Por ELÍAS CORTÉS FERNÁNDEZ
Hace un frío de carámbanos, pero en la Plaza de España brilla un sol tibio y musical justo después de que las campanas de San Mateo hayan repicado cigüeñas, golondrinas y muchachos a las doce en punto. La banda de música entabla con entusiasmo su particular batalla contra el aburrimiento, seguida por el respetuoso silencio de los mayores y la curiosidad zascandil de los pequeños. Está claro que no es la Orquesta Filarmónica de Berlín, ni la Sinfónica de Boston ni la del Teatro Bolsoi de Moscú con los Coros y Danzas del Ejército Rojo incorporados, pero tampoco su público es -ni importa- el del Liceo de Barcelona, sin ir más lejos. No hay pieles, ni joyas, ni vestidos de noche ni perfumes caros en ese público, simplemente huele a jabón “El lagarto”, a pana dominical y a restos mañaneros de churros pacíficos, al tiempo que las notas optimistas y sandungueras de “El gato montés” -no todas en su sitio, quizás, pero todas en cada corazón- expurgan los rincones de la plaza y avientan las tristezas del personal, que son muchas y muy gordas.
Resulta que el maestro Pola, don Jacinto Pola, tras dejar atrás los cañonazos patrióticos del “Sitio de Zaragoza”, los vedados y decadentes lujos austrohúngaros del “Vals del Emperador” y los sueños imposibles de “Noche en los jardines de España”, se ha ajustado la gorra y los correajes, ha sacudido las fusas y semifusas que invadían su guerrera, ha entornado sus ojos de capitán general del pentagrama, ha agitado con leve indecisión la batuta y, en un gesto de condescendiente transigencia popular, ha ordenado iniciar los marchosos sones del pasodoble en una mañana fría de domingo que se llena repentinamente de calor, de moscas, de pasacalles, de toros y de risas, mientras un eco de cernícalos y vencejos se derrama en el azul limpio de las alturas, para quebrarse luego contra las viejas piedras del castillo.
Entre tanto, alguien trae un rebujo caliente de periódicos y reparte con generosidad unos boniatos recién asados que saben a gloria bendita, y yo, miles de años después, contemplo esta fotografía de la feria de Mayo de l952 en el andén de Pepe Rubio, y me doy cuenta de lo mucho que le debo a toda esa gente que está ahí metida y a la que no está. Se empieza oyendo el “Sitio de Zaragoza”, como el que no quiere la cosa, y acabas loco por Beethoven y Mozart, sin despreciar la “Rhapsody in blue”, de Gershwin, los locos años del “Cotton Club” con Duke Ellington, el “swing” de Glen Miller, la locura sísmica de Elvis Presley o la revolución de los Beatles. Naturalmente, quien ama la música suele leer más libros de la cuenta, gusta viajar por encima de lo normal y se hace muchas preguntas, por lo que en cuanto se descuida se convierte, por arte de birlibirloque, en más nube, más pájaro, más libre.
Uno siempre ha sentido admiración -y hasta envidia cochina- por estos músicos de pueblo dedicados a domar, en papeles mágicos, hormigas raras que hacían la instrucción y otras cosas maravillosas. Músicos que se acostaban a las ocho y compartían su oficio de carpintero, hojalatero, oficinista, agricultor, aprendiz o niño, con el estudio de las dichosas hormigas, los ensayos, los pasacalles y conciertos, a costa de sus ratos de ocio. Se necesitaba una voluntad de hierro para no irse a gatear por “Las Laderas”, o para abandonar la emoción infinita de “Tintajarreras arriba”. Por eso uno jamás pudo coger una guitarra para cantarle canciones de amor a la novia, ni nunca podrá tocarle al piano otra vez, como el viejo Sam en la película “Casablanca”, “El tiempo pasará”.
Aunque el tiempo ha pasado, efectivamente, como el sueño de un guepardo loco, y los rostros se difuminan y los nombres se los lleva el viento: maestro Pola, sus hijos, Varela, “Pajares”, Chávez, César, Julián Cano, Carrillo, Lima…Sí, hay que ponerle los nombres a todos, hay que fijarlos en la historia, en el recuerdo. Sin descuidar la representación municipal: Pedro Duarte y ese alcalde, Diego Cortés, al que semanas después de la foto se le rompió el cuerpo para siempre porque, a pesar de que ahí no se nota, puso demasiado afán en llevar el tren al pueblo aunque fuese a cuestas. Alcalde al que hay que sacar urgentemente del injusto pozo del olvido.
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PORTADA: Banda de Música de Alburquerque, en la feria de mayo de 1952
Foto 2: Julián Cano, Jacinto Pola y Pepe Lima.
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