JUAN ÁNGEL SANTOS
Tomar el año 2000 como punto de partida para recordar los “golpes bajos” que nos ha dado la vida en estos primeros 20 años de recorrido, me recuerda a aquel milenarismo exagerado del año 1000 del que, con tanta ebriedad y deambulación, quiso divagar Fernando Arrabal en el programa de TVE “El mundo por montera” que presentaba Sánchez Dragó, antes de pasarse al lado extremo de la vida.
Muy al contrario de los presagios de los teólogos más pesimistas como San Ireneo o San Justino que, apoyados en una lectura tergiversada del “Apocalipsis” de San Juan, anunciaron el fin del mundo, la venida del mesías y el juicio final, la vida se abrió paso en aquel lejano siglo X y, lejos de desaparecer, el mundo comenzó a bostezar del letargo de la alta edad media para iniciar un camino de progreso que culminaría en los siglos XII y XIII. También el año 2000 vino arropado por presagios y malos augurios que, menos apocalípticos, pero, en sintonía con la modernidad, tuvieron un sentido más digital. A falta de gurús y teólogos de renombre, tuvimos a Miguel Ríos que nos avisó en aquella canción titulada “Año 2000” de que “dicen que el fin del milenio/aumentará el mogollón/Si no ponemos remedio hoy/tendremos hambre, palo y polución.” A buen seguro, volveremos a levantar el sitio.
Cuando oigo hablar de asedios, siempre me vienen a la memoria aquellos “heroicos” personajes que, en mi infancia, encontraba en los libros de mis hermanos mayores, probablemente en aquella famosa “Enciclopedia Alvarez”, que mostraba la visión franquista de la historia de España y proporcionaba, relatando sus acontecimientos más gloriosos, el adoctrinamiento y la socialización del alumnado conforme a los principios y valores del “movimiento”. “Bueno, existían unos cuestionarios y un régimen censor que te indicaba lo que habías de poner, y si no era así, no te aprobaban el libro”, decía Antonio Álvarez, maestro y autor de la enciclopedia que lleva su apellido, en una entrevista concedida en 1997. Los asedios no solo los sufrieron Guzmán el Bueno en Tarifa, ni Agustina de Aragón en Zaragoza, ni el coronel Moscardó en su épica resistencia en el Alcázar… también los sufrieron los alumnos durante cuatro décadas en las que la enseñanza de la Historia, como tantas otras cosas, estuvo orientada y dirigida, como una catapulta cargada de religión, raza e imperio, a romper las frágiles murallas mentales de una sociedad conquistada por asalto. El 14 de abril de 1939, trece días después de terminar la guerra civil y el mismo día en que se conmemoraban los 8 años de la proclamación de la segunda República, se aprobaban los cuestionarios de enseñanza media que, entre otras cosas, convertían la Historia en el arma política del Estado. Terminaba la guerra y se imponía la paz del vencedor.
De los muchos que impregnan la vida política y militar de nuestros ancestros, hay dos que, por su crueldad, más me llamaron la atención mientras los conocía: El asedio de la ciudad francesa de Béziers, en 1209, durante la cruzada contra la herejía cátara y en la que quedaría para la posteridad la sórdida frase del abad cisterciense, legado papal, inquisidor y jefe de los cruzados, Arnaud Amalric “Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”, para exterminar a casi toda la población de la ciudad, sin distinguir credos ni edades. El otro es más reciente y lo sufrió la ciudad Leningrado, anterior y actual San Petersburgo, durante casi tres años, entre 1941 y 1944, en plena segunda guerra mundial, revelando las grandezas y miserias del género humano cuando es llevado al límite de sus capacidades y sometido a situaciones de extrema necesidad y sufrimiento. “Leningrado debe ser borrado de la faz de la tierra. No nos interesa en absoluto salvar civiles”. Con esta frase, Adolf Hitler dictó la sentencia de muerte a un número indecente de personas que oscila entre los 600 mil y 1,2 millones, en aquellos 900 días de asedio.
