Por AURELIANO SÁINZ
¿Qué sentimientos y emociones nos embargan en estos tiempos de grandes incertidumbres? ¿Son los mismos para todas las personas o se diferencian en función de las condiciones sociales, las edades o las experiencias personales? ¿Tenemos todos la misma capacidad de afrontar el confinamiento en el que nos encontramos la mayoría de la población? ¿Qué sentimientos anidan en quienes la pandemia les ha arrojado del trabajo que tenían? ¿Cómo afrontan emocionalmente quienes están en primera línea como son los sanitarios o los que tienen que hacerlo fuera de casa por pertenecer a las actividades esenciales?
Y si hablo de sentimientos es porque, en contra de lo que habitualmente se piensa, forman parte esencial de nuestra personalidad, ya que están tan ‘pegados a nuestra piel’ que no podemos desprendernos de ellos en ningún momento.
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Los interrogantes anteriores me han ido viniendo a la mente a lo largo de estos días en los que, recluido en casa, voy recibiendo por internet los trabajos de los alumnos consistentes en comentarios de artículos que he publicado y que les propongo como estudio y reflexión para que puedan desarrollar bien la asignatura que coordino en la parte de la teoría.
Me apoyo, pues, durante esta excepcional situación, en algunos artículos que han visto la luz en Azagala o en los diarios digitales andaluces en los que habitualmente publico. Se trata de que profundicen en el estudio de emociones como la alegría, la tristeza, los celos, los complejos, la autoestima, el fallecimiento de un familiar, etc., para que expliquen cómo los escolares realizan sus dibujos al tiempo que, como futuros docentes, comprendan el desarrollo de las emociones en niños y adolescentes.
Cuando la pandemia vaya retrocediendo y pueda verme presencialmente con ellos, quisiera preguntarles, por escrito y de manera anónima, para que se expresen con la mayor sinceridad, acerca de los sentimientos más profundos que han palpado en todo este tiempo. Es posible que esas emociones, antes no conocidas con tanta intensidad, les hayan hecho madurar, de modo que es posible sintieran verdadera empatía con otros sectores que están lejos de sus círculos de relaciones personales. Creo que en caso afirmativo sería un paso adelante en su formación como mejores personas.
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A las ocho de la tarde seguimos saliendo a las ventanas y balcones de mi barrio para aplaudir como expresión de sincera y emotiva solidaridad hacia todos aquellos que están al frente del cañón para cumplir generosamente con su deber y entrega profesional. Somos miles y miles los que lo hacemos no solo en España, dado que también este gesto se ha extendido por numerosos países. Gesto de agradecimiento que se expresa en todas las lenguas, en todos los idiomas, porque la gratitud mostrada con las manos que se unen no tiene fronteras.
Con antelación, planifico la música que pondré ese día y que comenzará a sonar una vez que las palmas hayan cedido. Es un enorme placer ir rebuscando en la extensa discografía que tengo para seleccionar y mezclar temas que puedan gustar a esa pequeña comunidad que se ha formado en mi calle y sus alrededores, la misma que cada día me indica que amplíe el número de canciones.
Así, esta mañana he bajado a la farmacia que hay frente a mi casa para pedir algo de melatonina que me ayude al sueño. Allí, como siempre, están Susana y Antonio. La primera nada más verme exclama: “¡Aureliano, qué buena es la música que nos pones. La verdad es que se me hace corta la media hora escuchando las canciones!” Le agradezco su comentario, al tiempo que me produce alegría saber que durante un rato pueden estar disfrutando de algo que les distancie de la tensión que les provoca atender todo el día las peticiones de medicamentos.
En estos días, pienso que Azagala se ha convertido no solo en un instrumento de información y cultura, tal como se dice en la portada de la edición impresa, sino también en un medio de encuentro, de afecto y de solidaridad entre los que lo elaboran y quienes lo reciben y participan, de un modo u otro, a través de Facebook.
Es lo que siento cuando leo que el padre de José Manuel Leal, actual presidente del Colectivo Cultural Tres Castillo, ha fallecido. Las formas de condolencias, tanto de quienes lo conocieron como de los que participan con sus mensajes, se multiplican en la edición digital. Es una forma de manifestar el cariño y el respeto hacia su persona y su familia que físicamente se encuentran lejos de Alburquerque, pero que se las siente muy cercanas en estos momentos de dolor.
En mi caso, puesto que no soy habitual de las redes sociales, le he escrito a José Manuel por correo electrónico. En su respuesta me indica que lo más duro de sobrellevar es no haberse podido despedirse de él.
Creo que el no poder estar al lado de un padre, besarle, darle la mano o decirle que se le quiere cuando su vida se apaga resulta un trance muy doloroso que deja un poso de tristeza añadido que tardará tiempo en cicatrizar, aunque deseo que este amigo y su familia sepan curar pronto esas heridas del alma.
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También creo que a veces las palabras no sirven para traducir esos sentimientos que nos embargan. Quizás sean las imágenes que nos ofrece la naturaleza con sus significados abiertos las que puedan expresar mejor lo que no somos capaces de verbalizar. Es por ello por lo que en ocasiones deseemos estar solos con nosotros mismos, mirando en silencio el cielo o contemplando el atardecer y preguntándonos dónde se cobijarán tantos recuerdos, tantas vivencias, tantos momentos que se acumulan en la memoria, resistiéndonos a entender que quienes nos dieron la vida se hayan marchado para siempre.
Es el eterno misterio de la vida. Una pregunta irresoluble. El gran enigma que nos intriga y que siempre nos acompañará en el caminar por la tierra.
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Foto 2. Pepe Leal, en 2010.
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