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Juegos de niños

Por AURELIANO SÁINZ

¿Se han ido para siempre aquellos juegos que a los mayores nos hicieron tan felices en nuestra infancia y que aún permanecen en nuestra memoria como recuerdos de una etapa muy dichosa? ¿Por qué los niños y niñas de ahora desconocen los múltiples entretenimientos que llevábamos adelante sin necesidad de gastar dinero? ¿Cómo es posible que diversiones colectivas y al aire libre que habían existido desde hace siglos atrás se hayan volatilizado como por arte de encanto?

Es cierto que vivimos en un mundo enormemente acelerado y que el ritmo vertiginoso en el que nos encontramos parece que acaba enterrando no solo los hábitos que teníamos tiempo atrás, sino que se lleva para siempre costumbres que habían formado parte de las vidas de muchas generaciones.

Así, en las dos últimas décadas, internet y los móviles han irrumpido de una manera tan fuerte que parece que hubieran estado siempre presentes con nosotros, llevándose también por delante juegos y pasatiempos que han quedado en el desván de los trastos viejos para las generaciones más jóvenes.

Todas estas reflexiones me vienen a la mente cuando rememoro la obra Juegos infantiles de Pieter Bruegel (1526-1569), uno de los grandes pintores del Renacimiento en los Países Bajos, ya que en este singular cuadro se nos muestra una amplia gama de juegos colectivos y al aire libre que muchos de los lectores y lectoras de Azagala conocemos puesto que formaron parte de nuestra infancia.

Acerca de ellos, estoy seguro que seríamos capaces de nombrar o de describir decenas de los mismos, ya que eran tan variados, tan divertidos y, también, tan alocados como nuestra imaginación y nuestra capacidad de riesgo lograban alcanzar.

Es verdad que para recordarlos nos tenemos que remontar unas cuantas décadas atrás, puesto que, efectivamente, la mayoría ha desaparecido para siempre. De todos modos, quienes disfrutamos de esos juegos al aire libre, fuera en las calles, las plazas, el campo, las Laderas o la Dehesa, nos resultan totalmente inolvidables, ya que no necesitábamos nada de dinero, puesto que teníamos los bolsillos vacíos o con escasas monedas para pasarnos horas y horas jugando a placer.

Sobre este tema conviene citar, cómo no, a Eugenio López Cano, paciente estudioso y recopilador de las costumbres y tradiciones de nuestro pueblo que las ha ido publicando en la revista Azagala a lo largo del tiempo, entre ellas las de los distintos juegos infantiles que ahora parecen cosas muy lejanas.

Y, ciertamente, es una lástima su olvido, dado que esos entretenimientos han convivido con la muchachada durante siglos. Como buen ejemplo de lo que indico es la escena que aparece en el cuadro que he citado de Bruegel del año 1560, hace nada menos que casi quinientos años, siendo indicio de que por aquella época también se divertían con multitud de juegos que se han transmitido de generación en generación y que llegaron hasta nosotros.

Pero antes de describir algunas de las diversiones que aparecen en el cuadro que se encuentra expuesto en el Museo de Historia del Arte de Viena, quisiera apuntar que Pieter Bruegel fue el gran continuador de la obra de su compatriota El Bosco, uno de los genios de la pintura de todos los tiempos.

Lo más sorprendente de este trabajo es que el autor plasma nada menos que ¡86 juegos distintos! Es decir, todo un estudio del mundo lúdico infantil y juvenil del siglo XVI en los Países Bajos.

Como, lógicamente, pasar a describirlos todos sería bastante agotador, tomaré cuatro planos de detalles de la obra a modo de ejemplos.

Quién esté leyendo esto, y su infancia se remonte bastantes décadas atrás, es posible que haya jugado en las Laderas formando parte de un grupo que saltaba sobre otros compañeros que, agachados y formando una fila espaciada, se mantenían en esa posición hasta que hubieren pasado todos, por lo que ahora les tocaba a su vez saltar sobre el grupo saltador inicial que tenía inclinarse esta vez.

Que yo recuerde, el primero que saltaba sobre el agachado decía: “A la una anda la mula…”, siguiendo con el siguiente: “A las dos anda el reloj…” y de esta forma se continuaba.

De todos modos, me imagino que son diversos los nombres de este juego tan conocido, según los lugares o países en los que se hicieran. Así, tengo recogido que en España recibía el nombre de “Pídola” o “El salto del cordero”, esta última como traducción francesa de “Saut mouton”, que se empleaba en el país galo.

