se encuentra la metáfora de un viejo y desbocado caballo camino del precipicio?

Es difícil creer que alguien en su sano juicio piense en un futuro prometedor y que las cosas por sí mismas, o conducidas por quienes actualmente gobiernan, cambiarán ese derrotero desnortado que angustia a quienes lo viven día a día.

Y sin embargo, en medio del pesimismo reinante, se encuentran quienes no se rinden y hacen frente al desastre al que lo han llevado personajes con nombres y apellidos, a los que han seguido, como dócil rebaño, un sector cuyos horizontes e intereses se acababan en el umbral de sus casas.

La situación la revertirán aquellos que, siendo conscientes del enorme daño que se le ha hecho al pueblo, tienen el coraje de hacerle frente. Y sabiendo lo dura que aún va a ser la travesía, no se arredran, por lo que habría que atribuirle el denominado optimismo de la voluntad por el empeño que ponen en frenar el declive e intentar cambiar el rumbo de Alburquerque.

He hablado del optimismo y del pesimismo que todos podemos sentir desde un punto de vista social o colectivo, ya que no podemos desprendernos de la historia en la que nos encontramos insertos: la que hemos heredado, la de nuestro presente y la que proyectamos hacia el futuro. También podemos hablar sobre la idea de optimismo a partir del carácter de ciertas personas, habitualmente, aquellas que crean un clima agradable alrededor suyo.

Y es que el optimismo no solo está ligado a la imaginación de un futuro mejor, sino que también se relaciona con las cualidades o rasgos cercanos a la alegría, como son la risa, el buen humor, la espontaneidad, la vitalidad y, especialmente, la jovialidad.

Sobre esto último, viene bien la frase del escritor italiano Ippolito Nievo cuando afirmó que “La juventud es el paraíso de la vida y la alegría es la juventud eterna del espíritu”.

Hermosa frase en la que aparecen unidos el optimismo, la alegría y la felicidad (aunque el autor lo llama ‘el paraíso’). Y es que en el optimismo están ausentes o, al menos, contralados los miedos que nos atenazan, así como las frustraciones que guardamos como heridas que se han acumulado en nuestra memoria, y que inevitablemente conoceremos en el discurrir de la vida.

Si echamos una mirada hacia atrás para encontrar los atributos que he indicado, habría que remontarnos a la infancia, etapa que se vive con toda la carga de inocencia y felicidad posibles, puesto que son las madres y los padres quienes cuidan y protegen de las adversidades. En este sentido, me ha parecido adecuado acudir al gran pintor impresionista Joaquín Sorolla para ilustrar este artículo, pues nadie mejor que él supo plasmar la alegría de vivir en esos años luminosos en el que las risas están a flor de piel.

¿Son, pues, los niños y niñas optimistas por naturaleza? Como respuesta diría que el optimismo no podemos atribuírselo, pues para ellos la vida es presente, es goce a partir de los juegos, es disfrute con la compañía de sus amigos o amigas, es comunión con la naturaleza de la que gozan sin atender a los riesgos que puedan aparecer, y todo ello porque viven sin mirar hacia el futuro bajo la protección de sus mayores.

Como ilustración de lo indicado, nos sirven esos tres críos que pintó Sorolla, desnudos (peletes diríamos en el pueblo), tumbados en la arena húmeda de la playa, disfrutando del sol y del agua que les moja la piel, riéndose despreocupados de lo que se cuentan entre ellos. También la del pequeño que coloca su barquito para que flote sobre las aguas o esas dos niñas corriendo con sus pies descalzos a la orilla del mar, con sus vestidos blanco y rosa movidos por el viento que las acaricia… ¿Hacia dónde corren? Pues a cualquier parte, ya se trata de compartir la alegría del juego que no tiene ninguna regla, sino la que ellas se marquen entre las dos.

Pero las personas, irremediablemente, crecemos. Se entrará en la adolescencia. Se empezará a otear un horizonte de vida con algunas de sus múltiples complicaciones. Habrán aparecido los momentos de tristeza inesperados que nos revelan que la infancia empieza a alejarse definitivamente para penetrar en el mundo de los adultos, ese mundo que asombra e inquieta al mismo tiempo.

Y llegará el tiempo en el que hay que afrontar el trabajo. Se conocerán los problemas que suscita el entrar en el mundo laboral y el tener que competir dentro de la sociedad.

Como expresión de la dureza del trabajo, he incluido un cuarto lienzo de Sorolla titulado Aún dicen que el pescado es caro, en cuya escena aparece un pescador joven herido que es atendido por dos mayores. El pintor valenciano, en este caso, abandona los tonos luminosos que utilizaba para plasmar la vitalidad y la alegría de las playas levantinas, sumergiéndose en el cromatismo ocre que domina la escena. La tristeza se refleja no solo en los personajes sino también en el propio cromatismo que utiliza para los objetos.

He citado el trabajo como un elemento que implica la inmersión en el mundo adulto; pero no es solo el trabajo, también habrá que aprender de los numerosos retos que la vida va ofreciendo. La tristeza y el dolor, inevitablemente, surgirán, acercándonos al pesimismo, puesto que vendrán acompañados por otros hechos negativos como son el fracaso, la frustración, la adversidad, las pérdidas o los desengaños.

Optimismo y pesimismo, dos sentimientos profundos que nos irán marcando a lo largo de la vida y, entre ambos, se encuentra la fuerza de voluntad de la que nos hablaba Gramsci como medio para no sucumbir ante los desafíos que todos iremos encontrando en la travesía por este mundo. El mundo real que nos toca vivir.

 

 

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