Por AURELIANO SÁINZ
Podemos considerar que en el año 1447, cuando Álvaro de Luna había cumplido 57 años, comienza su declive, pues, ciertamente, el personaje más importante de la historia de Castilla en la primera mitad del siglo XV empieza a ser consciente del gran error que cometió al planificar y aconsejar a Juan II su boda con Isabel, hija del infante don Juan de Portugal.
Grave desatino que lo pagaría muy caro, puesto que junto a los poderosos enemigos acumulados a lo largo de los años pronto se vendría a sumar la joven y bella portuguesa que encandiló al monarca, no solo con sus encantos y gracias sino porque al poco tiempo vino a demostrar que no era esa ‘jovencita pegada todo el día al espejo’, como imaginaba el condestable.
Reflexionando sobre su figura, parece que la de don Álvaro de Luna no ha caído muy bien entre los historiadores, que lo han acusado de ser un personaje cargado de ansias de bienes y de poder, y que no llegó a medir adecuadamente las fuerzas de los señores con los que se enfrentaba. Cierto que la ambición del condestable está fuera de toda duda; pero si no hubiera estado al lado de Juan II desde que era un niño pequeño el reino de Castilla habría quedado despedazado por la avidez que mostraba la nobleza y la codicia extrema de los Infantes de Aragón, con don Enrique a la cabeza de ellos.
Pero continuemos y situémonos en ese año de 1447, puesto que dos años antes de esa fecha había fallecido María, reina consorte de Castilla con el rey Juan II y segunda en la lista de los Infantes de Aragón.
Había pues que buscar una nueva esposa al viudo. Y como apunta con cierto humor Serrano Belinchón, “don Álvaro de Luna conocía muy bien el plantel de féminas casaderas en las diversas cortes a las que se podía echar mano para sentar una segunda reina en el trono de Castilla. Sin embargo, su pensamiento y sus ojos solo estaban en una de ellas, doña Isabel, hija del infante don Juan de Portugal, con quien los lazos de amistad habían sido estrechos a consecuencia de los enfrentamientos entre el condestable y los nobles de Castilla años atrás” (pág. 172).
Pero la preparación de la boda a espaldas del rey Juan II estuvo cargada de suspense y de intrigas. Esto lo explica bien César Silió cuando describe el trayecto realizado por el condestable de Castilla, quien tuvo que hospedarse en su castillo de Alburquerque para encontrarse en el de Mayorga, cercano a San Vicente de Alcántara, con quien era el condestable portugués.
“El joven condestable de Portugal permaneció en Mayorga cinco o seis días. (…) Fue una breve convivencia de castellanos y portugueses que, no obstante, tuvo consecuencias transcendentales. No sirvió la fortaleza, como se pensaba, para fines guerreros; pero, en ella, se concertó el casamiento de don Juan II de Castilla con Isabel, hija del infante don Juan de Portugal, y esa boda resultó ser el origen de la caída de don Álvaro de Luna. (…) Se afirma que, previamente, la boda ya estaba medio arreglada a espaldas del Rey, entre don Álvaro y el regente de Portugal. Es por lo que, en Mayorga, los condestables de ambos reinos ultimaron el trato, generando un gran disgusto en el Rey cuando tuvo noticias de ello” (César Silió, pág. 180 y 181).
De este modo, en pleno mes de agosto, se celebró la boda del rey castellano y la infanta portuguesa en la villa de Madrigal de las Altas Torres. Asistió a la ceremonia gran parte de la nobleza, incluso contó con la presencia de algunos grandes de Castilla, caso del conde de Benavente, de don Íñigo López de Mendoza e, incluso, del marqués de Santillana, personajes que no se habían distinguido precisamente por su apoyo al monarca. El propio marqués de Santillana aprovechó el evento para dedicarle una canción a la recién casada. Canción que dice así:
Dios vos faga virtuosa, / reyna bienaventurada, / cuanto vos fizo fermosa. / Dios vos fizo sin enmienda / de gentil persona y cara, / e sumida sin contienda, / cual Giotto nos vos pintara. / Fízovos más generosa, / digna de ser coronada / e reyna muy poderosa.
Sin embargo quien no estuvo en la ceremonia fue el príncipe Enrique, agudizando las distancias que le separaban de su padre. Bien es cierto que siguió el consejo de su privado el marqués de Villena que era quien le asesoraba sobre el acercamiento o alejamiento del rey.
