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Vida y muerte de don Álvaro de Luna (XIV). Traiciones y prisión del condestable

Por AURELIANO SÁINZ

Inicialmente, tenía previsto que en este catorceavo capítulo se cerrara la sorprendente vida de quien fuera el personaje más importante en la corona de Castilla en la primera mitad del siglo XV. Y cuando digo importante me refiero por la significación que tuvo en los reinos que configuraban la corona, puesto que el rey Juan II, indeciso y débil de carácter, tenía que ayudarse de su valido para la toma de decisiones, al igual que lo hiciera más tarde su hijo Enrique IV, ya que fueron los últimos reyes que se apoyaron en consejeros para poder llevar adelante la pesada carga de gobernar.

Sin embargo, me ha parecido razonable dividir en un par de entregas sus últimos años de vida, puesto que las traiciones, su detención, la ausencia de juicio que lo declarara culpable, su terrible ejecución y la fuerte defensa que realizó la villa de Alburquerque negándose a ser entregada a Juan II, una vez ejecutado Álvaro de Luna, ya que se postuló claramente en apoyo de quien había sido su conde, merece la pena que todo lo veamos detenidamente.

Y, de entrada, quiero hacer referencia al capítulo El traidor Alonso Pérez de Vivero de César Silió, que aparece en su obra sobre don Álvaro de Luna, puesto que en él se cita un fragmento de la Crónica de don Álvaro que por aquella época escribiera Gonzalo Chacón. Dice así:

Assí como el venado ú otro cualquier animal, después que ferido es con saeta de yerba de ballestero, la misma yerba non le dexa reposar en parte alguna, antes lo apremia é lo aquexa, faciéndolo correr á unas partes é á otras espumajando, sin rescibir nin poder aver por manera del mundo descanso alguno, assí el malvado Alonso Pérez de Vivero, discurría en sus malos pensamientos á muchas partes sin reposo alguno, espumajando en sus entrañas, é revolviendo é trastornando en ellas por muchas é diversas maneras, la maldad suya”.

Para entender la maldad que el cronista le atribuye a Alonso Pérez de Vivero hemos de saber que había sido criado por el condestable, lo había introducido en la corte, donde se encumbró gracias a él. No obstante, le abandonó cuando se dio cuenta que por aquellas fechas Álvaro de Luna, cumplidos los sesenta años, había perdido el favor del rey, por lo que buscó todos los modos para acabar con su vida. También, hay que decir que Pérez de Vivero contaba con el apoyo de la reina (la misma que había seleccionado Álvaro de Luna para casarla con Juan II), quien participaba en todas las intrigas y maquinaciones que se urdían para acabar con la vida del condestable.

Aunque no conociera toda la trama tejida en torno suyo, una vez que tiene noticias del compló contra él, Álvaro de Luna se dio cuenta del peligro que corría, por lo que se rodeó de una numerosa guardia al mando de su hijo Pedro de Luna.

Así, bastó la advertencia que le hizo a su hijo Pedro de Luna para que este “tuviese siempre a punto a los más leales de sus hombres de armas para que lo acompañasen a todas partes, más a su padre que a él, sobre todo en la serie de trampas que con la intención de atentar contra su persona le tendieron por aquellos días en Madrigal de las Altas Torres y en Tordesillas. Alguna vez quisieron herirle de un modo cobarde yendo de caza con el Rey, igualmente, en otra ocasión con motivo de una fiesta preparada por él en su propia villa” (Serrano Belinchón, pág. 191).

Cuando el condestable de Castilla, conde de Alburquerque y maestre de la Orden de Santiago se hizo claramente consciente de que su vida pendía de un hilo fue con ocasión de la asistencia a los actos litúrgicos que se celebraban el Viernes Santo del año de 1453 en la iglesia catedral de Santa María de Burgos. Allí, desde lo alto del púlpito, un fraile dominico, ‘coloradote y rechoncho’ (según Manuel José Quintana y César Silió), soltó una soflama cargada de toda clase de ofensas contra el condestable, sabiendo que se encontraba el rey Juan II entre los asistentes.

“Sin decir su nombre, pero con palabras identificativas y con gestos claros que señalaban hacia su persona, le echó sobre su rostro públicamente ser el único culpable de todas las desgracias habidas en Castilla, al tiempo que exhortaba a la feligresía a su destrucción y a su ruina en el santo nombre de Dios” (Serrano Belinchón, pág. 196).

