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CARTA A AURELIANO: Alburquerque no es Babel

Globalización, ese palabro tan de moda en nuestro tiempo que antes transmitía sensación de evolución y progreso, de seguridad, confianza y dinamismo. El mundo era de todos y para todos. Google, Amazon, Facebook, Erasmus, Ryanair … un bazar al alcance de casi cualquiera por el módico precio de nuestra intimidad. Libres para soñar, pero esclavos para decidir. Y de pronto llegó la epidemia global, y el arte de soñar con un mundo cercano, casi propio, nos llevó al confinamiento y al pánico de algo tan mediocre, tan local, tan primario como era salir a la puerta de la calle. El mundo se hizo pequeño y en la lejanía de nuestros espejismos, ahora se perfilaban los balcones de la vecindad amenizados por el tímido homenaje de unos aplausos concertados que no llegaron a despertarnos de nuestra insignificancia.

La globalización no es un invento de nuestro tiempo. Lo cierto es que la especie humana siempre ha buscado globalizar sus logros y sus problemas, exportar e imponer su modo de vida, internacionalizar su ambición. Para algunos autores el proceso de globalización comenzaría en la época de los grandes descubrimientos, sin embargo, las comunidades humanas ser relacionan entre sí creando lazos de dependencia desde mucho antes, ¿acaso no era un mundo globalizado el Mediterráneo en época romana? Somos animales sociales como bien nos definió Aristóteles, y somos también animales globales en la medida en que desafiamos continuamente nuestros límites dejando vacío de contenido el término “frontera”. Nos asfixia el confinamiento, nos incomoda la rutina, nos aterroriza la soledad. Navegamos entre la privacidad y la aldea global, el individualismo y la colectividad.

Decía el profesor Umberto Eco que “El gran peligro de la globalización es que nos empuja a una megalengua común”. Legítima preocupación de un gran conocedor de la comunicación humana y de un profesor universitario que, como usted maestro, se constituyen como verdaderos “ecologistas” o conservacionistas de la diversidad y de la riqueza cultural de la humanidad. Creo que, en este caso, el castigo divino, muy propio de todos los dioses habidos y por haber, resultó muy fructífero. Gracias a la ira de Yahveh por la construcción de la torre de Babel, hoy hay más de 7000 idiomas distintos en el mundo según la revista “Ethnologue”, de los cuáles, unos 3000 se encuentran seriamente amenazados, como consecuencia, entre otras cosas, de esa globalización que tanto temía el viejo profesor de la Universidad de Bolonia.

Algo común o, ya puestos, global, entre los hombres, ha sido crear dioses vengativos a los que temer si se les desobedece o se cuestiona su poder. Hemos hablado del castigo a Prometeo por entregar el fuego a los hombres o el de Sísifo por revelar el rapto de Egina por Zeus, la expulsión de Adán y Eva del paraíso, el diluvio universal, la destrucción de Sodoma y Gomorra, la Torre de Babel, las plagas de Egipto…en fin la Biblia y la teología y mitología, en general, recogen todo un repertorio de condenas por desacato o rebeldía ante la autoridad del sumo hacedor.

Universalizamos o globalizamos el concepto de Dios, uno o muchos, el número no es tan relevante como la función que desempeñan. Bajo el temor a los dioses subyace el poder de los hombres. Quienes interpretan la palabra de Dios, tienen en sus manos la obediencia ciega y sorda del pueblo. Pirámides, zigurats, catedrales, rascacielos…el hombre construye su propio Olimpo en la tierra y bajo la excusa de la adoración a la divinidad, se convierte él mismo en objeto de veneración.

“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” Romanos 13:1

Esto explicaría lo que el amigo Vicente Rufino llamó en un comentario reciente a una noticia de la edición digital de “Azagala”, el “tsunami de insensatez colectiva” que asola las costas del “Puerto de Albahácar” que diría el ínclito “Ramiro”. Endiosamiento.

Faraones, emperadores, monarcas absolutos, “oxidados dictadores” que canta Ismael Serrano, y alcaldes a perpetuidad. Todos fundamentan su legitimidad en el apoyo y el amor de su pueblo, todos señalados para un destino crucial, todos soportados sobre los cimientos del fanatismo que construyen con la argamasa del temor y de la salvación. “Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia.”. Umberto Eco no solo advierte de los peligros de la globalización, también de los que acarrea el fanatismo. “El nombre de la rosa”, una gran novela y una magistral película.

Claro que no todos podemos adorar a este nuevo Yahveh «Ninguno de tus descendientes que tenga defecto físico deberá acercarse jamás a su Dios para presentarle la ofrenda de pan.” Levítico 21:18. Los defectuosos, los combatientes, los insumisos, los insolentes, los impíos, los diferentes, los ángeles caídos … jamás recibirán los dones de su gracia. Es nuestra condena por apostasía. Nuestro reino está en el inframundo y es desde ahí, como Proserpina, desde donde debemos resurgir en primavera y salir, siquiera hasta el otoño, para escapar del infierno al que nos condena este forzado matrimonio con la eternidad.

