JUAN ÁNGEL SANTOS
“Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él.” Así pensaba Jonathan Swift, el caustico autor irlandés de “Los Viajes de Gulliver”. Una frase que será utilizada por otro genial, pero efímero escritor, para titular una de las más grandes novelas que ha parido la literatura universal, “La conjura de los necios” escrita por John Kennedy Toole en 1962, rechazada por todas las editoriales y publicada como obra póstuma en 1980, después de que su autor se suicidara en 1969 a la edad de 31 años.
Un mundo de necios conjurado contra el personaje central, Ignatius J. Reilly, un inadaptado, excéntrico y extravagante treintañero, haragán, mimado, misógino, hipocondríaco y de moral reaccionaria que denuncia la sociedad en la que vive y sueña con un retorno a los tiempos medievales, un mundo caótico necesitado de teología y geometría, buen gusto y decencia, con “una buena monarquía, firme, con un rey decente … y que cultive una rica vida interior”. Todo ello visto desde la cómoda posición que le proporciona vivir de manera contemplativa en casa de su madre en la América de los años 60.
Es conveniente distinguir “teorías conspiratorias” de “conspiraciones”, lo ficticio de lo fáctico, lo presunto de lo juzgado, lo irracional de lo planificado, el delirio de la cordura. Porque entre unas y otras hay margen de maniobra… o más bien, lo había.
Conspiraciones y conjuras, con diferencias semánticas, pero sinónimas en su uso corriente, hemos tenido desde que hubo gobernantes a los que suplantar. Desde que, por ambición, por disconformidad, por tiranía o por libertad, nos organizamos para cambiar el estado de las cosas o, simplemente, para cambiar de lugar las cosas de un Estado. Desde aquella “Catilinae conjuratione” cuyos textos provocaban la angustia de los estudiantes de latín en el bachillerato, a la más reciente conjura civil y militar que dio paso a nuestra inolvidable guerra civil y sus consabidas consecuencias. La historia de una lucha constante por cruzar el primero la meta en una carrera, sin reglas ni límites, ni siquiera la propia vida, ni siquiera la vida de los demás, para conseguir el laureado y codiciado trofeo del poder.
A las conspiraciones, conjuras, confabulaciones y demás acuerdos o uniones contra un superior, un soberano o un Estado, les pasa como a la traición, son actos relativos, de valoración subjetiva, como aquellos versos del poema de Ramón de Campoamor que cantan “Y es que en el mundo traidor/nada hay verdad ni mentira;/todo es según el color/del cristal con que se mira”. Y así sucede que los que para unos son traidores levantiscos para otros son héroes salvadores de la patria…No es necesario volver a la guerra civil, aunque sirva de modelo estándar , piensen por ejemplo en los “libertadores” americanos, traidores para España y héroes para las nuevas naciones nacidas de aquellas “conjuras” o, si lo prefieren, por reciente, el ex presidente Puigdemont, huido de la justicia para unos o exiliado político para otros, héroe o villano, todo depende de la anchura de las rayas de la bandera con que se envuelva. De la legitimidad de cada conjura y de cada traición, ya se encargarán los jueces primero, la prensa después o viceversa y, de un tiempo a esta parte y en todo momento del proceso, las redes sociales.
Pero mientras las conspiraciones se siguen urdiendo en el rincón más insospechado de nuestras sosegadas y rutinarias vidas, un subproducto reacondicionado de la globalización y del poder de las redes, ha conquistado el corazón de los Ignatius J. Reilly modernos, esos que Aureliano llama los conspiranoicos y que, yo prefiero, llamar “necios” por ser más ajustado a su condición. Las teorías conspirativas no son nuevas, posiblemente surgieron de la misma semilla de la que se originaron las conspiraciones, con la salvedad de que unas germinaron dando cosechas y las otras no sirvieron más que para llenar los campos de malas hierbas. Lo peculiar de ahora es que son más numerosas, más estúpidas, igual de perjudiciales, llegan a más gente y, sobre todo, son dadas por ciertas e impulsadas desde instituciones y gobiernos sin el más mínimo pudor ni sonrojo.
De la clásica cadena conspirativa judeo-masónica-comunista que fue ganando eslabones con el paso de los años y que tanto sedujo al dictador, hemos llegado, con la era digital, a la multiconspiración impulsada por las mentes privilegiadas de los “necios” de nuestro tiempo, los Trump, Bolsonaro, Salvini, Orban, Johnson, Putin, Abascal…los cocineros de esta nueva receta de comida rápida en la que se mezclan, a partes iguales, el negacionismo, el populismo y la teoría conspiratoria. Todo lo que circula en sentido contrario a su voluntad es fruto de una conjura, todo lo que no sirve a sus intereses es irreal y todo su repertorio de sandeces es un dogma de fe.