Entonces, Álvaro de Luna comprobó la labor callada y continua que contra él venía ejerciendo desde hacía tiempo Alonso Pérez de Vivero: una labor de traición que no pudo imaginar, pero que era necesario cortar de raíz, pues se trataba de su propia supervivencia.

De ahí que lo llamase a la mansión que ocupaba durante aquellos días en la ciudad de Burgos para intentar poner en claro con él algunas cuentas pendientes; cuando en realidad de lo que se trataba era de quitarlo de en medio con la ayuda de dos de sus más leales colaboradores: Fernando de Rivadeneira y un yerno suyo llamado Juan de Luna.

Según César Silió (pág. 205), la mansión del condestable tenía una torre alta a la que, intencionadamente, se le había desclavado previamente un lienzo de la baranda. Pero antes de que sus colaboradores despeñaran a Pérez de Vivero, Álvaro de Luna sacó unas cartas que aquel le había enviado al rey en el que le mostraba de modo palpable la traición y todas las infames acusaciones que le había atribuido.

Alonso Pérez de Vivero reconoció que efectivamente era su letra y su firma las que aparecían en las misivas dirigidas al rey.

Tengo hecha una promesa sobre vos, que debo cumplir. Por muchos ruegos y advertencias que os hice, pidiendo que os apartaseis del camino de tantas maldades que contra mí habéis urdido y amasado; ahora os exijo que se cumpla lo que una vez os juré delante de Fernando de Rivadeneira, aquí presente”, fue lo último que le dirigió quien había sido su protector y promotor a lo largo de la vida al ahora contador mayor del rey.

“Y a continuación mandó a Rivadeneira y a Juan de Luna que arrojasen al criado infiel, al mismo tiempo el trozo de baranda desclavado, desde lo alto de la torre” (César Silió, pág. 205). [Otros autores hablan de que le fue dada la muerte en un encuentro en las estrechas calles burgalesas].

El atentado contra Pérez de Vivero marcó definitivamente al condestable y cerró todos los caminos posibles para una ya imposible reconciliación con el monarca. Así pues, no tardó el rey en encargar a Álvaro de Estúñiga la detención del condestable que todavía se encontraba en Burgos.

Ante aquellas circunstancias, Álvaro de Luna se mostraba indeciso y vacilante sin saber qué camino tomar. En un momento pensó escapar del cerco al que había sido sometido; sin embargo, con el consejo de Fernando de Rivadeneira abandonó esta idea, pues la huida no era propia de un caballero. Por otro lado, la presencia del rey en la plaza de las Carnicerías, armado, con pendón tendido y rodeado de numerosa gente, decidido a no partir de allí hasta que se entregara el condestable, hizo que, finalmente, se entregara para evitar una confrontación con el monarca.

Detenido, Álvaro de Luna fue trasladado desde Burgos a Valladolid, y desde allí a la prisión de la fortaleza de Portillo. El rey mandó que fuera custodiada con una guardia bajo toda garantía. El condestable todavía no imaginaba que esa detención era el principio de su fin, de un final que se haría sin estar sometido a un juicio que lo condenara al cadalso para ser decapitado… Y es que sus numerosos enemigos le deseaban la peor de las muertes.

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Anotaciones:

En la fotografía de la portada se muestra el castillo de Portillo, villa vallisoletana, donde estuvo prisionero don Álvaro de Luna, antes de ser llevado a la ciudad de Valladolid para ser ejecutado. Es un pequeño castillo de llano, con dos recintos: el interior, con planta de tipo rectangular y una torre cuadrada, y el exterior, que actúa como barrera de protección.

La fotografía del interior del texto pertenece a un fragmento de las murallas de Madrigal de las Altas Torres (Ávila), villa que actualmente tiene algo más de 1.600 habitantes. A pesar de su reducida población, forma parte importante de la Historia de nuestro país, ya que en ella nació la Isabel I de Castilla, denominada Isabel la Católica. Hija de Juan II de Castilla y hermanastra de Enrique IV, peleó contra su sobrina Juana la Beltraneja por el trono (pero todo esto lo veremos en la vida de don Beltrán de la Cueva).

La pequeña pintura medieval nos muestra a dos personajes con las manos atadas que son llevados a prisión.

 

 

 

 

 

 

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