Dios castigó a los hombres por temor a su unidad en la construcción de la Torre de Babel «Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr” Génesis 11:6. El talón de Aquiles de un déspota, reside en la unidad y la iniciativa de su pueblo. Por eso Alburquerque no es Babel. Este “ídolo” local, este dios vengativo, este emperador Domiciano convertido en deidad en vida, ya se encargó de romper la convivencia y de condenar a su pueblo a hablar distintas lenguas mucho antes de que este decidiera salvarse de un nuevo diluvio. De la incomprensión emana el culto y del conflicto surge la sumisión.

Alburquerque no es Babel porque no confía en sí mismo. Repetimos error y pagamos por ello. Vuelve a diluviar sobre nuestro pueblo.

CARTA A JUAN ÁNGEL SANTOS

El recorrido que realizas en tu escrito, amigo Juan Ángel, ni la compañía aérea más potente de nuestro planeta (¿American Airlines?) podría complacerte, pues nada menos que te remontas al Génesis y terminas aterrizando en un rincón de Extremadura, colindante con Portugal, para hablar del último ‘profeta’ que surgió a la sombra de nuestro magnífico Castillo de Luna.

Hablas de Dios y de los dioses que los distintos pueblos y culturas se han dado a lo largo de la Historia. Tema apasionante, pues nada más entrar en la Grecia y la Roma clásicas aparecen tantos de ellos en sus Olimpos que solo un especialista sería capaz de conocerse todas las historias que nos han legado y que terminan asombrándonos.

Bien es cierto que hablando del Dios del Pentateuco, es decir, el que se muestra en los cinco primeros libros de la Biblia, era terrible: fuertemente autoritario, cruel, vengativo y despiadado.

Claro, esto lo entiende uno cuando lee directamente los pasajes bíblicos y se aleja de los relatos que nos contaban de pequeños cuando recibíamos catequesis. Así, la expulsión y condena a salir del Paraíso por comer una manzana; el diluvio universal, dado que los hombres le habían defraudado; la multiplicación de lenguas para confundirlos y que no pudieran llegar a entenderse porque querían defenderse de otro castigo similar; la prueba a la que somete a Abraham pidiéndole el sacrificio de su hijo Isaac como signo de acato, etc., no dejan de ser manifestaciones de una deidad que no soportaba la mínima desobediencia, pues se corría el riesgo de recibir el peor de los castigos que uno podría imaginar.

Hemos de tener en cuenta que con el Nuevo Testamento se da un giro de 180º para que la imagen de Dios ya aparezca como la figura de un padre atento a las demandas de sus hijos y que los premia o castiga según sus actos. Tal es el cambio que se da entre el Antiguo y el Nuevo Testamento que, finalmente, la inicial secta judía de los cristianos acabe separándose definitivamente del judaísmo. La distancia que toma con las cuatro sectas que por entonces lo formaban el judaísmo (fariseos, saduceos, zelotas y esenios), citadas por el historiador judío Flavio Josefo, da lugar a que acaba configurándose como una religión separada del tronco inicial.

Saltando a otro punto, en el artículo que nos ha servido de debate comencé hablando de la similitud que mostraba el edificio que proyectó Architecture Studio con el otro gigantesco imaginado por Pieter Brueghel. Pero ahora quisiera añadir algo más.

En un artículo anterior manifesté que debemos tener en cuenta la ‘perspectiva de género’ para no olvidarnos de la otra mitad de la población, por lo que conviene citar aquellos edificios, calles, plazas o monumentos a los que se pongan nombres femeninos.

De este modo, tengo que apuntar que el edificio que está destinado a ser la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo lleva el nombre de una profesora: Louise Weiss. Mujer valiente y defensora del sufragio femenino, la misma que durante la ocupación nazi participó activamente en la Resistencia, siendo la redactora de la revista clandestina Nouvelle République. ¡Un acierto dedicárselo a esta gran mujer!

Bueno, voy acercándome al filo de la página y, como me he prometido no traspasarla en las cartas que te dirijo, voy cerrando. Quedan, pues, muchas cosas en el tintero, entre otras sería hablar de Agostino Carracci y su obra El Diluvio y aclarar si Alburquerque es o no es Babel, al tiempo que sugerir a nuestros paisanos que ‘se alejen de los falsos profetas’, tal como se nos aconsejaba en los textos bíblicos. Pero esto último, por ahora, es un tanto complicado para una parte del pueblo.

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Portada: El diluvio. Agostino Carracci. 1596

Imagen 2: El nombre de la rosa, la novela de Umberto Eco, que llevó al cine Annaud.

Imagen 3: El rapto de Proserpina. Gian Lorenzo Bernini. 1622

Imagen 4: Prometeo. Theodor Rombouts. 1620

 

 

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