“Y por eso la historia resulta a menudo insoportablemente dolorosa …. Es más que un estudio de guerra, es una narración de sadismo, de deliberada crueldad a escala de masas, y eso lo hace muy duro”. Michael Jones (El sitio de Leningrado 1941-1944).
Somos depredadores maestro, y además ocupamos el vértice superior de la cadena alimenticia optando a ocupar el punto más elevado de la pirámide social y, por eso, asediamos a nuestras presas, aunque sean de nuestra misma especie, hasta que conseguimos devorar sus cuerpos y sus almas, sus bienes y sus aspiraciones, sus temores y su libertad. Amamos y somos amados, odiamos y somos odiados, sufrimos y nos hacen sufrir, hostigamos y nos convertimos en trofeo. “El señor es fuerte guerrero; el señor es su nombre” (Éxodo 15:3) y estamos hechos a su imagen y semejanza. Nacimos cazadores y ni siquiera el vistoso ropaje de la civilización logra disimular nuestra animalidad.
Así que, es normal que los asedios hayan terminado por asediarnos en nuestra cotidianeidad. Películas como “El Álamo” en su versión de 1960 dirigida y protagonizada por John Wayne, la británica “Zulú” de 1964, protagonizada por Michael Caine o la más reciente “Enemigo a las puertas” que relata las hazañas del francotirador ruso Vasili Zaitsev, interpretado por Jude Law durante el cerco de Stalingrado, por no hablar de otro tipo de asedios como el sufrido por Tippi Hedren y Rod Taylor en aquella genialidad de Hitchcock titulada “Los pajaros” o el no menos terrorífico de aquel grupo de desconocidos reunidos en una casa rodeada de “zombies” en “La noche de los muertos vivientes” de 1968. Cuadros geniales como “La rendición de Breda” de Velázquez o “El milagro de Empel” de Ferrer Dalmau. ambos con nuestros sufridos y gloriosos tercios de Flandes como telón de fondo. Obras literarias que van desde la “Ilíada” de Homero con el asedio de los griegos a la ciudad de Troya como base del relato, a “El Asedio” de Arturo Pérez Reverte cuya trama se desarrolla durante el sitio francés a la ciudad de Cádiz en 1811 batalla en la que, para gloria de alburquerqueños, participó el regimiento de infantería ligera de Alburquerque y Valencia de Alcántara, integrado en el Ejercito de Extremadura. Arte y asedio podríamos llamar a este debate.
Dicen que el asedio más largo de la historia fue el de Candía, en la isla de Creta, que duró 21 años entre 1648 y 1669. Los españoles, tirando de ese “chauvinismo” que nos impulsa a ser los mejores hasta en las adversidades, defendemos el primer puesto para el de la ciudad de Ceuta que, según dicen, duró 33 años, a comienzos del siglo XVIII, eso sí, el cómputo tiene trampa porque se realizó en dos actos. Así que a los españoles “muy españoles y mucho españoles” que diría el expresidente Rajoy, yo les recomiendo visitar Alburquerque, para encontrar un asedio continuado de duración superior al de Candía y sin descanso como el de Ceuta. Desde 1995, más de 24 años, Alburquerque sufre el asedio de un ejército de fanáticos, sometidos a los dictados de un mesías llegado con los presagios del milenarismo, con las promesas de un mundo nuevo, con las amenazas de un juicio final.
En 1585, el tercio viejo de Zamora, compuesto por más de 4000 valientes bajo las órdenes de Francisco Arias de Bobadilla, asediados en el monte Empel, hambrientos, sin más esperanza que un milagro, consiguió vencer, dicen que, por la intercesión de la virgen, a los rebeldes flamencos. Sitiados pero firmes y determinados, con o sin ayuda divina, Alburquerque resiste a la espera de un milagro. Como en Empel, no nos rendimos “Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.
