Por AURELIANO SÁINZ
En el artículo anterior abordaba los planteamientos del psicólogo criminalista Vicente Garrido. En esta segunda parte quisiera partir de la visión de Javier Urra, también psicólogo, que fue el primer Defensor del Menor en nuestro país, entre 1996 y 2001 y presidente de la Red Europea de Defensores del Menor, autor que cuenta con una larga trayectoria en el estudio de los jóvenes muy conflictivos.
Para comprender el fenómeno de la agresividad y la violencia en los niños y adolescentes hay que entender que se dan dos posturas inicialmente contrapuestas, aunque, en ocasiones, pueden complementarse. La primera de ellas sostiene que la agresividad es algo innato y que forma parte del carácter de la persona; la segunda, en cambio, defiende que es algo aprendido como consecuencia de comportamientos que son el resultado, en gran medida, de actitudes negligentes de los padres
La segunda es la sostenida por la mayoría de los psicólogos y docentes, quienes, sin negar que la agresividad forma parte instintiva del ser humano, consideran que su expresión en conductas violentas acaba siendo el resultado de aprendizajes, dado que también se puede aprender la actitud contraria: el control de la agresividad.
Esta es la posición que defiende Javier Urra en su libro El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas. Así, con respecto al niño, o el joven, que acaba convirtiéndose en un pequeño tirano dentro del hogar, nos dice lo siguiente:
“Se maltrata a nuestros jóvenes cuando no se les transmite pautas educativas que potencien la autoconfianza, ni valores solidarios y, en cambio, se les bombardea con mensajes de violencia. Se les maltrata cuando se les cercena la posibilidad de ser profundamente felices y enteramente personas.”
Es decir, que antes de ser un constante provocador ese niño ha vivido carencias significativas que han reforzado ciertas tendencias que tendrían que haber sido corregidas desde la más tierna infancia. Más adelante, Javier Urra continúa: “En la actualidad, el cuerpo social ha perdido fuerza moral. Se intentan modificar conductas, pero se carece de valores”.
Una vez descritos algunos aspectos esenciales que deben considerarse e inculcarse en el seno de la familia -el valor de educar, la transmisión de cariño y afecto, la firmeza en una autoridad racional y la enseñanza en edades muy tempranas en los derechos y deberes que todas las personas debemos asimilar- hay que atender a esos valores en su dimensión social y que dan cuenta del tipo de sociedad en la que vivimos.
Bien es cierto, como apunta este autor, que “algunos padres no ejercen su labor, han dejado en gran medida de inculcar lo que es y lo que debe ser. No tienen criterios educativos, intentan compensar la falta de tiempo y de dedicación a los hijos tratándolos con excesiva permisividad”.
Tal como he indicado, la educación que se recibe en el seno de la familia se debe complementar con la que aporta en la sociedad en la que se vive. Y ahora uno se pregunta: ¿Qué tipo de valores transmiten en la actualidad nuestras instituciones y los cargos que la ejercen cuando vemos que la corrupción, la mentira, el engaño y la hipocresía están al orden del día? ¿Acaso se le puede pedir a la ciudadanía un comportamiento ejemplar cuando el desaliento cunde ante el triste espectáculo que ofrecen quienes tienen poder educativo, mediático, económico o institucional?
No me cabe la menor duda de que cada vez se hace más difícil formar en valores como el esfuerzo, el respeto, la justicia equitativa, la honestidad, la sinceridad, la tolerancia, etc. Y, sin embargo, es imprescindible la educación en ellos, puesto que no son bellas palabras a las que podemos acudir de vez en cuando, sino comportamientos que, caso de practicarse, consolidan relaciones sociales y familiares que dan sentido a nuestras vidas.
Lo expuesto nos sirve para entender esas actitudes agresivas que, en el fondo, expresan la carencia de valores sólidos en los sujetos con comportamientos violentos.
Sobre esta temática me he apoyado en mi experiencia investigadora en las aulas a partir de los trabajos gráficos realizados por estudiantes de Primaria y Secundaria. Y para que veamos algún ejemplo, he acudido a algunos dibujos que nos ilustran cómo se perciben a sí mismos aquellos que se convierten en dictadores dentro del propio hogar.
Para comenzar, me he servido del dibujo de un chico de 14 años que he seleccionado como ilustración de este artículo.
En la escena que nos muestra su propia visión de la familia aparece, en primer lugar, su padre, alto, fuerte y con los brazos “en jarra”, como demostración de un talante duro y autoritario en el seno de la familia.