¿Y a nivel local?… La cadena conspirativa tiene sus propias anillas; los illuminati de IPAL, la masonería del PP, el club Bilderberg de Azagala…todos confabulados contra la justa y noble causa del benefactor y fundador de la villa. La prensa es conveniente si es favorable, los trabajadores son esenciales mientras se mantengan obedientes y serviciales, las asociaciones son necesarias si no discuten las políticas municipales, los empresarios son provechosos si contribuyen con impuestos y no demandan inversiones, los vecinos son imprescindibles si creen y consienten… la democracia es adecuada si la posibilidad de elegir está cautiva y desarmada.
Si te dicen que todo va mal, niégalo y pon tu mejor sonrisa.
“Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer…. Por ese camino involuntario caminé, llevado de las narices, arrastrado como un palo sin poder animarme. Tuve que resignarme a ser como ellos me ordenaban, a aceptar sus juicios y sus rechazos. A comprobar una vez más que no todos pueden ver más allá de su aliento. A ser víctima de un sistema que hace de gente como yo infelices zombies o incomprendidos. Y hay que tener el espíritu muy bien templado, tal vez como acero damasquino o más, para afrontar semejante fuerza.” (John Kennedy Toole)
¿Por cuál de ellos discurre la vida en Alburquerque?
CARTA A JUAN ÁNGEL SANTOS
AURELIANO SÁINZ
Cuando comencé a escribir el artículo sobre los conspiranoicos me vino a la mente, aparte de la película Buenas noches, y buena suerte, la impagable novela La conjura de los necios de John Kennedy Toole, por lo que me ha parecido, Juan Ángel, un acierto que comiences citándola, ya que es un relato cargado de un espléndido humor que no ha perdido un ápice de la frescura desde que se publicó. En cualquier momento, y más aún en estos tiempos de pesadumbre por la epidemia en la que nos vemos envueltos, viene bien leerla, pues las risas están garantizadas por ese singular personaje que es Ignatius.
Recuerdo que siendo mi hijo Abel adolescente se la entregué para que la conociera. Así, cuando yo me encontraba en el salón y él en su habitación, en ocasiones, escuchaba que soltaba algunas sonoras carcajadas. En esos momentos yo pensaba: “Ya está leyendo La conjura de los necios”.
Entiendo, por otro lado, que a los conspiranoicos les llames ‘necios’, pues es un término muy castellano que lo entiende todo el mundo, aparte de que entronca con el relato en el que aparecen las aventuras de Ignatius J. Reilly, y que desde estas líneas recomiendo su lectura ya que de ningún modo defraudará.
Conspiraciones, complots, conjuras, confabulaciones, tramas, traiciones… la Historia está plagada de ellas, por lo que viene muy bien que aparezca en portada el cuadro de José de Madrazo La muerte de Viriato, jefe de los lusitanos, lienzo que aparece colgado en el Museo del Prado. Y hablando de la Lusitania no debemos olvidar que gran parte de Extremadura se encontraba enclavada en ella. (¿Dónde están aquellos aguerridos lusitanos que no se resignaban a ser sometidos a las centurias de la imperial Roma y hoy agachan la cabeza ante un triste personaje y a su leal discípula?)
Contemplando el cuadro de Madrazo que ilustra este debate, te podría decir que, desde el punto de vista artístico, me parece más convincente el de Rocroi, el último tercio de Augusto Ferrer-Dalmau, ya que, a pesar de que ambos son de carácter historicista, la escena de la muerte de Viriato tiene un carácter teatral por la rigidez de los personajes, aparte de que, si nos fijamos bien, en la batalla del Tercio de los españoles el cielo rosado impregna cromáticamente todo el ambiente, lo que le da un carácter de veracidad a aquello que estamos contemplando.
Como sueles hacer, de Kennedy Toole pasas a los tiempos en los que Roma dominaba Iberia, para aterrizar en los tiempos actuales, mostrando los rostros de distintos personajes políticos que, finalmente, no sé si los incluyes entre los conspiranoicos o los necios. Esto es elección tuya.
Y, cómo no, te acuerdas de nuestro querido pueblo que está gobernado por… (?). Son tantos los adjetivos que hemos utilizado que creo que estamos desgastando el diccionario de la RAE.
En el campo del arte se llamaba surrealismo a todo aquello que escapaba a la razón, fuera porque nacía del inconsciente o de nuestros sueños. Quizás lo que se vive en Alburquerque desde hace bastantes años sea un mundo surrealista o absurdo que las futuras generaciones lo podrán estudiar con cierto asombro, pero que ahora quienes se oponen a esa irracionalidad lo sufren en sus carnes.
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Portada: “La muerte de Viriato. Jefe de los lusitanos”. José Madrazo, 1807.
Imagen 2: “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole, 1962
Imagen 3: Negacionismo y teoría conspirativa
Imagen 4: El grito. Edward Munch, 1893
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