CARTA A JUAN ÁNGEL SANTOS
AURELIANO SÁINZ
Cuando me respondiste indicándome que no sabías si te daría tiempo a escribir sobre el tema de ‘Asediados’, estaba seguro, Juan Ángel, que una vez que te pusieras a la tarea te lanzarías a ilustrarnos sobre algunos de los grandes asedios que se han producido a lo largo de la historia. Y así ha sido.
Oportunamente viene otra vez a mostrarse como presentación del Debate un lienzo del pintor Augusto Ferrer-Dalmau, el mismo autor que nos sirvió en otra ocasión con ese gran cuadro titulado Racroi, el último tercio.
De nuevo, el pintor barcelonés nos manifiesta su gran maestría en el uso de los pinceles, confirmando que los cuadros relevantes llegan a ser auténticas narraciones visuales que ayudan a comprender cómo era momento del hecho ocurrido, así como los personajes de la época tratada, sus vestimentas, las creencias religiosas que por entonces dominaban, etc. Arte e Historia se unen, pues, en El milagro de Empel, lienzo de grandes dimensiones, como todos los suyos, y que recientemente lo acabó en 2015.
Acudes, por otro lado, a la inolvidable Enciclopedia Álvarez que fue el libro que sirvió a los de mi generación en sus primeros aprendizajes escolares. Allí se concentraba ‘todos los conocimientos’ que los críos de aquella España pobre necesitábamos. Tiempos aquellos de mayor o menor penurias para nuestros padres; pero de las que la chavalería no éramos del todo muy conscientes, pues una vez en la calle y con la pandilla de amigos se abría para nosotros un mundo de juegos con los que éramos enormemente felices.
Nada que ver con los chicos y chicas de ahora que, con sus mochilas a las espaldas o con sus carritos cargados de libros arrastrándolos por el suelo, se dirigen a sus centros para llevar adelante algo tan fundamental y valioso como es su formación y su educación que complementa a la que reciben en sus familias.
Y puestos a hablar del asedio de la actual pandemia, no creo necesario decir que las madres y los padres, las abuelas y los abuelos, tenemos el alma encogida pensando en los inicios del curso, pues somos conscientes que este es un gran reto que se ha dejado para última hora y las improvisaciones nos van a generar un montón de problemas en inevitables formas de confinamientos (ojalá me equivoque: sería una magnífica noticia saber que el problema educativo no se viera muy afectado por la pandemia).
Como no puedes cerrar, amigo Juan Ángel, sin acordarte de Alburquerque, pienso que al gran ‘líder’ que ha llevado las riendas del pueblo durante nada menos que veinticuatro años (y que aún desea continuar) le falta en su inigualable trayectoria alguna frase heroica para pasar a la posteridad.
Hubiera sido bueno para él haber exclamado ante sus seguidores algunas del tipo: “¡El pueblo me sigue, y yo sigo al pueblo!”. Quizás, sin ser tan lacónico, podría haber servido esta: “¡Estoy aquí para salvaros del asedio al que históricamente se ha sometido a este pueblo!” O, tal vez, esta otra: “¡Este inmortal Castillo de Luna que tenéis ante vuestros ojos yo lo transformaré en una gran hospedería que generará tanta riqueza que nunca más volveréis a conocer el paro en Alburquerque!”.
Pero es que al pobre la faltaba un punto de imaginación para entrar en el Olimpo de los grandes políticos.
De todos modos, todavía le queda tiempo para declamar una grandilocuente máxima con la que despedirse de modo que siempre se le recuerde como a un héroe incomprendido.
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Portada: El milagro de Empel. Augusto Ferrer Dalmau, 2015
Imagen 2: El sitio de Leningrado. Michael Jones, 2016
Imagen 3: Enciclopedia Álvarez.
Imagen 4: Enemigo a las puertas. Jean Jacques Annaud, 2001
Imagen 5: Los pájaros. Alfred Hitchcock, 1963
Imagen 6: Manifestación convocada por Vadillo, 2008.
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