AURELIANO SÁINZ
El 3 de noviembre de este 2020 se celebrarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Como bien sabemos, competirán Joe Biden, por el partido Demócrata, y Donald Trump, por el partido Republicano. Todo el mundo estará expectante de los resultados, teniendo en cuenta que este proceso electoral es de tipo indirecto, en el sentido de que los ciudadanos depositan sus votos por una lista de delegados de los partidos políticos para la Cámara de Representantes, que serán quienes posteriormente apoyen al nominado para presidente de su propio partido.
Para quienes vivimos fuera de este país, la cuestión no tendría excesiva relevancia si no fuera porque Estados Unidos es la primera potencia mundial y como tal condiciona de alguna manera al resto de los países del mundo.
Del primero de los dos aspirantes, por ahora, sabemos bien poco (ya nos irán dando información para que nos hagamos una idea de quién es); sin embargo, del segundo conocemos lo suficiente para entender que es un personaje bastante peligroso, no solo por su ideología racista, xenófoba y machista, sino porque, tal como han apuntado antiguos colaboradores suyos y diferentes psiquiatras, nos encontramos ante un auténtico ególatra, es decir, alguien que sufre un trastorno de la personalidad de tipo narcisista.
Esto conviene tenerlo muy en cuenta, porque puede ser elegido de nuevo Donald Trump, con lo que conlleva una fuerte inestabilidad social no solo en el propio país, sino en el ámbito de las relaciones internacionales, ya de por sí bastante conflictivas.
A tenor de lo indicado, creo que sería interesante echar una mirada sobre el fenómeno de la egolatría o del narcisismo acentuado, ya que forma parte de la personalidad de muchos de los políticos más nefastos y crueles que la historia de la humanidad ha conocido. ¡Y mira que hay dónde elegir, pues comenzando, por ejemplo, por Calígula o Nerón, en la antigua Roma, hasta llegar a la actualidad, podemos tropezarnos con una larga lista de déspotas cuya egolatría desbordaba por los cuatro costados!
Brevemente, apuntaré que el término narcisismo proviene de Narciso, joven de la mitología griega al que se le consideraba de una extraordinaria belleza. Dado su enorme engreimiento, rechazaba los favores de la ninfa Eco que se había quedado prendada de él. Conocido el caso por Némesis, diosa de la venganza, lo castigó haciéndole que se enamorara de su propia imagen cada vez que fuera a verla reflejada en una fuente. Durante una de esas absortas contemplaciones, acabó cayendo a las aguas y ahogándose en ellas. Siguiendo la imaginativa mitología griega, en ese lugar creció una hermosa flor que lleva su propio nombre: el narciso.
El mito de Narciso, como muchos otros de la Antigüedad, atravesó los siglos, de modo que no solamente se hablaba o escribía acerca de él, sino que también fue plasmado en imágenes por distintos pintores del Renacimiento. En este caso, el cuadro que acabamos de ver, y que nos muestra a Narciso mirándose en las aguas, pertenece al artista italiano Caravaggio, el iniciador del tenebrismo dentro de la pintura.
Una vez que conocemos el origen y el significado del término, podemos preguntarnos: “¿Cuáles son los rasgos que definen a los ególatras o los individuos con una personalidad de tipo narcisista? ¿Es una peculiaridad de los políticos o todos podemos estar afectados por esta característica? ¿Puede llegar a convertirse en un trastorno de tipo patológico?”
Los psicólogos apuntan que como naturaleza del carácter humano cualquier persona presenta ciertos rasgos narcisistas y que puede convertirse en una patología en casos de acentuación del narcisismo. Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, ya habló de ella en 1914 en su ensayo Introducción al narcisismo, en el que explicaba que partiendo de una característica de todo individuo puede llegar a formar parte del carácter.
Esto es más frecuente en aquellos que tienen y ejercen poder sobre otros, sea por el rango adquirido o heredado, por el lugar ocupado en el organigrama del trabajo o en los cargos políticos, en el seno de la propia familia, etc.
A la pregunta acerca de los rasgos más destacados del narcisista habría que destacar los siguientes:
a) Claras manifestaciones de prepotencia, acompañadas de la necesidad de ser constantemente admirado, b) creencia en su superioridad y exigencia de que los demás se la reconozcan, c) preocupación por el éxito y la ambición de poder, d) desprecio, más o menos disimulado, hacia los que considera inferiores, e) ataques en forma de difamaciones o calumnias hacia aquellos que no se doblegan a sus ideas o intereses, e) envidia por quienes destacan a partir de sus propios valores, f) falta total de empatía con las otras personas, g) deseo de protagonismo en las conversaciones e intervenciones, etc.
Por otro lado, puesto que nos encontramos en un mundo en el que la imagen ha adquirido una importancia desconocida en tiempos pretéritos, a los rasgos psicológicos anteriores habría que añadir el empleo de un lenguaje no verbal a base de gestos, muecas, movimientos, ademanes, etc., con los que el ególatra desea presentarse seguro, firme y dominador, con el fin de dejar bien claro quién es el líder, quién tiene el poder.
En el caso del que hablamos, Donald Trump es un verdadero artista que encandila a sus embobados seguidores, que le admiran no solo por sus bravuconadas, sus soflamas, sus mentiras y agresiones verbales, sino también por sus puestas en escena en las que no le importa señalar con el dedo a periodistas que les resultan incómodos, como si fuera el dedo índice de un dios todopoderoso que apunta a quienes han transgredido sus leyes y que serán duramente castigados por la osadía que han tenido al haberle incomodado.
Este gesto tan habitual en Trump es inconcebible en los países europeos, ya que nos resultaría inaudito ver su uso por un líder político cualquiera, no solo porque lo consideramos una falta de educación, sino porque creemos que a nadie se le debe apuntar con el dedo acusador. Y mira que ha habido déspotas y dictadores en el viejo continente; pero es que este gesto fuera de Estados Unidos no se acepta.
Sin embargo, en el imaginario colectivo americano está muy presente la figura del cartel que en 1917 creó el diseñador James Montgomery Flagg con el fin de promover el alistamiento de los jóvenes estadounidenses en las fuerzas armadas que vendrían a participar en la Primera Guerra Mundial en Europa.
En el cartel aparecía el Tío Sam (o Uncle Sam, personaje que supone la personificación de los valores patrióticos de los Estados Unidos de América) señalando directamente al espectador con el mensaje ‘I WANT YOU FOR U.S. ARMY’, es decir, ‘Te necesito para las Fuerzas Armadas de Estados Unidos’. Debido a su enorme éxito, el cartel se volvió a imprimir con la misma finalidad para el reclutamiento de jóvenes durante la Segunda Guerra Mundial, llegando a convertirse en un icono del patriotismo estadounidense.
No es de extrañar, pues, que un auténtico paradigma de narcisismo patológico como es Donald Trump repita con frecuencia este gesto con la intención de conectar con la ‘América profunda’, es decir, con los sectores más reaccionarios y racistas del país, entre los que se encuentran los amantes de poseer y utilizar las armas de fuego, aquellos que no dudan en esgrimirlas contra la población negra, ya que para ellos los negros no dejan de ser esa escoria nacida de los antiguos esclavos que estaban al servicio de los blancos.
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