En segundo lugar, representa a su hermano menor, que, tal como el autor escribió por detrás de la lámina, es muy agresivo, tanto con su madre como con él. Esto queda mostrado por la proximidad que tiene con el padre del que parece aprende sus modos de comportamiento, ya que aparece con el brazo derecho en alto y el puño cerrado, mientras que el izquierdo lo extiende, también con el puño cerrado, hacia su madre y el propio autor del dibujo.
La madre la traza en tercer lugar. Como podemos apreciar, aparece de espaldas con respecto a su marido y a su hijo menor, como si temiera a ambos. Los brazos los tiene pegados al cuerpo como señal de inseguridad, mientras que en el rostro se refleja la tristeza.
Cierra la escena la figura del propio autor, lo que es manifestación de escasa seguridad en sí mismo. Por otro lado, también aparece de perfil, de espaldas a su padre y a su hermano pequeño, y con las manos metidas en los bolsillos, lo que refuerza ese carácter débil e inseguro que tiene.
El carácter agresivo puede expresarse tempranamente, tal como acontece con Rafa, un niño de 4 años, que hacía la vida imposible a los otros niños, sus compañeros del aula de Educación Infantil. La profesora tenía que estar constantemente pendiente de él, puesto que los empujones, las patadas y los arañazos estaban a la orden del día.
Para comprender qué le sucedía en el seno de la familia, acudimos a plantear en el aula que dibujaran a su familia, una vez que, al ser pequeños, les explicamos qué es una familia y qué personas las componen.
Cuando vimos el dibujo fuimos conscientes del entorno en el que vivía este niño, puesto que nos presenta a su madre y a su padre como si fueran dos auténticos monstruos, con unas bocas en las que aparecen los dientes como si fueran puntas agresivas, al tiempo que muestran unos brazos grandes y amenazantes; todo lo contrario de lo que deben ser unos padres cariñosos y atentos con sus hijos.
Él se representa en el lado derecho, con dos ausencias significativas: no se traza la boca ni tampoco los brazos. El hecho de que no aparezca la boca expresa que no le dejan hablar y que constantemente le están diciendo que se calle. Por otro lado, la ausencia de brazos es signo de falta de cariño, pues con los brazos nos damos las personas afecto.
Llama, por otro lado la atención de que no representara a sus hermanos. En su caso, y al ser un niño muy pequeño pudiera deberse a que no planificó el espacio que ocuparían los personajes, por lo que una vez que trazó a sus padres y a sí mismo ya no le quedaba superficie para incorporarlos.
Aunque parezca una paradoja, la mente del niño agresivo está llena de imágenes de miedo y terror que ha podido experimentar de modo directo en el seno de su familia, en el colegio o por el contacto con los medios de comunicación, que, por cierto, en la actualidad están saturados de ellas desde pequeños.
Esto es lo que pude comprobar cuando Miguel, un niño de 9 años, muy agresivo, me entregó el dibujo de la familia. Tras charlar con él acerca de lo que había representado, pude comprobar que su casa, a la que traza de tamaño muy grande, de color rojo, evocando la agresividad, se encuentra en el centro de la escena, expresándonos que era en centro de sus vivencias.
Pero lo que más llama la atención es el carácter animista de la casa, ya que le traza ojos como si fuera una persona. Por otro lado, tras la puerta hay una silueta, que después de hablar con el chico, pude llegar a la conclusión de que era, según sus propias palabras, un fantasma que habitaba en su hogar. Fuera dibujó, con trazo muy impreciso, a los cuatro miembros de la familia y al perro que tenían.
Otro detalle para comprender su agresividad es que se representó con un antifaz, como si quisiera mostrarse como un personaje que está al margen de la ley, como puede ser un ladrón.
La agresividad que algunos escolares desarrollan en las aulas, en ocasiones, suele ser el resultado de los malos tratos que recibe en el seno de la familia.
Es lo que acontece con Francisco, un chico de 11 años que se encontraba en sexto curso de Primaria. En la clase, según su profesor, no dejaba trabajar a los demás, de modo que constantemente les estaba incordiando.
Paradójicamente, en el dibujo que nos presentó aparece de gran tamaño, como si fuera el más relevante de todos los miembros de la familia; sin embargo, tal como nos indicó su profesor era la víctima tanto de su padre como de sus hermanos dentro de la casa. Esto, a fin de cuentas, acaba siendo un modo de compensación emocional de la insignificancia que siente dentro de la propia familia, por lo que la compensa agrediendo de modo habitual a sus compañeros de clase.
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