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Los orígenes de la propaganda y la publicidad políticas

Por AURELIANO SÁINZ

No creo descubrir nada nuevo si indico que por estas fechas la sociedad española está cansada, aburrida y hastiada del marco político en el que nos movemos. Hay una enorme decepción y me temo que esto si no cambia el rumbo va a ser un tanto complicado recuperar el entusiasmo de la gente, puesto que existe la sensación de que no se les dice las cosas con claridad, que las medias verdades, por no decir las mentiras encubiertas están presentes en los discursos políticos.

Como apunta el gran sociólogo polaco Zygmunt Baumann, vivimos en una modernidad o ‘sociedad líquida’ en la que no hay nada sólido, dado que los valores son cambiantes y que la verdad y la mentira se entremezclan según los intereses ocultos que no conviene que se conozcan. Y lo más curioso de todo es que en esta sociedad las estrategias de la publicidad comercial y de la propaganda política se han mezclado de tal manera que es casi imposible separarlas: ambas conviven con un perfecto maridaje.

Una y otra se confunden, de manera que los enormes avances persuasivos que se han logrado dentro del campo publicitario en la promoción de los productos se traspasan a esos nuevos centros de control de la mente de los ciudadanos como son los equipos de asesores de algunos partidos políticos que diseñan con todo cuidado las estrategias, y que van cambiando según marquen los resultados de las encuestas. Todo ello con la finalidad de planificar cuidadosamente y buscar los modos de convencer a los potenciales electores, por lo que electores y consumidores terminan siendo equivalentes para estos estrategas políticos.

Puesto que no soy en absoluto derrotista, considero que, a pesar de todos los problemas desalentadores con los que nos encontramos, conviene siempre ir a votar lo mejor informados posible, puesto que estar bien enterados de lo que apoyamos nos hace más libres y responsables de nuestros actos. Pero junto a la información es necesaria la formación y la reflexión, es decir, saber los modos de funcionamiento de la comunicación política y social de estos tiempos tan acelerados que vivimos.

Así pues, y con el fin de que veamos cómo funciona la propaganda política en nuestros tiempos, podemos remontarnos al primer tercio del siglo pasado, puesto que en él se configuran algunas de las estrategias básicas de la persuasión política que, con el paso del tiempo, se irían perfeccionando hasta llegar a los sutiles modos que se utilizan en el mundo de internet en el que actualmente nos movemos.

Aunque a algunos pueda parecerles chocante, es necesario acudir a un personaje de la Alemania nazi para ubicarnos en el punto de partida del uso de las estrategias desarrollas por las potentes agencias publicitarias de los países más avanzados económicamente (Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania) para aplicarlas al campo político en las sociedades democráticas en las que los gobiernos se forman a través de las elecciones dentro de los partidos contendientes.

Y ese personaje fue Joseph Goebbels, quien fuera responsable del Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich alemán entre 1933 y 1945. Este último año sería en el que se suicidaría ante la inminente derrota de la Alemania nazi.

Hemos de tener en cuenta que Joseph Goebbels se había doctorado en investigación en la Universidad de Heidelberg a los 24 años, por lo que conocía perfectamente los mecanismos de la comunicación y la publicidad y la propaganda de su época, lo que daría lugar a que él perfeccionaría, posteriormente, los medios de propaganda política, integrando todos los avances que la publicidad había sido capaz de lograr hasta entonces.

Para comprender el éxito de Goebbels, acudo a un párrafo del investigador mejicano Eulalio Ferrer, quien, en uno de sus libros dedicados al estudio de la publicidad y la propaganda políticas, decía lo siguiente: “Hitler reunió en su entorno a un grupo de fanáticos que entienden que la propaganda es la más efectiva de sus armas, sin ocultar su desprecio por las masas que convoca y moviliza, convencido de que estas tienen una capacidad limitada para la absorción de ideas argumentadas y una capacidad de olvido muy grande”.

Es decir, sirve de poco razonar y argumentar ante una parte significativa de la población, por lo que se hace necesario apoyarse en eslóganes o frases cortas (‘ideas-fuerza’ se llaman actualmente), en puestas en escenas, creación de símbolos, apoyo y exaltación del líder, en la constante presencia en los medios de comunicación… para que los mensajes, explícitos y subliminales (aunque este término se utilice posteriormente), penetren en las mentes y, especialmente, en campo emocional de la gente.

No debemos olvidar que estas estrategias planificadas y llevadas a la práctica por Joseph Goebbels ayudaron a Adolf Hitler a alcanzar el poder en Alemania por medio de las urnas, dado que contó con un amplio apoyo de una población enfervorizada, como en la actualidad sucede con Donald Trump en Estados Unidos.