Por otro lado, la joven reina pronto empezó a ocupar no solo el corazón del monarca, sino que también comenzó a tomar decisiones que hasta entonces las había llevado a cabo el condestable. Poco a poco, se abrió una profunda brecha entre la esposa del rey y quien había sido el protector y guía del monarca durante toda su vida. Pero no solo era la joven reina, sino que también el príncipe Enrique comenzó a maquinar contra el condestable.
Las desavenencias entre la real pareja y don Álvaro de Luna empezaron a hacerse notar entre los cortesanos y muchos de los grandes de Castilla, de modo que el ahora extraño comportamiento del rey hacia su valido dio lugar a que comenzaran otra vez a formarse las confederaciones de nobles en contra del condestable y maestre de la Orden de Santiago.
Uno de los significativos errores que cometió el condestable fue apoyar el compló organizado desde la corte con el fin de detener y encarcelar a los nobles castellanos que pudieran ser un estorbo, argumentando la falta de apoyo que tuvo el rey en el cerco de Atienza. “Nadie sabe hasta qué punto el valido pudo ser responsable de tal atropello, pero es cierto que las culpas y responsabilidades cayeron sobre él” (Serrano Belinchón, pág. 176).
Así, el marqués de Santillana, los condes de Plasencia y de Haro, unidos a otros grandes de Castilla formaron una liga que tenía dos fines: lograr la libertad de los nobles en prisión devolviéndolos a sus estados y acabar con el poder que tenía don Álvaro de Luna en la corte. Este, por primera vez, se encontraba totalmente solo, puesto que el apoyo del rey cada vez iba siendo menor, al tiempo que tenía a la reina Isabel como enemiga total.
Los bulos, los ataques hacia su persona, las cartas al rey con graves acusaciones empezaron a hacer mella en la confianza del monarca hacia su valido. A la enemistad abierta de la reina Isabel y del infante don Enrique, ahora se le sumó la influencia en la corte que ejerció Diego Valera, doncel de Juan II, personaje con gran formación, dado que a su rango guerrero se unía el de escritor, historiador y diplomático.
El camino que conducía hacia el abismo parecía estar cada vez más claro. Álvaro de Luna comenzaba “a ser consciente de que no podía confiar en nadie más que en sí mismo para asegurar el futuro familiar, por lo que en adelante sus pasos se encaminaron a conseguirlo, aunque, no cabe duda, que desconocía el verdadero alcance del desafecto del rey” (J. M. Calderón Ortega, Álvaro de Luna. Riqueza y poder en la Castilla del siglo XV, pág. 91).
Al condestable de Castilla y conde de Alburquerque todavía le quedaba por conocer la traición y la muerte del contador Alfonso Pérez de Vivero, que serían las que, en última instancia, le condujeran al cadalso.
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Anotaciones:
La portada de esta duodécima entrega se corresponde con una fotografía de las ruinas del castillo de Mayorga, que se encuentra a 11 kilómetros de San Vicente de Alcántara. Sobre el mismo, en la obra en tres volúmenes, Castillos de España, coordinada por el historiador británico Edward Cooper, se nos dice lo siguiente:
“Se trata de una fortaleza medieval visible desde la carretera a La Codosera. Se emplaza en un cerro, a la derecha frente a una finca de su nombre. Se llega por un camino vecinal de tierra. Es un castillo de planta topográfica, adaptado al terreno. // Conserva largos lienzos de cortinas y torres, con la entrada por el norte en un quiebro de la muralla. La zona mejor conservada es la del sur, con sus murallas y una torre rectangular, mantenidas hasta el camino de ronda. La torre del homenaje se sitúa al oeste, sobre el acantilado y está muy dañada. En el interior hay restos de grandes cámaras, almacenes o caballerizas. Sus muros son de mampostería, en los que se conservan saeteras, troneras y algunas ventanas cubiertas con arcos de ladrillos. // Fue fortaleza de la Orden de Alcántara desde el siglo XIII. Constituyó encomienda y tuvo puebla. Participó en contiendas fronterizas, con los Reyes Católicos, por la rebelión del clavero don Alonso de Monroy. En el siglo XVII fue arrasada por los portugueses”.
Por otro lado, la pintura del interior del texto nos muestra el enlace de dos personajes cortesanos ante el fraile que une sus manos como signo de unión definitiva.
La fotografía del interior se corresponde con uno de los lienzos de muro que se conservan del castillo de Mayorga.
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