¿Quién de los mayores (y, quizás, también de algunos jóvenes) no ha jugado con los aros metálicos conduciéndolos manualmente con toda la habilidad posible con un pequeño hierro curvado para guiarlo por donde se le quería llevar a modo de vehículo rodante de una sola rueda?

Somos muchos los que podemos recordar que había quien tenía un aro de hierro perfecto, con la curvatura bien modulada y el perfil bien pulido, por lo que acababa siendo la admiración de quienes no teníamos uno propio.

Siglos y siglos con los niños y niñas disfrutando de las ruedas, tanto que estoy por afirmar que este ha sido uno de los juegos ancestrales infantiles, puesto que una rueda se podía construir de diferentes materiales.

De todos modos, no me resisto a extraer un par de párrafos de Rose-Marie y Rainer Hagen, autores de un libro biográfico dedicado a Pieter Bruegel y de quienes he obtenido los datos para que comprendamos el significado de la infancia por aquellos años.

Hasta ese momento, la infancia no había sido tema de particular relieve en la historia de la pintura occidental, ni tampoco en la historia del pensamiento. La infancia no se consideraba una fase de la vida con necesidades propias, sino tan solo como estado previo a la edad adulta.

Se trataba a los niños como adultos pequeños, por lo que su vestimenta en el cuadro de Bruegel es indicio de ello: los vestidos, mandiles y cofias de las niñas se asemejan a los de sus madres; los pantalones, jubones y túnicas de los niños lucían idéntico aspecto a los de sus padres”.

Observando detenidamente el cuadro, podemos comprobar que había juegos de la calle en los que tanto los niños como las niñas participaban colectivamente sin que hubiera ningún problema. Uno de ellos es el que muestro en tercer lugar como plano detalle: se trata de ‘la gallinita ciega’, juego tan popular que ha traspasado países, épocas y edades, puesto que también ha sido un pasatiempo de adultos, tal como nos lo muestra Goya en su conocida obra que lleva precisamente el mismo título de La gallinita ciega.

En este lienzo del inmortal pintor aragonés aparecen cuatro parejas de personajes masculinos y femeninos que cogidos de la mano forman un círculo, al tiempo que otro participante, ubicado en el centro del corro, y cuyos ojos están tapados, intenta tocar con una cuchara larga de palo a algunos de los que le rodean, al tiempo estos lo evitan agachándose.

Y es que los juguetes como instrumentos específicos de diversión no tienen una historia excesivamente lejana. Esto lo confirman los dos historiadores del arte que he citado cuando nos dicen que: “Por entonces casi no existían juguetes. La mayoría de los niños jugaban sin ellos, utilizando vejigas de cerdo, huesecillos, hilachas, cinchos de barril, o sea, cosas que de cualquier manera estaban disponibles. (…) Hemos de tener en cuenta que los juguetes, creados únicamente con este fin, no eran muy comunes en el siglo XVI”.

Como curiosidad indicaré que en el cuadro de Pieter Bruegel aparecen pintados nada menos que 250 niños que juegan entre ellos. No es de extrañar que, tal como he indicado, este cuadro realizado en óleo sobre madera sea un verdadero tratado de los juegos infantiles del siglo XVI, desde los más inocentes hasta los que comportaban cierto nivel de riesgo o de broma pesada.

Es, por ejemplo, el que muestro en este detalle seleccionado del cuadro, el mismo que en la obra de Rose-Marie y Rainer Hagen llaman “masculillo” (‘tape-cul’ en francés), que a fin de cuentas era cogerle a uno por los brazos y las piernas y culearlo contra una esquina o contra un alargado madero, tal como aparece en el cuadro del pintor flamenco.

En nuestros días, este tipo de juego se asemeja a las novatadas que aún se practica en algunos centros de enseñanza cuando se reciben a los estudiantes de primer curso. Pero las novatadas están ahora claramente rechazadas porque, a fin de cuentas, es una diversión que se hace a costa de quienes las sufren; aunque, décadas o siglos atrás, no se tenía (o eso pienso yo) una clara consideración sobre el significado de este tipo de entretenimientos.

Para cerrar, y no creo que sea mera nostalgia de un tiempo perdido, me gustaría pensar que algunos de estos juegos colectivos podrían ser recuperados. No me cabe la menor duda de que sería una gran noticia, puesto que los actuales juegos mediáticos y electrónicos inevitablemente conducen a un aislamiento personal. Y especialmente los menores necesitan el saludable contacto de sus compañeros para disfrutar en compañía de los otros en los años en los que se despierta a la vida.

 

 

 

 

 

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