Sus biógrafos nos dicen que comenzó su andadura como propagandista político organizando una de las más espectaculares concentraciones que se habían producido en la ciudad de Colonia. El acto debería culminar con el toque de las campanas de la magnífica catedral que posee esta ciudad. Como el arzobispo de Colonia le negó el permiso, recurrió a la grabación del sonido de las campanas, logrando el efecto buscado al ser transmitido por los altavoces y la radio sin que el truco pudiese ser advertido

Otra de sus hazañas fue seleccionar de entre las pinacotecas nacionales y los museos particulares 650 pinturas y dibujos considerados ‘sacrílegos’ y ‘antipatrióticos’, supuestamente projudíos, con el fin de ridiculizarlos y encender la campaña que habría de culminar con el exterminio de millones de seres humanos.

Paso a paso, la compenetración entre Goebbels y Hitler cada vez fue a más, de modo que el primero se gana la confianza total del Führer, ya que aquel ve a este como el auténtico mesías carismático que necesita el pueblo alemán, para, entre otras cuestiones, resarcirlo de las humillantes condiciones firmadas en el Tratado de Versalles, tras la Primera Guerra Mundial.

Goebbels lo halagará cuidando sus representaciones públicas a una hora adecuada de la noche para situar mejor los reflectores, a veces con antorchas encendidas; elige los fondos con música de Wagner; crea un clima de expectación para la llegada de su jefe, entre redobles de tambores; mide los silencios, calcula los aplausos, intercala los gritos con los lemas de la multitud enardecida, que repite una y otra vez: ¡¡¡Führer… Führer…Führer…!!! Crea un espectáculo impresionante, montado con gigantescas banderas y miles de banderines en los que ondea la cruz gamada.

En el año 1933, finalmente, Adolf Hitler es nombrado canciller de Alemania tras ganar las elecciones. Su triunfo se basa, entre otros aspectos, en que no tiene que improvisar una política de propaganda, dado que lo que hace es poner en práctica los planes e ideas que se han estudiado y discutido minuciosamente tiempo atrás, supervisados por el nuevo ministro de Propaganda, que, a fin de cuentas, resulta ser el antecedente a los actuales asesores políticos.

Esta planificada propaganda la expone de modo detallado el periodista alemán Emil Dovifat en su libro ‘Política de la Información’. En él encontramos esta frase de Joseph Goebbels: “La propaganda fue nuestra arma más afilada en la conquista del Estado y continúa siendo nuestro poder más fuerte en el afianzamiento y en su construcción. Por eso, la propaganda es una función vital e imprescindible del Estado moderno”.

Una vez que Joseph Goebbels asume el cargo del Ministerio de Propaganda, se le otorga nada menos que el diez por ciento del presupuesto total del Gobierno alemán. Además, a los cuatro meses de haber tomado posesión de su cargo, concibe una insólita ley, que será promulgada el 4 de octubre de 1933, en virtud de la cual se transforma a los periodistas en servidores del Estado. Se hace, pues, necesario el control de la información, para que llegue una sola voz a la población alemana.

Para comprender las estrategias de comunicación y persuasión diseñadas por Goebbels, extraigo algunos lemas que son la síntesis de su pensamiento:

  1. a) “No es preciso que una idea política esté avalada por una buena filosofía, si se dispone de una magnífica propaganda”.
  2. b) “Nada es absoluto, todo es relativo. Las verdades duran lo que una imposición las hace durar”.
  3. c) “Una buena propaganda es lo más cercano a la verdad, aun cuando sea la mentira misma”.

Aparte de esas tres frases que nos indican el descarado uso de los medios con tal de conseguir lo fines propuestos, aporto otras tres que han llegado hasta nuestros días:

  1. d) “Quien dice la primera palabra al mundo es quien tiene la razón”.
  2. e) “No basta con mentir, debes decir la mentira más grande para que se crea”.
  3. f) “Una mentira repetida mil veces acaba siendo una verdad en la mente de la población”.

Quizás la última frase sea la más famosa de Goebbels, ya que se ha extendido tanto que casi nadie recuerda quien la formuló. Es por ello que en nuestros días, en los que las redes sociales funcionan a tope, se encuentre actualizada a través de las denominadas fake-news, es decir, falsas verdades que funcionan a nivel de vértigo en un mundo en el que la publicidad, la propaganda, las noticias y las tertulias televisivas se han entremezclado de tal modo que resulta muy difícil saber dónde se encuentra la verdad y la información planificada cargada de medias verdades o, llanamente, de mentiras. Esta es, a fin de cuentas, la compleja realidad en la que vivimos.

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