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¿Solo frente al Covid?

ANTONIO L. RUBIO BERNAL

Otra noche interminable en la que vinieron a mi mente Nelson Mandela, la hermana Teresa de Calcuta o el mismísimo Jesús, el Cristo de los cristianos. Ya de madrugada, junto a la lumbre, con mi inseparable podenquita como única compañía, mientras sube el café del puchero, me pregunto: ¿por qué no relatar lo que pienso de este “pájaro de mal agüero”?

Como cualquier bicho viviente, deseo sobrevivir junto a todos los míos, razón por la cual descarto cualquier comportamiento atrevido -la inconsciencia en estos momentos no ha lugar. Eran otros tiempos cuando me venía arriba y sin pensármelo echaba mis pantalones en lo alto del lomo de un potro de cuatro años-; además, no quiero tropiezos que hagan brotar en mí sentimientos de culpa. Y se me ocurre que para lograrlo debo fijarme en aquellas personas a las que califican de dignas; usease, todos aquellos que saben encajar la derrota, los fracasos o simplemente saben perder sin culpar a nadie o ganar sin humillar al rival.

A buen seguro los tres mencionados al principio fueron conscientes de que en su lucha no podían arrojar la toalla, justamente lo mismo que a mí me exigen las circunstancias en que me encuentro, subido a un ring al que no fui invitado, encaramado en contra de mi voluntad, con un atroz enemigo enfrente y sin más arma que el paño para limpiarme el pavor. Y si ellos fueron tan fuertes como para ser respetados por todos, lo mismo se debió a que tuvieron tanta fe y esperanza en su victoria que asumieron que no luchar equivaldría a renunciar a vivir o hacerlo humillado cual cobarde, conformándose sólo con la más vil de las miserias. ¿Qué me prohíbe imitar su pundonor? Actuar conforme a las enseñanzas del de Nazaret, de la de Calcuta o del de Mvezo debe ser mi camino, no dando cabida ni al fracaso ni a la frustración. Si la derrota tuviese que llegar, mejor me coja con la cabeza alta, luchando con dignidad, no con la cerviz humillada.

Mi enemigo es tristemente conocido por resultar feroz, despiadado, mortífero, pero en mi haber tengo no encontrarme solo. Me acompañan todos los médicos y enfermeros que desde el primer momento se están jugando sus vidas en la lucha; también cuento con todos los agentes del orden que velan por nuestra seguridad; y tengo todo un batallón de trabajadores de las más variopintas profesiones que valientemente están peleándose para cubrir mis necesidades. Sí, COVID, todos están de mi lado y todos contra ti. Todos estamos dispuestos al sacrificio necesario para desterrarte en una batalla que nos hace sentirnos más vivos, más humanos, más solidarios y más libres. Nuestra exigencia de vivir se está convirtiendo, por tu presencia, en experiencia personal enriquecedora; y en pro de esta guerra sin cuartel que unilateralmente declaraste tú, estoy dispuesto a entregar todo mi autoconocimiento, mi sabiduría -si la hubiese-, mi creatividad, mi arrojo, mi solidaridad, permaneciendo justo donde debo, en casa y con los míos.

Ya has logrado una cosa, que me arrepienta, y no poco, de no haber querido lo suficiente a mi preciado cuerpo en determinadas ocasiones, pero ya es tarde para el remordimiento; hoy, tanto mi físico como mi mente, mis emociones, mis sentimientos, todo mi ser desprecian el dicho “es imposible”, “no vale la pena”, “con esto no hay quien pueda”. ¡Te lo has creído! A mi cabeza me vienen Ben Hur, Robin Hood, el Rey Arturo que pensaron justo lo contrario: “es posible “, “lo vamos a lograr”, “esta guerra la vamos a ganar”, y como ellos, estoy aquí, no sólo QUEDÁNDOMEENCASA,  sino convirtiéndome en dura corcha para sobrellevar todo aquello que me pueda tocar vivir  o echar en falta, sin escatimar esfuerzos en el sacrificio diario exigido,  desterrando frustraciones y dando paso a la alegría de vivir, vivir junto a los míos, dando protagonismo a las pequeñas cosas que me hagan feliz,  desde las risas de una amiga al chatear al roce de la podenquita que en junio cumplirá once años de su vida a mi lado.

Te lo digo con descaro, COVID-19, por todos los míos, por el enorme respeto y agradecimiento a todos los referidos, por el amigo que traicioneramente me quitaste, por la vida de las miles de personas que siendo niños me fueron confiadas en mis años de docencia,  por todos los inocentes a los que has arrebatado la vida, por todos los contagiados que algún día volverán sanos… ¡TE ODIO!, y todos mis deseos caben en uno: que la inteligencia del ser humano sea tan fuerte como para que tu exterminio esté próximo, para que no vuelvas a habitar en este mundo,  traidor.

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Foto: Un hombre, solitario, en una lumbre./ INTERNET

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