Por AURELIANO SÁINZ
Nos encontramos en un mundo en el que la mentira ha hecho acto de presencia de manera habitual en nuestras vidas, como si mentir fuera lo más normal del mundo y sin que se le dé excesiva importancia a las consecuencias que conlleva, por lo que cualquiera estaría dispuesto a hacerlo, especialmente si supiera que no iba a ser descubierto.
Hay que entender que las mentiras no son solo aquellas que nos decimos directamente, dado que vivimos en una sociedad en la que los medios de comunicación y las redes sociales se han hecho omnipresentes, de modo que la saturación de noticias y de comentarios de toda índole nos han invadido, acompañándose, claro está, de las denominadas fake news (bulos o mentiras planificadas) que pululan por los espacios digitales como aves dispuestas a posarse en el cerebro de los ciudadanos.
Pero no solo que estén muy presentes en estos medios, sino que las mentiras, en todas sus modalidades -engaños, bulos, embustes, simulaciones, falsedades, medias verdades, ocultamientos, tergiversaciones- forman un entramado tan complejo que es necesario estar bien preparado para no ser una de sus víctimas.
Un caso verdaderamente alarmante es el de Alburquerque, ya que el pueblo ha estado y está gobernado por las mentiras, los engaños, los silencios, las falsas promesas, de modo que bien podría aplicarse lo que el escritor suizo Louis Dumur apuntó en cierta ocasión cuando dijo que “los hombres no quieren la verdad, lo que desean es que se les disfrace la mentira”; aunque, para nuestro caso, habría que matizar que es una parte del pueblo la que se pone una venda en los ojos: los que les votan de modo insistente; los que les acompañan en el gobierno municipal y mantienen un mutismo total; el partido al que pertenecen y que vergonzosamente mira para otro lado; los que no quieren ver el enorme deterioro en el que se encuentra, etc.
Creo que lo que acontece en Alburquerque es tan singular que merece ser estudiado detenidamente, pues no conozco algo de nuestro país que se le parezca.
Pasando al plano personal, quisiera apuntar que siempre he sentido un fuerte rechazo a la mentira y al uso de las variantes que se emplean para engañar. Estoy, pues, muy de acuerdo con lo que manifestó el psiquiatra Carlos Castilla del Pino cuando escribió aquello de que “no hay pecados, si los hubiera, se resumirían en uno: la mentira. Adán fue el primero que mintió a Dios al desobedecerle”.
He de manifestar que Castilla del Pino, un gran humanista, no era creyente, aunque se remonta al propio Génesis para hablarnos del supuesto comienzo de este vicio moral. No obstante, y remitiéndonos otra vez al texto bíblico, quizás el ejemplo más conocido, y del que se nos habló desde pequeños, fue el juicio del rey Salomón, quien tuvo que aclarar cuál de las dos mujeres mentía cuando alegaban ser las madres de un niño recién nacido.
Es significativo que la escena que explica ese relato haya sido plasmada en distintos lienzos por grandes pintores, caso de Peter Paul Rubens, cuyo cuadro se encuentra expuesto en el Museo del Prado y que muestro en portada. También en el mismo museo puede verse la versión, dentro del estilo tenebrista, que realizó el español José de Ribera, y del que a continuación vemos el fragmento central.
Recordemos esa historia bien conocida: dos mujeres que habían sido madres cada una de ellas de un niño, uno fallecido y el otro vivo, se presentan ante el rey alegando ser la verdadera madre del niño vivo. Salomón para averiguar finalmente quién decía la verdad dio la orden a uno de sus soldados para que con la espada lo partiera y le diera a cada una de ellas la mitad. Una de las madres, aterrorizada, le suplicó que no lo hicieran y que se lo dieran a la otra; esta, sin embargo, estaba de acuerdo en que cada una se llevara la mitad del niño. Salomón entonces no tuvo ninguna duda y mandó que se le entregara a la primera mujer, ya que consideraba que era la verdadera madre.
¿Y por qué hablo de la mentira si como bien apunto forma parte de las relaciones humanas y nos tropezamos con ella con más frecuencia de la que quisiéramos? La razón proviene de que, no solo como persona, sino que como profesor se me ha intentado engañar en más de alguna ocasión, por lo que me he visto en casos en los que he tenido que dilucidar quién de los dos alumnos o alumnas decía la verdad y quién mentía.
El más reciente se me ha producido durante el confinamiento, en el que he estado desde casa corrigiendo los trabajos que me remitían los alumnos. El hecho me creó un malestar bastante grande, pues, no solamente era el sentimiento de pesar de verte engañado por algunos de los que formaban parte de una clase a la que te has entregado con todo el entusiasmo, sino también porque no tenía la posibilidad de encontrarme presencialmente en mi despacho con las implicadas.
Se trataba de dos alumnas que me presentaron trabajos muy similares. A ambas, por correo electrónico, les manifesté mis dudas para que me explicasen qué había acontecido. Una de ellas, la segunda en enviarme el trabajo, y sobre la que yo sospechaba que sería la que había copiado, juraba y perjuraba que ella no lo había hecho, e insistía en que no entendía qué es lo que podía haber sucedido.
Les indiqué que en cursos anteriores había tenido algunas experiencias similares, como fue el de dos amigas que me entregaron sus trabajos escritos que eran exactamente iguales, incluso con los mismos errores. Al llamarlas a mi despacho y podérselo demostrar, la que había sido la autora original me indicó que se lo había pasado solamente para que le sirviera de orientación, pero que en ningún momento imaginó que podía ser engañada.
Consecuencia del engaño: la amistad que mantenían, como me dijeron tiempo después sus compañeros, se rompió para siempre. Y es que la amistad, tal como he manifestado en alguna ocasión, no admite el engaño ni la mentira.
En este último caso que comento, al igual que hizo Salomón, solo cuando las amenacé con anular sus trabajos o llevarlos ante una Comisión del Departamento, empezaron a contar algo de la verdad. Pero soy consciente que, al no poderme ver con ellas, ambas se pusieron de acuerdo para no desvelar del todo lo que habían estado haciendo.
Lo triste, tal como se lo expresé a las dos, es que iban a ser maestras y sus comportamientos no auguraban nada bueno para el futuro cuando tuvieran que educar a sus alumnos, pues las personas que mienten dejan detrás un reguero de daños morales de graves consecuencias.
Regresando de nuevo a Castilla del Pino y a nuestro pueblo, otra frase suya que bien puede aplicarse es aquella en la que manifestaba que “la mentira es el mal por excelencia. Cualesquiera que sean los males, siempre tienen una cosa en común: la mentira”.
Con relación a lo anterior, hay que entender que el declive y los enormes daños de toda índole producidos en Alburquerque no pueden entenderse sin el cúmulo de mentiras, amenazas, silencios, engaños y falsas promesas, que han sido vertidos por quien ha gobernado y quien gobierna actualmente.
Y, para desgracia de males, no tenemos a ningún rey Salomón que venga a resolver la deplorable situación a la que han llevado a nuestro pueblo, sin que, al parecer, les preocupe lo más mínimo. Solo queda quienes luchan denodadamente contra esta situación. En ellos se encuentra la esperanza de regeneración cada día más difícil de sostener.
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