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¿Se acerca el Apocalipsis?

Por AURELIANO SÁINZ

Con algunas de las declaraciones recientes de distintos personajes parece que asistiéramos a un renacer de las ideas de la Edad Media, como si el avance en el pensamiento racional y el científico apenas significara nada para una parte de la población que, agobiada por el miedo que genera la incertidumbre nacida de la pandemia del covid-19, le fuera más fácil agarrarse a creencias ancestrales o irracionales que han quedado en el fondo de sus mentes que a las razones que nos aportan las distintas ramas de la ciencia.

No solo son los cantantes Miguel Bosé o Enrique Bunbury los que se apuntan a estos disparates, sino que, tal como hemos visto en estos días, llegan a José Luis Mendoza, empresario y presidente de la Fundación San Antonio, propietaria de la Universidad Católica de Murcia, además de ser miembro del grupo integrista denominado Camino Neocatecumenal, o los kikos, como popularmente se conocen a los miembros de esa agrupación.

Quizás los lectores de Azagala ya conozcan sus disparatadas declaraciones. Son soflamas apocalípticas cuando dice que las “fuerzas oscuras del Mal (…) y los esclavos y servidores de Satanás” son las culpables de la epidemia del coronavirus que padecemos; o que “en cada generación aparece el Anticristo y algunos le sirven con gran poder queriendo usurpar el nombre de Dios”; o cuando alude a Bill Gates y al magnate George Soros como la punta de lanza de quienes quieren “controlarnos cuando se encuentre la vacuna con unos chips (dice chis) para controlar nuestra libertad”.

No voy a detenerme en este singular personaje, cuyo recorrido sería digno de conocer, pues comenzando a trabajar en el bar de su padre se convierte en uno de los más influyentes de Murcia. Lo llamativo de su trayectoria es que acaba como presidente de una entidad propietaria de una universidad sin ser doctor, ni siquiera tener ningún título universitario, dado que, según todas las informaciones, solo realizó algunos cursos de Medicina.

Lo más curioso es que esas ideas que expresa parecen ser algo así como una mezcla del lenguaje de la Guerra de las Galaxias (fuerzas oscuras del Mal), con expresiones propias de Tomás de Torquemada, primer inquisidor del reino de Castilla, (esclavos y servidores de Satanás) y predicciones tipo Rappel (quieren controlarnos cuando se encuentre la vacuna con unos ‘chis’).

Ese amasijo de sandeces no tiene nada que ver con lo que se narra en El Apocalipsis, breve texto cargado de múltiples simbolismos que genera distintas interpretaciones y que su autor, Juan, escribiera en la isla de Patmos (pasado el tiempo, la Iglesia consideró que era de San Juan evangelista, razón por la cual lo incorporó a los libros canónicos).

Con anterioridad a estos disparates, yo había publicado un artículo con el título de Las sectas y el Apocalipsis en el que, partiendo de un conocido cuadro, me refería a que en estos tiempos hay un sector de la población que le supera la angustia, por lo que algunos buscan en sectas o grupos integristas (como los kikos) respuestas dogmáticas para sentirse seguros ante un mundo que parece que se les derrumba sin ningún remedio.

Después de que el artículo viera la luz, recibí por correo electrónico una carta desde Barcelona de J. G., miembro de los Testigos de Jehová, en la que me indicaba que compartía gran parte de lo que decía en el artículo, pero que ellos ofrecían una visión abiertamente positiva del Apocalipsis. Por mi parte, le respondí que tenía un buen conocimiento de este breve texto atribuido al cuarto de los evangelistas, al tiempo que también conocía la interpretación que realizaba su grupo religioso.

De todos modos, la mayoría de las narrativas que a lo largo de la historia han existido acerca del fin del mundo son abiertamente catastrofistas, por lo que se han plasmado en impactantes imágenes que nos han legado grandes artistas para expresarnos visualmente auténticos escenarios de terror que, incluso hoy, nos resultan estremecedoras.

Es el caso del cuadro El triunfo de la muerte que el pintor Pieter Brueghel realizó en 1562. Personalmente, lo considero como una de las mejores obras que se cuelgan en el Museo del Prado, de modo que cuando lo visito suelo acercarme para contemplar detenidamente cada una de las múltiples escenas que se recogen en él.

Cuando Brueghel lo realizó habían transcurrido más de dos siglos desde que la denominada peste negra asolara Europa; no obstante, la memoria de esta devastación humana permanecía en el recuerdo de las generaciones posteriores.

Así, contemplar la multiplicidad de escenas que se plasman en este cuadro, realizado con una visión netamente apocalíptica, supone penetrar en el horror de la muerte de la que no se libra nadie, puesto que los esqueletos, en medio de un paisaje sin hierbas y de árboles secos, con sus guadañas siegan la vida de todas las personas que encuentran, mientras que las llamas del infierno arrasan el horizonte.

En aquella época, las espantosas epidemias que azotaban a la población no eran el resultado de ningún virus, dado que se desconocían sus existencias, por lo que se solían atribuir a la ira divina como resultado de los pecados cometidos por el hombre. Estas ideas aterrorizaban a las gentes en la Edad Media, de modo que sus vidas no solo estaban marcadas en gran medida por el sufrimiento, sino también por el temor de lo que acontecería tras la muerte.

De todos modos, y a pesar de los avances que hemos tenido en distintos ámbitos, esas visiones medievales llegan hasta nuestros días a través de gente ignorante, fanatizada o mental y emocionalmente poco equilibradas, por lo que hay sectas que sacan provecho de esta gran crisis apelando al lógico miedo que existe en la población.

Y aunque estos grupos sectarios no sean muy visibles, acudo a la información que nos proporciona Luis Santamaría, miembro de la Red Iberoamericana del Estudio de las Sectas, quien nos dice que en España se encuentran funcionando unas 350 conocidas con unos 400.000 adeptos. El propio Santamaría nos indica que “el miedo es el arma más poderosa para los grupos que llevan años pronosticando el fin del mundo. En estos días, aprovechan esta pandemia para reforzar sus argumentos, empleando la manipulación con el fin de atraer a personas que pasan por un momento de vulnerabilidad”.

Por suerte, una parte significativa de la población de nuestro país procura informarse y atender a los consejos que proporcionan los científicos y el personal sanitario especializado, de modo que, sensatamente, adopta las precauciones debidas sabiendo que se trata de un virus que ha saltado de ciertos animales al ser humano. Y dado que no disponíamos de las defensas naturales que nos protegieran de las infecciones, desgraciadamente, ha acabado en una pandemia de carácter mundial.

Sin embargo, lo que ya provoca bochorno es que un presidente (que no rector) de una universidad, aunque sea privada, diga tantas sandeces, siguiendo las alucinadas argumentaciones de los grupos antivacunas de Estados Unidos, al igual que las de los denominados terraplanistas (es decir, de los que todavía creen que la Tierra es plana) o de las sectas apocalípticas que mezclan el Anticristo con el coronavirus y el fin del mundo. Pero es que en Estados Unidos, país en otros aspectos admirables, hoy tienen un presidente que eso sí que es un verdadero peligro para la humanidad.

 

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